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«No he sido obediente, pero tampoco díscolo»

«He escapado mucho del mundanal ruido, no he querido publicar cosas de mucha divulgació­n, por ejemplo; no me ha interesado ese público»

- Juan Cruz

En el extrarradi­o está, esperando al periodista, Francisco Rico, un genio de la lengua española. Amigo de todos los que ahora ya son memoria de la generación de Juan Benet, ha dedicado su vida a dialogar con Petrarca, Dante o Cervantes, aunque de todo lo que sabe mucho habla lo justo, porque tampoco quiere hablar demasiado de nada. Ahora que Arpa le publica un volumen sobre Petrarca, abre la puerta, señala con el dedo el camino que sigue, y es, desde el principio de la conversaci­ón, el mismo Rico que siempre pareció, dispuesto a romper cualquier protocolo. Gruñe algo que tiene que ver con el tiempo que hace, o con el tiempo en el que está, y luego termina el almuerzo, al que llega como los ingleses a la cena: temprano y tarde a la vez. El libro que ha publicado nos sirve de leitmotiv, y a veces él se refiere a él y casi lo deletrea. Alardea de que ya recuerda poco, o nada, pero basta que pasen los minutos en esa cocina que nos acoge para que sea minucioso en el dato y terrible, o amoroso, en el desdén o en la gana. Siempre fue un placer, y un reto, hablar con Francisco Rico.

–¿Cuándo leyó por primera vez «El Quijote»?

–Muy pronto, antes de poder apreciarlo de verdad. No sé, tendría 14 o 15 años y me lo regaló una amiga. Y no me llamó mucho la atención. Pero fue una lectura que hice íntegra. De eso sí me acuerdo.

–Luego ha leído «El Quijote» para hacer varias ediciones.

–Creo que no lo he leído de principio a fin otra vez. Bueno, no te fíes mucho de lo que te diga, porque tengo la memoria muy para allá.

–¿Cuál ha sido el personaje más sabio que le ha enseñado cosas?

–No sabría decirte. Tal vez Riquer. Quizá Cervantes o Don Quijote.

–¿Recuerda el primer día que fue a la escuela y allí se dio cuenta de que iba a aprender?

–Yo fui muy joven al colegio. A los tres años. Porque vivía enfrente del colegio, solo tenía que cruzar la calle de Balmes y aprendí a escribir. Aprendí a escribir con una maestra.

–Eso sería algo maravillos­o.

–Sí. La verdad es que me gusta escribir bien y, sí, procuro escribir bien. Me gusta escribir bien.

–Leyendo y escribiend­o se hizo sabio.

–Bueno, será sabio en unas cosas y en otras no. Pero la sabiduría es no dudar, no preguntar. Ir al grano.

–En este libro sobre Petrarca hay mucha seguridad, la que sólo pueden tener los sabios.

–Pues sí, segurament­e sí. Curiosamen­te

yo he leído más sobre el Petrarca de prosa que el del verso. Lo del verso lo doy un poco por obvio, por sabido. Y además no me satisface. Petrarca tiene un epistolari­o en latín que se entiende muy bien. Son 24 tomos de cartas que es lo que más se parece al ensayo moderno.

–¿Qué le llamó primero la atención de Petrarca? ¿Por qué le ha dedicado tanto tiempo?

–Pues posiblemen­te por Riquer. Había leído en alguna parte un fragmento de Petrarca. Entonces él compró para la biblioteca del departamen­to varios libros sobre Petrarca. Y luego me encargó que yo hiciera un cancionero y lo hice.

–¿Y cumplió el encargo? Porque nunca ha sido muy obediente.

–No, pero tampoco he sido díscolo. Y casi siempre he encontrado algo positivo al hacer ese tipo de cosas y me he metido en ello. Luego me fui metiendo porque me interesaba.

–¿Usted ha tenido la tentación de parecerse a los personajes sobre los que ha escrito, a Petrarca o a Cervantes?

–Yo trato de tender puentes entre ellos y yo. Petrarca, por ejemplo, tenía una mirada del mundo serena, no se exaltaba en absoluto. Veía las cosas con una objetivida­d increíble. Y yo no tengo esa cualidad.

–Petrarca. Es un nombre que escribió tanto y que viajó tanto y además siempre estuvo buscando asuntos a los que referirse.

–Bueno, era inevitable que fuera así porque sabía distinguir muy bien lo que había de singular en los personajes y en los lugares, y entonces se fijaba en ello y escribía sobre ello.

–Dice que el cancionero de Petrarca es una historia de amor. La historia de una pasión constante y jamás domada. Y que sus cartas forman parte de una voluntad de creación de una aristocrac­ia del espíritu. Era un hombre moderno.

–No, porque él pertenecía a una aristocrac­ia que no pensaba en el común de la gente.

–Sin embargo, usted dice que, implicándo­se en cuerpo y alma, concibió una nueva cultura. Ahí había un compromiso con la sociedad, ¿no?

–Sí, con la sociedad y consigo mismo. Que todos fueran como él, podríamos decir.

–¿Solo era un egocéntric­o?

–Un sujeto egocéntric­o. Bueno, ¿por qué no? Eso no quiere decir que esa faceta sea lo único que lo represente, eh.

–¿En qué manifestab­a su ego?

–Pues en las cosas que escribía con seguridad. Cuando veía una cosa sabía muy bien de qué se trataba. Así, en general.

–¿Y Paco Rico también es así?

–Bueno, pues puede ser.

Petrarca pertenecía a una aristocrac­ia que no pensaba en el común de la gente

–¿Y de los autores contemporá­neos, a quién le gustaría parecerse?

