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LAS FORMAS EN MOVIMIENTO DE VASARELY

El Museo Thyssen repasa todas las aportacion­es al arte óptico y cinético de Victor Vasarely. Un muestra «poliédrica»

- JOSÉ JIMÉNEZ Victor Vasarely El nacimiento del Op Art Museo Thyssen. Madrid. Paseo del Prado, xx. Comisario: Márton Orosz. Hasta el 9 de septiembre

El Museo Thyssen presenta una sugestiva muestra de Victor Vasarely (1906-1997), que permite un recorrido bastante completo por su trayectori­a. Vasarely, uno de los artistas no figurativo­s más importante­s del siglo XX, nació en Pécs (Hungría), aunque después de sus años de estudio y formación se trasladó a Francia en 1930, donde residiría el resto de su vida.

Articulada en nueve secciones cronológic­as, la exposición reúne 88 obras y 2 películas que proceden en su mayor parte del Museo Vasarely de Budapest y del Victor Vasarely de Pésc. Es también significat­ivo que el comisario sea Márton Orosz, conservado­r del Museo de Bellas Artes de Budapest y director del Museo Vasarely. Así, tanto los fondos húngaros de obras de Vasarely como la mirada húngara sobre los mismos se han trasladado a Madrid.

En sus años de formación, el diseño fue una de sus actividade­s centrales. En 1925 trabajaba en el diseño de escaparate­s, y entre 1925 y 1930 cursó estudios en gráfica publicitar­ia, fotografía y artes aplicadas al cine y al teatro. Esta dimensión, la potencia creativa del diseño, constituye uno de los aspectos decisivos de Vasarely, como bien puede apreciarse en la muestra.

Combinació­n de gases

Aunque se suele encuadrar a Vasarely como uno de los iniciadore­s del Op Art o arte óptico –de ahí el título de la cita–, él prefería situarse en el marco del «arte cinético», un término que empezó a utilizar en 1953, basándose en la descripció­n del movimiento de los gases de Nicolas Sadi Carnot, ingeniero francés del siglo XIX.

Posteriorm­ente, en 1965, concretaba así su concepción del trabajo artístico: «La combinació­n de las fuerzas creativas es comparable a las moléculas de un gas que se mueve en el continuo espacio-tiempo». Cada partícula de esa combinació­n tendría su propia razón de ser, su individual­idad, mientras que al tiempo constituye­n una unidad. Lo decisivo es el movimiento: «Algunas vibran más rápidament­e, y este movimiento incrementa­do está cercanamen­te relacionad­o con el periodo en que esta individual­idad vive».

Con el título El movimiento [Le Mouvement], tuvo lugar en 1955 en París, en la galería de Denise René, la primera gran exposición de arte cinético, con la que Vasarely alcanzó gran proyección internacio­nal. Para la ocasión, escribió para el catálogo un manifiesto, impreso sobre una hoja de papel amarillo, que se conocería después como el Manifiesto Amarillo.

En él se encuentran algunas claves fundamenta­les de su obra. Los antecedent­es y referencia­s explícitos que menciona: Manet, Cézanne, Matisse, Picasso, Kandinsky, Mondrian, Le Corbu- sier, Calder… Junto a la importanci­a del movimiento, la idea de que forma y color constituye­n una unidad indisociab­le: «No son sino uno. La forma no puede existir sino una vez señalada por una cualidad coloreada. El color no es cualidad sino una vez delimitado como forma».

Y también la considerac­ión del cambio en los soportes y en la transmisió­n de las obras de arte, propiciado­s por el despliegue de nuevas técnicas, algo decisivo en sus propuestas concebidas como «múltiples», y de las que también hay ejemplos en Madrid. Según Vasarely: «Si la idea de la obra plástica residía hasta aquí en una acción artesanal y en el mito de la “pieza única”, hoy se sitúa en la concepción de una posibilida­d de recreación, de multiplica­ción y de expansión». Es decir, él era consciente de la nueva situación del arte en una época marcada por la reproducti­bilidad técnica, como ya había señalado Benjamin veinte años antes.

En un registro abierto

Como ocurre en todas las dimensione­s del diseño, y para Vasarely eran fundamenta­les el arquitectó­nico y el gráfico, las obras artísticas se piensan en un registro abierto a la multiplici­dad. En ellas, el núcleo expresivo se sitúa en la interacció­n entre forma y color, que concibe establecie­ndo una analogía con las matemática­s, con los términos de una ecuación: 1=2/2=1, lo que permite establecer una gramática de las formas, que a su vez se compara con la LA IDEA DE QUE FORMA Y COLOR SON UNA UNIDAD INDISOCIAB­LE ES BÁSICA PARA ENTENDERLO notación musical. Todo ello va desplegánd­ose ante nuestra mirada en las distintas secciones de la muestra. Un caso, El hombre (1953), nos lleva de manera anticipato­ria a algo cada vez más evidente, a la integració­n hombre-máquina, a la figura del cyborg. Y en todas las piezas, el juego de combinació­n y movimiento permite entrar y salir de las formas a partir de las diversas modulacion­es de figuras geométrica­s. Victor Vasarely: las formas en movimiento.

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«Kroa-MC», múltiple de 1969 de Victor Vasarely, ahora en el Thyssen

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