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El lado oscuro del siglo XX
El teatro Real de Madrid ha optado por ofrecer, antes de la Semana Santa, un conjunto de óperas que se convierten en un verdadero catálogo de la cara más siniestra del siglo XX: el horror del Holocausto, la soledad, el hastío vital, la degradación en suma de la persona a través de una serie de títulos que atraviesan al espectador con el acero hiriente, y casi podríamos decir que abrasador, de una espada que se convierte en la perfecta metáfora del dolor humano.
Se han reunido en una sesión, dos de los grandes monólogos líricos de la pasada centuria, «La voix humaine» de Francis Poulenc y «Erwartung» de Arnold Schönberg, con una exploración poética y teatral entremedias, «Silencio», con Rossy de Palma y Christof Loy como voz en off que sirve de enlace y que, a la vez, es una fantástica pausa en la que el dolor se atempera con gotas de humor y un fluir fascinante que De Palma interpreta con una naturalidad emocionante.
Previamente el doliente y exacerbado lamento que Jean Cocteau y Poulenc tejieron para narrar el desgarro de una ruptura amorosa que lleva a la muerte. «La voix humaine» requiere una cantante que, a la vez, tenga dominio dramático esencial y Ermonela Jaho es, sin duda, una interprete ideal del mismo. Literalmente se entrega con una capacidad expresiva absoluta, sin la menor sobreactuación, con una sobriedad admirable. Marthe, en escena, interpretada por Rossy de Palma, como testigo mudo de la caída al abismo de la protagonista, redondea una propuesta escénica magistral que encuentra el broche perfecto en «Erwartung», en el que Malin Byström cuaja otra interpretación antológica.
Christof Loy teje los hilos entre las tres obras con magisterio dramatúrgico absoluto; es, una vez más, un trabajo el suyo magnífico, a la altura de uno de los grandes directores de escena de nuestro tiempo.
No hay duda de que el compositor polaco Mieczyslaw Weinberg es, todavía en nuestros días, un nombre a descubrir por el gran público. Autor de más de dos decenas de sinfonías, cuatro óperas y alguna opereta, es un compositor de excepcional calidad, dotado de un aliento dramático muy bien construido como se deja ver a raudales en «La pasajera», la ópera con libreto de Alexander Medvedev basado en la obra homónima de Zofia Posmysz. Estructurada en un doble estrato: por una parte en el campo de concentración de Auschwitz y, por otra, en un transatlántico en el que viaja una de las supervisoras nazis del campo que se encuentra con una de las antiguas prisioneras, desatando un verdadero cataclismo. La crudeza expresiva de la música, apenas contenida en islotes líricos, casi pausas obligadas en la intensidad de la trama, nos posibilita una ópera que no da tregua al espectador, al que pone delante del espanto del nazismo y su corrosivo poder para destruir cualquier atisbo de ética o benevolencia ante un pueblo que considera honorable formar parte del engranaje del genocidio, de un exterminio que no tuvo la menor vacilación. David Pountney construye el drama con una precisión narrativa total. Un rigor que se ve refrendado desde el foso por la rutilante dirección musical de Mirga Grazinytè-Tyla. Sensacional el extenso reparto encabezado por Amanda Majeski como Marta y Daveda Karanas como Lisa. Ambas comandaron un trabajo en que cada cantante cumplió con creces sus respectivos cometidos. Magníficos la orquesta y coro titulares del teatro en una velada sobrecogedora a través de una tensa historia sobre la maldad, la falta de arrepentimiento, la redención y el grito para que el manto del olvido no diluya las atrocidades cometidas en una barbarie colectiva en la que no escasearon, precisamente, los cómplices.