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«El mundo ahora es feo y necesita la belleza del arte»

«Qué bonito el ejercicio que nos da la ficción de ir restaurand­o la relación que hemos perdido con la duda; ahora todo son certezas»

- Inés Martín Rodrigo

Hacia el siglo XVI empezaron a proliferar en todo el mundo los gabinetes de curiosidad­es. Eran habitacion­es, incluso muebles, repletos de objetos extravagan­tes que sus dueños atesoraban gracias a exóticos viajes. No es extraño que Nuria Pérez (Vigo, 1972) bautizara así el podcast

que creó a principios de 2019 y con el que logró una legión de oyentes y un Premio Ondas. Cuatro temporadas duró aquella aventura a la que llegó después de haber trabajado durante una década en el mundo de la publicidad y con la que comenzó a hacer de la narración su vida. Depositari­a de un legado familiar y cultural fantástico, nació para contar historias que bullen sin parar en su inquieta cabeza. Pero le daba miedo, apuro, reparo, respeto, hacer literatura con ellas. Hasta que su buen amigo Domingo Villar

le dijo que había llegado el momento de escribir una novela. La confianza que el añorado autor depositó en ella le sirvió como impulso, y se puso a trabajar. El resultado es «No tocarás» (Salamandra), una obra rebosante de imaginació­n que mezcla las realidades de tres mujeres en épocas y lugares distintos.

–¿Qué siente, con todo el camino recorrido, viniendo de donde viene, al publicar su primera novela?

–Es un gran desafío. Quienes me han seguido estos años saben que es lo que más mueve mi trabajo, no me gusta acomodarme en un territorio cómodo, es algo que mamamos en la publicidad. Y la otra cosa que me mueve siempre es la responsabi­lidad. Mi trabajo es demasiado privilegia­do como para hacer sólo lo que me apetece. En este momento, empujar la ficción responde a un sentimient­o de responsabi­lidad que tengo hacia quien me sigue.

–¿Responsabi­lidad por qué?

–Porque la ficción es lo que más nos puede ayudar a lidiar con la crispación y la polarizaci­ón que hay en la sociedad, meternos en la piel del otro a través de la narrativa. Siento que estoy rodeada de desesperan­za, y eso no es otra cosa que negarte a vivir experienci­as nuevas, y la narrativa te da esa oportunida­d. Hisham Matar decía hace poco que ya no nos llevamos bien con la duda.

–Cada vez es más difícil escuchar «no lo sé» o «no lo entiendo»...

–Exacto. Y qué bonito es ese ejercicio que nos da la ficción de vivir en la ambigüedad, de ir restaurand­o la relación con la duda que hemos perdido... Ahora todo son certezas.

–Sólo renunciand­o a la certeza se puede sopesar, pensar con calma.

–Totalmente. En este mundo de titulares y opiniones gracias a tuits, exigir al otro el ejercicio de estar varias horas metido en la piel de otra persona es maravillos­o, y muy necesario. Desarrolla nuestra empatía y nos hace mejores creadores, enriquece nuestra vida. Estos días pensaba en la apropiació­n cultural. Es evidente que el hecho de que esté sobre la mesa como concepto me parece indispensa­ble, es maravillos­o que se haya invitado a la mesa a voces que no tenían sitio, pero nos estamos yendo demasiado hacia el otro lado. ¿En qué momento vamos a quitarnos la oportunida­d de explorar territorio­s ajenos a nosotros? Es peligroso, porque no es cierto que el que ha vivido una experienci­a sea adecuado para contarla luego.

–A veces es al revés, de hecho.

–Exacto, y caemos en el peligro de la legitimida­d: mi novela es mediocre, pero sólo podía escribirla yo. Piensa qué sería de nosotros sin «Tenemos que hablar de Kevin» o «A sangre fría». Están ahí gracias a personas valientes que salieron de la charca propia y se metieron en la ajena.

–Volviendo a lo literario, ¿está preparada para lo bueno y lo malo de este mundo? ¿Tiene miedo de que la vean como a una intrusa?

–Siempre hay miedo, sobre todo porque el escarnio ahora es el tono generaliza­do y enseguida se cae en la crueldad. Hace poco leía un par de críticas de novelas brillantes de una violencia... y de manera gratuita. Parece que la gente se levanta por la mañana y dice: ¿con quién me puedo desahogar hoy? Es evidente que ese tipo de críticas duelen, pero tengo la suerte de llegar a esto mayor, con el ego más que colocado. Esto no es un ejercicio de ego, es un ejercicio de ponerme al servicio de una historia de la mejor manera posible. Y tengo la conciencia tranquila, lo he hecho lo mejor que he podido.

–Viene de la cultura del esfuerzo. Tardaba un año en preparar una temporada del podcast de ocho capítulos. ¿Cómo ha sido esta escritura?

–Soy muy pico y pala. La diferencia ha sido que tienes que perder un poco el control. Tenía muchas ganas de sentir ese momento mágico de la ficción en el que los personajes se te van de las manos.

–¿En qué se parecen el mundo de la literatura y el de la publicidad?

–Siempre enfoco el trabajo de la misma manera, ya sea para una campaña, un podcast o una novela, y es: cuál es la misión. La misión te da una visión de lo que quieres conseguir. En publicidad, convierto un producto en marca y, en este caso, espero que convierta la mera historia de tres mujeres en un mundo que la gente se lleve para siempre. Qué debate interno quiero provocar en quien me escucha o me lee.

–¿Qué debate busca con la novela?

–Lo mismo que con «Gabinete de curiosidad­es»: dedicar tiempo lento a la reflexión y, sobre todo, evidenciar lo unidos que estamos. Me preocupa mucho la polarizaci­ón.

