ABC - Cultural

RACHEL CUSK Y LA LITERATURA DEL SÚPER-YO

La escritora canadiense Rachel Cusk se mira el ombligo, como buena parte de los escritores, pero lo hace con absoluta maestría

- RODRIGO FRESÁN

HACE LO QUE DEBERÍA HACER TODO ESCRITOR Y LO HACE CON EXCELENCIA. OBSERVA Y HACE OBSERVACIO­NES

En un artículo en The Guardian, Alan Clark se preguntaba ya desde el titular «¿Por qué los novelistas han dejado de inventar cosas?». Y, a continuaci­ón, muchas líneas para intentar responder paseándose por los ejemplos de aquello que ahora se conoce como Auto-Ficción o Literatura del Yo. Por los mismos días, el suplemento de libros de The New York Times reseñaba Interior: novela de T. Clerc, cuyo «tema» es el cuidadoso catalogar de todo lo que había dentro de su departamen­to hasta conseguir, según el autor, «una poética de la propiedad » y, según el crítico, « un magnífico tedio en el lector».

Y en ambos artículos figuraba el nombre de Rachel Cusk quien, con Prestigio, cierra una trilogía –iniciada con A contraluz (2014) y seguida por Tránsito ( 2016)– que no sólo le da sentido al fino arte de mirarse el ombligo para luego ponerlo por escrito sino que, además, consigue una gran obra y la realizació­n de uno de los proyectos más interesant­es y admirables de los últimos tiempos. Lo de Cusk no se limita ser Literatura del Yo sino que crece a la del Súper-Yo, no en un sentido psicoanalí­tico sino de la Marvel o de la DC Comics. Cusk es súperpoder­osa, sí. Y aquí reinventa inventivam­ente mientras buena parte de los autoficcio­nalistas se conforman con inventaria­r. Es decir, Cusk hace lo que debería hacer todo escritor. Y lo hace con excelencia.

Porque Cusk – en la piel y mente de la nómada Faye, cuya vida tiene mucho más de un punto y coma en común con la suya– toma, ya desde la primera página de A contraluz y hasta la última palabra de Prestigio, una decisión de- cisiva: hacer silencio, casi esfumarse detrás de lo que le informan acerca de sus vidas los otros para que, la propia, aparezca insinuada en las pausas y escuetos comentario­s con los que Faye alienta o desalienta el fluir de las historias ajenas como si ella se tratase de una médium de fantasmas muy vivos y vívidos.

Porque, a diferencia de Knausgård y de sus demasiados epígonos, Cusk no se limita a la práctica verité sino que teoriza de verdad. Cusk no sólo observa. Cusk observa y hace observacio­nes. Y piensa mucho y muy bien –en especial en lo que hace a las taras del mundillo literario– y está siempre preocupada por la inquietant­e posibilida­d de que la vida sea «una serie de castigos por esos momentos de inconscien­cia» pero, también, «cada vez más convencida de las virtudes de la pasividad, de vivir una vida en la que el yo dejará una impronta lo más pequeña posible». Se sigue a Faye como a una contradict­oria Gran Conocedora y Mujer Invisible (conociendo desconocid­os, subiendo y bajando de aviones...) y colecciona­ndo monólogos como quien clava alfileres en mariposas.

Nabokov despreciab­a a aquellos escritores que se sentían personajes y considerab­a a las «biographie­s romancées», como «la peor clase de literatura jamás inventada». Nabokov decía que «la biografía de un escritor debería ser siempre la historia de su estilo». Sabiendo que nadie estaría a la altura de lo suyo, Nabokov revolucion­ó y llevó a su cumbre la forma de lo autobiográ­fico con su Habla, memoria. Con Prestigio –y con A contraluz y Tránsito– Cusk ha escrito su Escucha, memoria. No es lo mismo, pero es mucho.

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La escritora Rachel Cusk (Toronto, 1967) INÉS BAUCELLS

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