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Noemi Iglesias Barrios y el mal querer
En el Museo Thyssen de Madrid se subasta a las jóvenes artistas asturianas
El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid no es mal lugar para las artistas asturianas. No su colección permanente, en la que sólo está Darío de Regoyos (que también figura dentro de la Colección Carmen Thyssen en su museo de Málaga, donde además se encuentran Juan Martínez Abades y Evaristo Valle), sino en los programas específicos que viene dedicando de un tiempo a esta parte a las artistas mujeres. Como el titulado «Kora», comisariado por la catedrática de Estética y crítica de arte feminista Rocío de la Villa, que en sus siete ediciones ya ha contado con dos asturianas, la pintora Chechu Álava, en 2020, y ahora mismo Noemi Iglesias Barrios, con una estupenda intervención en el museo madrileño en el que brilla su trabajo en porcelana, del que es consumada maestra.
Tanto Álava como Iglesias son artistas de la Muestra de Artes Plásticas del Principado de Asturias (MAPPA). La primera, residente en París, fue seleccionada incluso en la exposición antológica que celebraba en 2015 los veinticinco años de este certamen, el más importante dedicado a los jóvenes artistas asturianos. La segunda fue escogida en tres ediciones, las mostradas en 2010, 2018 y 2020, algo que no suele aparecer en su currículum. Las dos últimas hasta se pudieron ver en la capital, en la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid. Nacida en Langreo en 1987, a Noemi Iglesias le gusta ponerse como ejemplo del nomadismo de su generación. Licenciada en Bellas Artes por la Universidad del PaísVasco, ha vivido, estudiado y trabajado en Grecia, Inglaterra, Finlandia, Italia, Hungría, Taiwán y Portugal, donde ha perfeccionado su dedicación a las prácticas cerámicas contemporáneas.
Iglesias Barrios viene trabajando desde hace años en un proyecto performativo de larga duración, que trata sobre el mal querer y el consumo rápido de sentimientos amorosos. Mediante la tradicional técnica de flores de porcelana, que utiliza de forma delicadísima, denuncia la mercantilización del enamoramiento, la manera en que los patrones emocionales son asumidos socialmente como iconos comerciales en la producción de una utopía romántica donde las experiencias sentimentales se presentan a través de productos fabricados por industrias específicas, transformando las pautas relacionales en estrategias consumistas, tal y como presentó en la Muestra de Artes Plásticas de 2018. Allí ya se pudo ver por ejemplo el vídeo «He loves me, he loves me not», en el que la artista deshojaba la margarita, y cosificaba en porcelana esos objetos de pretendida felicidad que suelen acompañan al noviazgo y las celebraciones matrimoniales, en los que combina con ironía signos orientales y explícitos gestos occidentales, como ese gato de la fortuna que se ríe de todo haciendo una peineta.