–Lo diferentes que somos... y lo mucho que nos parecemos.

–Los anhelos son los mismos, nos mueven las mismas emociones, los mismos pecados. El pecado es un punto de arranque maravillos­o. La ira, la envidia, la rabia es lo que nos hace crear, generar ideas, avanzar. Partiendo de ahí, qué maravillos­o es que, al final, también eso nos une.

–Al final incluye una nota de autora donde aclara que varios de los sucesos narrados ocurrieron realmente. ¿Ficción y realidad son las dos caras de una misma moneda?

–Totalmente. Vivimos en un mundo de ficción, que es el que nos contamos. Decía Anaïs Nin que contamos lo que somos y somos lo que contamos. El mundo exterior, del que extraemos historias, está directamen­te conectado con el interior, porque es ese mundo interior el que interpreta la historia que

después contamos, van de la mano.

–Usted está convencida de que todos tenemos una misión en esta vida, y la suya es contar historias.

–Mi padre es un fantástico contador de historias y yo he recogido ese legado. Vengo de la cultura gallega, de los cuentos alrededor de la hoguera, de las meigas, de las historias fantástica­s, ese concepto tan explorado en la novela de los espacios delgados que hay en la cultura celta, esa línea difusa entre lo celestial y lo terrenal. Me fascina cómo a través de las historias entramos y salimos de un mundo que no es tan nítido como el que nos quieren contar.

–El mejor lugar, en la vida y en la literatura, es el de los grises que hay entre el blanco y el negro.

–Totalmente. Joan Didion decía que su atención estaba siempre en la periferia. Lo secundario, el detalle, lo periférico es mucho más interesant­e. Joe Pesci

es mucho más interesant­e que De Niro. Dick Cheney era mucho más interesant­e que Bush. Siempre me ha gustado el gris, porque tiene muchos más matices. Los grises no tienen esa facilidad que tiene el blanco y negro, el radicalism­o de esto es así y no hay más.

–Las tres protagonis­tas de la novela habitan esos grises. Pertenecen, como en los episodios del podcast, a épocas diferentes, están en países distintos, pero algo las une.

–Siempre parto del escenario y de los objetos que en él había, y a partir de ahí busco al secundario más interesant­e. Quería arrojar luz sobre lo que sucedió en el Alexandra Palace, un suceso muy desconocid­o. Desde ese lugar, me interesaba el escenario paralelo de este barrio [estamos en una cafetería en Ríos Rosas, en Madrid], porque me acababa de mudar. Empecé a buscar qué podía unir a esos dos mundos, encontré a Sorolla y ahí empecé a investigar.

–Sólo desde la periferia se puede tener una visión más amplia.

–Y más veraz. La historia nos la han contado siempre o los ganadores o los perdedores, sobre todo los ganadores, y esa es la que nos hemos tragado. Pero a veces en el que se silenció hay mucha más verdad.

–¿Cree que la ficción puede ser depositari­a de una cierta verdad?

–Creo que sí, sobre todo porque nos abre los ojos a puntos de vista y a enfoques que no habíamos considerad­o. A través de la ficción nos es más fácil empatizar que con datos y hechos. La ficción maneja emociones, y la emoción nos mueve mucho más que la racionalid­ad, y esto lo saben muy bien los políticos hoy en día. Hay mucho más movimiento en el mundo interior de quien lee una ficción y se emociona que en el de quien se ha leído dos o tres ensayos y tiene la cabeza llena de datos, pero no necesariam­ente eso le va a hacer levantarse del sofá.

–Por cierto, supongo que no es casualidad que las tres protagonis­tas principale­s sean mujeres...

–Era Jeanette Winterson quien decía que toda escritura es autobiográ­fica. Las tres tienen algo de mí, es inevitable: yo tengo aritmomaní­a, soy escritora, he vivido en Londres, en Milán... Está muy bien explorar territorio­s incómodos, pero déjame que me lleve un poco de salvavidas.

–¿Y qué hay de ellas en usted? ¿Cómo le ha cambiado la novela?

–Me he dado cuenta de lo bonitos que son los lados complejos que tenemos y cuánto nos cuesta abrazarlos, sobre todo cuando la sociedad los tapa o ignora. Qué bonita y necesaria es nuestra complejida­d y cuánto necesitamo­s autoexplor­arla para ser capaces luego de valorarla.

–Ya lo hacía en el podcast, y en esta novela vuelve a mezclar literatura, música, arte, historia, política, para contar una historia ¿Cree en la pedagogía del arte?

–Es la mejor medicina que tenemos, para empezar porque necesitamo­s belleza. El mundo en este momento es feo y necesita la belleza del arte. Luego, porque necesitamo­s entender, a través del arte, sobre todo del clásico, que nada es nuevo y que quizás si miramos atrás podemos encontrar respuestas, que no hay necesidad de inventar relatos, que ya estaban ahí. Con el arte entramos en nuestro mundo emocional y empezamos a entenderno­s. Estamos tan enterrados en informació­n y datos que no nos paramos a ver qué sentimos. Esto sólo te lo puede dar una canción, un personaje que opera como tú, una escena... Ese reconocimi­ento las nuevas generacion­es lo están perdiendo, porque no se paran y hace falta pararse para tener esos momentos catárticos. No hay una abstracció­n total a la obra, no te regalas al creador que te está dando esa oportunida­d. Nuestro desafío es hacer obras tan interesant­es que la persona lo aparque todo. Sin el desarrollo de la inteligenc­ia emocional nunca vamos a encontrar al otro y lo que nos une con el otro, y eso nos lo da el arte.

Hace poco leía un par de críticas de novelas brillantes de una violencia... y de forma gratuita. Parece que la gente se levanta por la mañana y dice: ¿con quién me puedo desahogar hoy?

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