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Eterno Talese

Con 92 años, el reportero de Ocean City invoca la figura de Bartleby, el escribient­e de Melville, para recomponer recuerdos de su carrera en una síntesis de su ideario periodísti­co

- Luis M. Alonso

Aunque desearíamo­s no verlo así ya que Gay Talese (Ocean City, 1932) demuestra que tiene aún muchas cosas que contar, son demasiados los que coinciden en que a los 92 años «Bartleby y yo» puede que sea su último libro. Él mismo lo ha insinuado. En cualquier caso, se trata de una nueva memoria compuesta por tres relatos que encierran el ideario de su oficio como periodista, consistent­e en conceder prepondera­ncia a las historias de los seres ordinarios, cuyas existencia­s podrían perderse en la vida misma, frente a las celebridad­es sobre las que todo el mundo escribe.

De otro modo, con Frank Sinatra ha disfrutado de una relación rica y simbiótica, que sobrevivió durante mucho tiempo al cantante y actor, fallecido hace un cuarto de siglo. En 1965, Talese lo siguió por Las Vegas y Hollywood en busca de un perfil para la revista «Esquire». En su apogeo tras un regreso triunfal, Sinatra, envuelto en sospechas sobre su pertenenci­a a la Mafia y mosqueado con las preguntas que al respecto se hacía Walter Cronkite, hizo caso omiso de las súplicas del reportero para una entrevista. No se fiaba de nadie. De todos modos Talese cazó la pieza, le echó el lazo de otra manera. El resultado fue «Frank Sinatra está resfriado», que se convirtió en uno de los mejores artículos publicados en una época en que empezaban a florecer las historias largas dignas de ser leídas y en un testimonio perdurable del talento y la fama del interprete italoameri­cano. El perfil que se resistía a escribir fue finalmente por el que su veterano autor consiguió mayor reconocimi­ento si es que ese ranking de aceptación se puede establecer con uno de los reporteros y escritores más respetados del periodismo de todos los tiempos. Aunque admiraba su ingenio artístico, el agudo y observador Talese dejaba claro, incluso sin necesidad de decirlo, que Sinatra trataba a los demás como un capo mafioso, generoso con la familia y su corte de parásitos, pero igualmente despiadado con quienes se cruzaban en su camino.

Para alumbrar esa pieza periodísti­ca excepciona­l, Talese tuvo que alcanzar antes un acuerdo con el editor de «Esquire»: si Harold Hayes le permitía escribir sobre Alden Whitman, viejo corrector ascendido a redactor jefe de Obituarios del «New York Times» y uno de esos personajes anónimos incomparab­les del periodismo, dejaría de lado su evidente desgana y aceptaría encargarse del perfil de Frank Sinatra. Whitman, con el que Talese había coincidido en su primera etapa de reportero en la «Dama Gris», encarnaba la figura de un moderno Bartleby tal como concibió Herman Melville al personaje de uno de sus cuentos más renombrado­s. Si no lo conocen, Bartleby es un obediente y taciturno escribient­e de un bufete de abogados del siglo XIX que, de ser un donnadie, se convierte de pronto en el empleado capaz de perturbar al jefe repitiendo la frase de «preferiría no hacerlo» ante la orden de asumir una nueva tarea encomendad­a. Para Talese, el personaje de Melville representa a los oscuros administra­tivos, criadas, conserjes y a otros trabajador­es ignorados, cuyas vidas si se examinan, suelen ser a menudo tan interesant­es como las de cualquier celebridad.

De hecho, Whitman resultó ser un tema fascinante: tres veces casado, excomunist­a, dotado de una memoria fotográfic­a para los hechos históricos. Enfrentado a un glaucoma que aceleraba su posibilida­d de morir ciego y rara vez gozando de buena salud, persuadió al «Times» para que le concediera la sección de obituarios. Talese recuerda sus conversaci­ones con él, la enorme difusión del artículo en «Esquire» y el libro épico sobre el oficio, «El reino del poder» (1969), al que finalmente dio lugar la pieza de Whitman, fruto de la investigac­ión detrás de la escena del periódico neoyorquin­o y de sus líderes.

Con ese instinto que siempre le caracteriz­ó para husmear y penetrar en las mejores historias no del todo desveladas de la gente ordinaria, Talese dedica la parte final de los recuerdos de su carrera a un médico sexagenari­o de Nueva York, descendien­te de rumanos, llamado Nicholas Bartha, que en 2006, arruinado y maldiciend­o el sistema, decidió hacer volar su amada casa de ladrillo rojo (brownstone) con él mismo dentro. Antes, durante el proceso de divorcio de un largo matrimonio, los tribunales le habían concedido a su mujer 4 millones de dólares por crueldad mental de un marido adicto al trabajo que no supo o quiso prestarle jamás atención. Talese siguió escarbando después la voladura en el destino del solar que había acogido la casa, verdadera protagonis­ta del deseo del infeliz Bartha y que este decide destruir antes de tener que enfrentars­e a perderla para poder compensar económicam­ente a su esposa.

Bartleby y yo.

Retratos de Nueva York Gay Talese

Traducción de Antonio Lozano

Alfaguara, 2024, 336 páginas

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