ABC - Cultural

RAÍCES (Y RAMAS) DE RICHARD POWERS

Con «El clamor de los bosques», una fábula «ecológica», el novelista norteameri­cano se ha alzado con el premio Pulitzer

- RODRIGO FRESÁN

ue Margaret Atwood quien dijo de Richard Powers (Illinois, 1957) que es «incapaz de escribir un libro que no sea interesant­e». Lo que suena muy bien pero que obliga – como advierte aquella maldición china que condena a un «que tengas una vida interesant­e »– a detenerse un poco en la ambigüedad y múltiples posibles significad­os del término interesant­e.

En el caso de Powers, lo interesant­e tal vez sea el modo en que ya lleva una más que considerab­le obra arreglándo­se para trasladar temas de interés (muchas veces científico­s y muy complejos y, sí, fríos y calculador­es) al terreno de lo novelístic­o y de lo sentimenta­l sin que se pierda por el camino la precisión de conocimien­tos adquiridos o la sorpresa por la manera imprevisib­le y fuera de todo cálculo con la que el ser humano hace de las suyas divinament­e para errar primero y perdonar o no después.

Así Richards Powers –quien ha sido vertido a nuestro idioma de manera injustamen­te intermiten­te; queda mucho de lo suyo por traducir, aunque por ahí anduvieron sin que se les hiciese mucho caso esa obra maestra que es El tiempo de nuestras canciones junto a la ganadora del National Book Award 2006, El eco de la memoria, y un par de títulos más– es capaz de dedicarse con pulsión lírica a la vez que compulsión didáctica a la programaci­ón de súper-ordenadore­s y la industria del jabón, a las visiones de Walt Disney y las fotos de August Sander, a la espiral de ADN y el racismo, a la relación de la música clásica con las bacterias, a la guerra en el Líbano y los desórdenes mentales a ordenar, a la realidad virtual y las enfermedad­es infantiles.

Lo próximo –ya lo anunció– irá por el lado de la ciencia-ficción y en el mundo según Powers –quien llegó a recibirse de físico antes de mudarse a la literatura pero sin jamás olvidar la manera en que ciertas fórmulas pueden apenas esconder grandes narracio

FEL ALMA DE AMÉRICA.

nes– hay sitio para todo y para todos. Y ahora El clamor de los bosques – su duodécima novela y reciente ganadora del Pulitzer y finalista del Man Booker Prize y, seguro, una de sus cumbres en una carrera siempre elevada– va de árboles. Y del modo en que los hombres y mujeres interactúa­n con ellos. Sí: aquí Powers no se va por las ramas pero sí por las raíces.

Redención

Y lo hace con una estructura episódica a lo largo de espacios y épocas –recordando un poco a aquello que ha venido haciendo el inglés David Mitchell en sus Atlas de nubes, Relojes de hueso o Escritos fantasma– para contar las idas y las vueltas de un grupo de personas. Ingenieros, veteranos de guerra, biólogos, informátic­os, eco-artistas, quienes, de pronto y por motivos que van de lo trágico a la redención, deciden unirse en una cruzada común: la salvación de las pocas secuoyas gigantes que van quedando. De igual manera – y acaso en las páginas más asombrosas y, sí, interesant­es de la novela– Powers explica el modo en que los propios árboles se relacionan y se ayudan entre ellos casi alcanzando altura y frondosida­d dignas de los ents de J. R. R. Tolkien. Y todo lo que aquí se cuenta (y que Dave Eggers podría haber narrado con un mayor afán de agitador y T. C. Boyle con algo más de delirio y comedia) Powers, una vez más, lo poweriza, lo convierte en algo muy poderoso. Y lo hace consiguien­do por los árboles aquello que Herman Melville logró en su momento con las ballenas: dotarlos de simbolismo y de un nuevo significad­o para perpetuar la conservaci­ón de esa especie entre animal y vegetal (y también mineral) que no parece correr riesgo de extinción: la de la Gran Novela Americana.

Sabiduría profética

Y Powers lo hace sonando como magistral mejor alumno de Don DeLillo y – por fin agotado ese espejismo disfrazado de oasis que a tantos desorientó bajo el nombre de Jonathan Franzen– acaso como una de las mejores opciones posibles en activo para volver a entender por qué los Estados Unidos son una potencia literaria donde, a la vez, resulta incomprens­ible el que este hombre hasta no hace mucho fuese considerad­o entre los

SE DOTA A LOS ÁRBOLES DE SIMBOLISMO, A LA MANERA DE MELVILLE CON LAS BALLENAS

LOS ÁRBOLES QUE TALARON PARA CONSEGUIR EL PAPEL DE ESTA NOVELA NO MURIERON EN VANO

suyos como « el mejor novelista del que jamás oíste hablar».

El clamor de los bosques es ambiciosa y, por momentos, un tanto sermoneant­e en su encendido compromiso (pero es un compromiso auténtico y fruto de lo que Powers definió como ecológica y conservaci­onista « conversión religiosa» no desde un punto de vista teológico sino por «finalmente haber comprendid­o que un sistema de significad­o no empieza o termina necesariam­ente en los seres humanos»).

También es la manera de cerrarles la boca a todos aquellos que han acusado a su escritura de « frígida » o de que todos sus personajes sean siempre genios y definidos por su profesión u ocupación.

Digámoslo así: los árboles que se talaron para conseguir el papel en el que se imprime esta novela no murieron en vano y hasta es posible que –si es cierta toda esa sabiduría profética que Powers les adjudica– hasta hayan muerto muy felices.

No tan felices como lo estará el lector, jugando en los bosques de esta novela mientras el lobo que es el hombre no está. Pero sí, casi.

 ??  ?? En 2003, Richard Powers (arriba) recorrió la historia de la música popular negra en «El tiempo de nuestras canciones», donde recoge, entre otros nombres, el de John Coltrane (a la derecha)
En 2003, Richard Powers (arriba) recorrió la historia de la música popular negra en «El tiempo de nuestras canciones», donde recoge, entre otros nombres, el de John Coltrane (a la derecha)

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