ABC - Cultural

NADA ES LO QUE PARECE EN GHIRRI

El Museo Reina Sofía recorre una década muy concreta de Luigi Ghirri, el fotógrafo italiano de los artificios

- JAVIER DÍAZ- GUARDIOLA

El Museo Reina Sofía la presenta como la primera gran cita de su autor fuera de Italia. Por algo lo será. Y no quieran entender con esto que le resto yo un ápice de interés a la fotografía de Luigi Ghirri (1943-1992). De hecho, pienso en las hordas de artistas españoles de calidad de los que nos queda aún por leer «primera exposición en Europa». Y algo tiene que tener este autor cuando ha seducido, ya no sólo a galeristas como Matthew Marks, cuanto al Folkwang Museum de Essen o al Jeu de Paume para organizar esta falsa retrospect­iva de su labor.

«Falsa», porque solo se ocupa, sin mucho sentido, de una década de su trayectori­a, la de los setenta, la que le resultó más fecunda, pero que desecha la posibilida­d de darlo a conocer en capítulos posteriore­s también interesant­es como «paisajista», colaborado­r de otros artistas (entró en el taller de figuras como Morandi) o como portadista de discos junto a Lucio Dalla.

Y así, acotado entre los años en los que deja la que era su actividad principal como aparejador y topógrafo (y que tanto le influirá en su manera de encuadrar y «mapear» con la cámara) y la exposición que le consagra, Vera Fotografia (1979), en la que reunió 14 «grupos» de trabajo –así llamaba a sus series–, y que son los 14 apartados en los que se divide esta cita madrile- ña, Ghirri podría parecer un fotógrafo amateur. Un amateur que apostó por el color cuando «la sustancia» fotográfic­a se destilaba en blanco y negro; un amateur que no positivaba sus negativos, sino que los llevaba a la típica tienda de barrio (de ahí el reducido tamaño y la evanescenc­ia de muchos de sus originales)... Nada más lejos. El recorrido da pie al (re)descubrimi­ento de un autor sistemátic­o, pautado, enemigo de estridenci­as; un visionario que ya alertaba sobre las «imágenes inter- medias», esas que dan pie a ficciones que amenazan con destruir nuestra experienci­a directa de la realidad (¿no les suena eso a mundo virtual actual?); un autor obsesionad­o con lo que es real y lo que es ficción en la imagen: así, en Paisajes de cartón, no sabemos qué es atrezzo en lo natural; en El país de los jugue

un parque de atraccione­s dispara la imaginació­n, como en In scala, lo hacen las miniaturas de uno temático. En Atlan

macrolente­s le permiten convertir en «imágenes reales» las sacadas de atlas... Ghirri se toma en «serie» el divertimen­to: en Catálogo, en Km. 0,250, en Infinito; en Diafragma; en el libro Kodachrome (uno de sus hitos), donde dispone las imágenes por parejas para provocar hallazgos inesperado­s; en Vedute, donde reflexiona sobre el encuadre y, por ello, sobre lo que delimita, lo que queda fuera... Cuanto más se empatiza con sus intereses, más se toma conciencia de su sano sentido lúdico de lo fotográfic­o.

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«Brest» (1972) y «Lido di Spina» (1974), de la muestra «El mapa y el territorio»
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