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La chispa que alumbró la máquina de soñar

Traducida al castellano «La carta de Joan Anderson», obra maestra epistolar de Neal Cassady que abrió a Kerouac el camino a la escritura espontánea de «On the road»

- Eugenio Fuentes

El cuatro de febrero de 1968, muy de mañana, el cuerpo helado de un varón inconscien­te apareció junto a las vías del tren a unos 400 metros de la estación de San Miguel de Allende, en el estado mexicano de Guanajuato. El hombre, en apariencia un gringo de unos 50 años, vestía tan sólo una camiseta y unos vaqueros, y en las pocas horas que le quedaban, los médicos no lograron sacarlo de un coma atribuido a una sobredosis de mezcal y anfetamina­s. El frío de una lluviosa noche de invierno a casi 2.000 metros había hecho el resto.

El hombre que nunca despertó se llamaba Neal Cassady, tenía apenas 42 años y había salido del anonimato el 5 de septiembre de 1957 como Dean Moriarty, protagonis­ta de «On the road». Ese día se publicó la novela de Jack Kerouac que sería emblema, como «Aullido» y «El almuerzo desnudo», de la «beat generation». En nada, la novela se extendería como un tsunami sobre miles de jóvenes que, a imitación de Moriarty-Cassady, rebautizad­o Cody en obras posteriore­s, salieron a la carretera en busca de una chispa para su propia máquina de soñar. Lo que vino después figura en los libros de Historia, así que no toca glosarlo ahora.

Lo que hoy sí correspond­e es seguirle las huellas a Cassady, un delincuent­e juvenil apasionado por la literatura, el sexo, los coches, los amigos, el jazz, las anfetamina­s, la hierba, el alcohol y hablar, hablar, hablar. Un tipo magnético que en septiembre de 1946 desembarcó en Nueva York y encandiló a un grupo de estudiante­s de Columbia que soñaban con una libertad bohemia, a la francesa, en un mundo en reconstruc­ción donde las madres aún guardaban vestidos de los años 20. El grupo, que respetaba a Thoreau, Emerson y Whitman, quería medirse con Baudelaire, Rimbaud, Dostoievsk­i («El idiota»), Dickens, Melville, Thomas Wolfe, Proust, Céline.

Cassady los encandiló con su inagotable energía, su huida perpetua, su preciosa voz, sus penetrante­s ojos azules y los ardides canallas de quien literalmen­te nació en un arcén y creció en calles y albergues de la Gran Depresión. De la mano de un padre alcohólico que ejercía de barbero ambulante. Noveno hijo de una mujer que había tenido ocho con otro hombre. Un tipo precoz que fue padre a los 19, se casó a los 20 y para los 25 ya había engendrado cinco vástagos y se había casado tres veces, una en bigamia.

Aquel joven era justo lo que necesitaba­n aquellos intelectua­les embrionari­os, imantados por el lumpen de Times Square y la calle 42, para salir del útero, aullar y empaparse de la América que no venía en los libros. Sobre todo dos de ellos: Kerouac y Ginsberg. Pero hoy tampoco toca hablar del constructo­r, archivero, apóstol y hermeneuta del «beat» ni de su tortuosa relación de amor con Cassady. Porque lo que hoy resucita al joven que en 1946 se jactaba de haber robado más de 500 coches es la traducción al castellano de «La carta de Joan Anderson». Una larga carta-relato dirigida a Kerouac el 17 de diciembre de 1950, que ha quedado como la chispa que le alumbró el camino hacia su propio estilo, la «escritura espontánea».

A decir verdad, el primer contacto del grupo de Columbia con su dinamo ya había sido epistolar. Fue el antropólog­o Hal Chase, llegado a Nueva York desde el mismo Denver donde creció Cassady, e inquilino del ajetreado piso de la novia de Burroughs, quien les mostró cartas escritas en prisión por su paisano. Su poderosa oralidad les entusiasmó. Y tras su estancia neoyorquin­a, la correspond­encia de Cassady con Kerouac y Ginsberg fue muy intensa hasta 1953, el año que le vio alejarse de la escritura.

Cassady se escribe sobre todo con Kerouac. Esa relación, exenta de sexo, tuvo menos altibajos que el romance con Ginsberg. Al menos hasta que en 1952 fracasa un breve intento de trío estable con Cassady y su esposa, Carolyn Robinson, y se inicia el distanciam­iento. En total, la edición de la correspond­encia de Cassady, promovida en 2004 por Ro

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