Una paradójica retórica
Helga de Alvear recupera a un inclasificable: el pintor José Maldonado. Y con él, toda una cascada de referencias
Maldonado apunta que Atlas Elipticalis (en la galería Helga de alvear) es una indagación sobre la complejidad de los procesos de relación y sobreabundancia de elementos –emocionales o intelectuales, físicos o psíquicos– que ligan o tejen la vida y hacen de ella un estado vibrante en el que nos agitamos… «pero casi nunca sin ofrecer resistencia». Aunque pareciera que nos encontramos ante una modulación de la pintura expandida, lo que nos acoge es una «ficción sónica» (en términos de Kodwo Eshun), un seductor palimpsesto barroco en el que los discursos han sido plegados y dispuestos superficialmente. La referencia explícita a Cage lleva hasta la inspiración que el músico encontró en las investigaciones astronómicas de Antonin Becvár. En esta ocasión, los «mapas estelares» han sido generados por una suerte de «azar en conserva», en el que las colaboraciones de Mieke Bal, Agustín Fernández Mallo, Kenneth Goldsmith y Tálata Rodríguez han quedado sedimentadas como elipsis sonoras en suntuosos campos de color.
ESTA MUESTRA VOCACIONALMENTE ALEGÓRICA nos invita a leer más allá de lo visible, enlazando con el final de Alphaville, de Godard, o compartiendo con Lacan la idea de que la certeza posicional lo es todo. Conviene recordar que Lacan introduce el concepto de «Acto» en su seminario de 1967 que fue interrumpido, con sublime justicia poético-política, por el mayo del 68. Maldonado sabe, entretenido con sus nudos borromeos, que está situado en el paradigma de la paradoja. Si en su anterior expo en la galería Aural el dispositivo fílmico «punctualizaba» detalles arquitectónicos, ahora parece que la cinta realizara una coreografía azarosa mientras lo proyectado propone destellos de un sujeto que se ausenta para sortear la condición de lo in-deseable.
Jugando a las homofonías inquietantes, las operaciones topológico-mnémicas de Maldonado llevan hasta lo «indetectible» (sic). El artista reconoce que su esfuerzo obsesivoparadójico es el de mostrar la imposibilidad de construir una representación de la realidad que sea a la vez plena e íntima. Lo que tenemos a mano, afectados por el mal de archivo, es el «posteo» digital. Y Maldonado hace un uso intempestivo de los post-it(s): los papelitos de colores que nos sirven para dejar de la mano de Dios lo que debería ser recordado adquieren en este Atlas, nada warburgiano, una dimensión acogedoramente hermética. El artista ha trazado figuras retóricas que recuerdan la metalepsis. Acaso el arte sea un apóstrofe que da la cara perdiendo el rostro, un modo anómalo de dar cuenta de lo que nos falta, un recuerdo de lo que olvidamos.