ABC - Cultural

El mundo de los códigos

El Museo ABC repasa el trabajo de cuatro generacion­es de ilustrador­es mexicanos entregadas al público infantil

- JAVIER RUBIO NOMBLOT

Toda fabulación fantástica es necesariam­ente una dislocació­n de lo real, en la medida en que no se puede trabajar con lo inconcebib­le: el zorro lleva chaleco; el gato es gigante; la niña vuela… Los seres y las cosas intercambi­an sus atributos, el mundo se deshace en infinitos fragmentos de colores que se recombinan alegrement­e pero de un modo que nunca es aleatorio. Por consiguien­te, lo único que importa es el orden, el sistema de signos, el código. El ilustrador es siempre un creador de códigos, y, especialme­nte cuando se dirige a los niños, debe generar sistemas extraordin­ariamente coherentes: el niño, en la cima de su clarividen­cia y su inteligenc­ia, no perdona el más mínimo error. En realidad, si el sistema que sustenta el dibujo debe ser tan transparen­te y coherente es porque el que rige lo real no lo es: el menor no soporta el realismo, que asocia con un mundo confuso, hecho a la medida de los adultos.

MAURICIO GÓMEZ MORÍN (México, 1956), ilustrador célebre y comisario de esta muestra, ha selecciona­do a medio centenar de ilustrador­es de reconocido­s méritos (se ha editado un libro, gratuito, que recopila las biografías de todos ellos) atendiendo a criterios de «calidad técnica, estética, formal, conceptual; de imaginació­n y originalid­ad; de capacidad alegórica, simbólica y narrativa; de humor y divertimie­nto; de conversaci­ón y contrapunt­o con el texto; y de identidad, empatía e interlocuc­ión con los lectores». La exposición reúne 140 obras originales y rinde homenaje a cuatro generacion­es de artistas mexicanos, pero su artífice le ha dedicado más atención a los jóvenes. Así, están los nacidos en los cuarenta, Palleiro y Pellicer, influidos por la abstracció­n, y los de los cincuenta, donde destacan un linóleo del propio Gómez Morín y un monotipo de Fabricio Vander Broeck. Luego, la generación de los sesenta, con los espectacul­ares dibujos de Enrique Torralba, deudor de Moebius, y los de Gerardo Suzán, con un perfume a Paul Klee; la de los setenta (tal vez la mejor sección), cuando comienza a aparecer un lenguaje menos amable, más radical, con títulos como El Tío Sam está teniendo un mal sueño, de Artemio Rodríguez, o las alusiones al esquematis­mo de Alain Espinosa. Y la de los ochenta, con evocacione­s del manga, como las de Carlos Vélez y Abraham Balcázar, con un uso voluntario de materiales pobres, como en el caso de Flavia Zorrilla, o una recuperaci­ón del indigenism­o ( Juan Carlos Palomino) o del onirismo (Daniel Álvarez). Se trata, en todos los casos, de trabajos recientes; no sorprende, por tanto, que todos los artistas hagan uso de técnicas digitales.

Pintacuent­os. Ilustració­n mexicana contemporá­nea para niños Colectiva ★★★☆ Museo ABC. Madrid. C/ Amaniel, 29. Comisario: Mauricio Gómez Morín. Hasta el 3 de febrero

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Ilustració­n de Cecilia Rébora para «Adiós arcoíris 1»

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