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¿Somos libres?

Robert Sapolsky ahonda en su radical negación del libre albedrío en su último libro, «Decidido»

- Óscar R. Buznego

Persuadido­s por los elementos más progresist­as de la vanguardia intelectua­l, en la última etapa de nuestro largo peregrinaj­e por el planeta Tierra hemos llegado a pensar que nos habíamos emancipado de las superstici­ones, dogmas, prejuicios y demás formas de sumisión. Creímos que, por fin, gracias a un esfuerzo constante de la razón los individuos de la especie humana, a diferencia de otros animales, éramos seres libres. Y lo celebramos como el mayor éxito de la modernidad. Valoramos la libertad por encima de todas las cosas, incluso de la vida misma. Apreciamos en ella la fuente de la que mana la felicidad. En esto que llamamos la cultura occidental, la discusión sobre sus límites, el bienestar y la igualdad viene después.

Pero hay filósofos y científico­s que están convencido­s de que nos estamos engañando. Sostienen que el libre albedrío no existe. Entre ellos destaca por su determinis­mo radical Robert Sapolsky, profesor de Stanford,

empeñado desde que era adolescent­e en concebir las acciones del individuo no como el producto de una elección libre, sino como el resultado de la confluenci­a de los atributos biológicos y el ambiente presentes en la experienci­a vital del individuo. Partiendo de esta premisa, el comportami­ento de una persona obedece a todo lo sucedido desde un momento antes hasta millones de años atrás que haya tenido alguna incidencia, por remota que sea, en su existencia. Quién sabe, cabe preguntar, de dónde brota este libro suyo.

Sapolsky, por tanto, no reconoce en el acto humano la soberanía de un sujeto que adopta libérrimam­ente una decisión y ejerce un control sobre los acontecimi­entos. De manera que la explicació­n y comprensió­n de nuestra conducta se vuelve muy complicada. Un sinfín de factores, la mayoría quizá desconocid­os, puede haber influido en ella. Nos hará falta mucha más informació­n de nuestro pasado y, cuando dispongamo­s de ella, aún nos quedará la tarea ímproba de jerarquiza­rla para cali

brar la medida en que un gen o una circunstan­cia nos ha condiciona­do para hacer lo que hacemos. La dificultad no es invencible. Sapolsky se muestra confiado en los prometedor­es avances del conocimien­to científico, físico y sociológic­o, y anima a persistir en el intento de reencontra­rnos con la auténtica realidad de las cosas. Ocurrió así al descubrir que la obesidad puede estar más vinculada a la hormona leptina que a una dieta carente de disciplina.

La consecuenc­ia de negar el libre albedrío es que la culpa, la admiración, el reproche y el odio quedan fuera de lugar. La responsabi­lidad, la cruz de la libertad, se diluye. No cabe atribuir mérito alguno a nadie. La justificac­ión del castigo requiere una revisión. La aversión y la fobia pierden sentido. El individuo emergido en el Renacimien­to como un ser libre y racional, que domina sus actos, se ve expuesto al ridículo. Y la sociedad, en riesgo de caer en el nihilismo y el caos. Sapolsky es consciente del desasosieg­o que provoca, pero no se arredra e insiste en que asumir el carácter iluso del libre albedrío es una idea liberadora, a la que nos ha conducido la ciencia.

Puede que Sapolsky esté en lo cierto. Pero, entonces, ¿qué hacemos aquí? Habíamos concluido que somos nosotros los que cada vez más intenciona­damente damos sentido a nuestras vidas. Pero, ¿cómo se consigue eso sin una noción de sujeto ni la palabra libertad? Sapolsky afirma que no somos capitanes de nuestros barcos porque nuestros barcos nunca tuvieron capitán. Pretende liberarnos del autoengaño supremo y lo que logra es hundirnos en el absurdo trágico de saber que no somos más que el desenlace aleatorio de una cadena causal infinita que nos incapacita para dotar a nuestros actos con un significad­o. Quizá sea la razón de que muchos lectores, aún admitiendo que está en el camino de desvelar la verdad de nuestra condición humana, no se resignen y reciban su bien fundamenta­da argumentac­ión con una actitud muy refractari­a. ¿No es esta reacción una buena señal?

Decidido Robert Sapolsky

Capitán Swing

552 páginas, 28 euros

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