–Pues, chico, no lo sé. Quién sabe.

–Supongo que ni a Javier Marías ni a

Arturo Pérez-Reverte.

–Desde luego. Ni a Javier Marías, ni a Pérez-Reverte. Maldita sea, para nada.

–Usted parece arisco, pero tiene una enorme ternura.

–Sí. Cuando quiero a alguien, lo quiero bien y lo trato bien en particular.

–En el caso de Petrarca, habla de todo lo que hizo y parece estar hablando de un personaje contemporá­neo.

–Hombre, trato de aproximarl­o a nuestros tiempos y para ello debemos aplicar un poco el mismo método que para alguien conocido o admirado. Heráclito decía: «Yo que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyos brazos desfallecí­a apacible alguno».

–Petrarca tenía, dice usted, la solidez de un proyecto cultural. Es decir, no era alguien que se ponía a hacer solo su obra, sino que estaba implicando a los demás.

–Sí, claro, eso es la historia del humanismo. El humanismo es eso, extender el método de Petrarca, al menos el básico, el que le forma, el que refleja en lo que escribe en otros autores.

–Pero en casi todo lo que hace Petrarca lo convierte en su tiempo en un famoso como los famosos de ahora. Por eso podría decirse que es muy contemporá­neo de nosotros.

–Bueno, eso lo dices tú. Pero él sabía que no iba a tener discípulos o seguidores, pero estaba en contacto con los grandes de su época, con los personajes clave de su época y él también se convirtió en un personaje de esos.

–Ese apetito de gloria es también común, en definitiva, en los escritores y en los artistas.

–Él eso lo quería en un sentido muy concreto. Es decir, como representa­nte o figura emblemátic­a de un cierto tipo de saber. Eso es lo que él buscaba o esperaba.

–Hay una definición suya de Petrarca: El individuo excepciona­l, consciente de sí mismo, sabedor de cuantos intereses lo solicitan, dispuesto a abrir el diálogo en la escritura con lo viejo y lo nuevo.

–¿Y qué quieres que añada?

–Que me diga si ese es Paco Rico.

–No, no necesariam­ente. Hombre, todos mis libros o casi todos mis libros, tienen una versión light de eso, pero no lo he buscado especialme­nte, en absoluto.

–¿Cómo se lleva con la vanidad?

–Yo soy vanidoso. Pero no es una vanidad indiscrimi­nada. Es una vanidad motivada por quien puede dármela. ¿No es el aplauso del necio lo que me hace ser partícipe de un cierto tipo de vanidad? Claro.

–¿Cómo es ese tipo de vanidad?

–Un cierto tipo de vanidad. Hombre, si no, no escribiría, eh. Y hay cosas que yo no las escribo o las dejo pasar, como ese libro sobre el secreto que no sé si acabaré. Es una vanidad que se justifica, creo yo, por la persona o las personas con quienes puedo decir que me siento a gusto.

–¿A veces ha sentido que necesita escapar del mundanal ruido?

–Hombre, sí. Y he escapado. Yo he escapado mucho del mundanal ruido. No he querido publicar cosas de mucha divulgació­n, por ejemplo. No me ha interesado ese público.

–¿Ser el editor de Cervantes ha sido lo más grande que ha hecho?

–Bueno, aquí estoy hablando de la edición física del «Quijote» mío que ha hecho y que ha publicado la Academia y al que tengo mucho cariño. Vale, pues quizá es lo mejor que he hecho para el disfrute de todos.

–Dice que los buenos libros los escriben siempre autores tristes y desencanta­dos, porque si están contentos no escriben nada.

–Eso sí, algo de eso. Porque si estás feliz y contento y satisfecho de ti mismo, no tienes ninguna necesidad de dar la lata al personal.

–Y por eso dice que hay que ser un poco salvaje para escribir bien.

–Sí, desde luego. Antes era yo más artificial, más barroco, por decirlo así. Antes no te digo que hubiera puesto por delante a Góngora respecto a Cervantes, porque Cervantes entraba ya entonces en otra categoría. Pero me ratifico en lo dicho.

–¿Quiénes son los escritores contemporá­neos que se acercan al gusto que ha tenido como lector?

–Pues mira, de los muy cercanos no hay mucho que decir. Pero Galdós, desde luego. Y después Baroja. Y después de Baroja… No sé, no caigo ahora o no sé decirlo.

–De sus amigos: Marías, Benet.

–Ni Marías ni Benet, desde luego. No, a Marías no lo he leído.

–Eso no se lo creo.

–Es verdad. Yo he sido buen amigo de Marías. Pero no he sido su lector.

–¿Para qué autor guarda el entusiasmo de leer?

–Me gusta mucho Josep Pla. Escribe en un género indefinido. También aprecio mucho a Eduardo Mendoza. Porque siempre es divertido y original. Cuando es novedad, es lo primero que leo.

–Precisamen­te, le he pedido a Eduardo Mendoza que me haga una pregunta para usted. Dice: Profesor Rico, ¿cómo se posiciona con respecto al Festival de Eurovisión?

–Para mí el Festival de Eurovisión no existe. No existe en absoluto. Sí sé que ahora hay una zorra y eso, pero...

–Una canción que se llama «Zorra».

–Eso. Que hay una canción que habla del resignific­ado de zorra.

– ¿Y qué preguntas se sigue haciendo usted?

–Yo me pregunto muchas cosas. Por qué esto está ahí, por qué. Por qué se le hace caso. Por qué. Es que ya casi nadie se pregunta por qué.

Yo soy vanidoso, pero es una vanidad motivada por quien puede dármela

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Archivo personal Francisco Rico.
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