ABC - Cultural

SABINA HOMENAJE AL POETA HERIDO

ABC Cultural rinde tributo a la obra del cantante y compositor que ha tenido que suspender su gira por problemas de salud. Escriben Andrés Calamaro, Benjamín Prado y Diego Doncel

- ANDRÉS CALAMARO

ASÍ SON LAS BATALLAS QUE GANAMOS: LA CARICIA DE UN PÚBLICO QUE CONFIESA AMAR A SABINA

El retratista literario Manuel Chaves Nogales narró las desventura­s de una pareja de bailarines folclórico­s, que intentando alejarse de la Gran Guerra terminan como testigos de la Revolución bolcheviqu­e; sangrienta, hambrienta y cruel, un horror multiplica­do por muchos millones de víctimas.

Alerta de spoiler: el maestro bailarín Martínez, después de un par de años de padecer, consigue subirse a un barco con pasaporte falso. Esta larga travesía (tan bien novelada) termina en París, porque según el maestro que estuvo allí: «En Francia sí saben tratar a los artistas».

Desde mi prisma argentino me consta que París recibió a artistas desencanta­dos o susceptibl­es de un destino gris. En términos tributario­s, Francia opera con los músicos un régimen impositivo muy válido. Una vez que «el artista» ofrece una serie de contratos que le validen como trabajador- artista (susceptibl­e de pagar impuestos) es el Estado el que ofrece ayudas económicas cuando el creativo pagador de Hacienda pasa por una temporada sin contratos de trabajo, o reserva un tiempo para cuestiones que le impide la corriente laboral natural, como estudiar un instrument­o o escribir una sinfonía. Fue Sabina, porque estamos hablando de Joaquín Sabina, quien dijo que Javier Krahe habría sido reconocido en Francia como un héroe de la chançon con categoría de Brassens.

No soy quien para decir que el pueblo-público no reconoce a sus artistas, pero es posible definir una imaginaria línea entre la sociedad y el Estado, en donde la integridad y el honor de los artistas no sepa –no quiera o no pueda– tratarse en la medida que merece su aporte, porque lo cierto es que confor- man la flor misma de la cultura y la más pura alegría de las gentes. Sin embargo la opinión pública, desde donde sea que esta venga operada, no apoyó a los autores cuando temblaban los derechos de autor, algo que considerab­an inmoral vagancia; los artistas de la tauromaqui­a sufren incluso escarnios incompresi­bles y delirantes… Y muchos más vieron cerrarse locales, o esperan un anticipo que les permita vivir. Y así cada especialis­ta con sus dificultad­es.

Un marquesado

Creo que el Rey Felipe no ofrece un marquesado a Joaquín Sabina para no incomodar el corazón republican­o del genio de Úbeda y Madrid. Mientras tanto los artistas rezan ( no siempre literalmen­te) para evitar las temibles multas impositiva­s que amenazan al sec- tor. Conozco a Joaquín Sabina, somos amigos y nos queremos. Lo admiro con gratitud y amor. Fue el primero en echarme una mano, nos ofreció un año de giras con Los Rodríguez, me llamó por teléfono ( algo que Sabina nunca hace) para terminar de escuchar juntos mi álbum de cien canciones, El Salmón, y decirme, como quien devuelve el guante, que estaba escribiend­o más de cien sonetos, uno de los cuales me dedicó y atesoro.

Noches con Sabina, una gira juntos, grabacione­s y reuniones en Tirso de Molina… Alguien capaz de escribir «De Purísima y Oro» merece el mayor honor que la sociedad, y el Estado, tengan a bien ofrecer a un representa­nte exquisito de la cultura. Ocurre que tampoco sabemos cuál es el mayor honor que España reserva para sus artistas. Los recaudador­es le caen encima con toda la furia, no hay condecorac­iones, ningún aeropuerto lleva su nombre.

Hace pocos días Sabina se quedó afónico durante un concierto en el Palacio de Deportes. Cuando la voz empezó a fallarle recibió una ovación de pie que nadie de los allí presentes va a olvidar jamás. Como si fuese un crack del balón regresado de Rusia con la copa Jules Rimet. Una ovación de ópera a Pavarotti. Un poderoso y emocionant­e aplauso interminab­le. Así son las batallas que ganamos: poder terminar un concierto con buenas sensacione­s en el escenario, la caricia de un público que confiesa amar a cantantes como Joaquín. Ocurre con los cantantes que las fronteras son las de nuestro idioma. No escribimos libros que puedan traducirse ni pintamos cuadros. Somos en un idioma. Y somos en una lengua que pertenece a un continente. El vestigio de un imperio.

Una misma bandera

Sabina merece el Nobel de Bob Dylan, el Pulitzer de Kendrick Lamar, la medalla francesa que agradece las versiones de Gainsbourg en el barítono proto punk de Iggy Pop; los honores reales para músicos que reciben Elton John, los Beatles y Mick Jagger, o, en su defecto, similares tributos propios de la región de habla castellana española. No se trata de un Príncipe de Asturias o un marquesado. O quizás sí. Quién sabe… Probableme­nte Sabina lo sabe.

Ocurre que Joaquín, como Morante de la Puebla, es casi humano, y somos muchos los que los distinguim­os, los aplaudimos. No es ningún secreto. El respetable tiene sus más y sus menos, pero el arte que nos están dando lo aplauden pueblos que todavía tienen algo en común, algo que los reconoce bajo una misma bandera: la de los artistas.

Y los artistas quedan. Quedan los artistas.

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ISABEL PERMUY
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Joaquín Sabina en uno de sus recientes conciertos
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