Un genio de la distancia corta
José Ramón Sánchez es Premio Nacional de Ilustración 2014 l tiempo pasa a una velocidad supersónica. Parece que fue ayer cuando celebrábamos el segundo centenario de Poe (1809-2009) y resulta que ya han pasado diez años desde entonces y estamos celebrando el segundo centenario del nacimiento de Melville. Los reúno al comienzo de esta glosa porque ambos me parecen, Edgar Allan Poe (18091849) y Herman Melville (1819-1891), las dos estrellas más fulgurantes del firmamento literario norteamericano (y mira que no faltan estrellas para acribillar ese cielo).
De Melville uno recuerda siempre de primeras Moby Dick (1851), su inmortal novela, que a mí me parece genial, pero que estaría todavía mucho mejor si no pretendiera convertirse, a las veces, en una enciclopedia de cetología. Siendo un genio sin paliativos a lo largo y ancho de toda su escritura, a mí el Melville que más me interesa es el de distancia corta, o sea, el de The Piazza Tales (Nueva York, 1856), huéspedes de esas tres maravillas narrativas que son
EBartleby, el escribiente, Benito Cereno y Las Encantadas, que es como decir que ese libro alberga tres de los relatos más sugestivos de las letras decimonónicas universales.
También me fascina Billy Budd, marinero, pero tan preciosa nouvelle no vio la luz sino póstumamente (Londres, 1924), rescatada del olvido por Raymond M. Weaver, profesor de la Columbia University. Los cuatro títulos citados son mi póquer de ases en la baraja melvilleana. Lo dicho no quiere decir, en modo alguno, que deje de parecerme Moby Dick la piedra angular del edificio creativo de Melville, su opus magnum, lo mismo que el Fausto de Goethe, el Quijote de Cervantes o el Ulises de Joyce son los opera magna de esos autores, pero sin olvidar que también fueron capaces de forjar, respectivamente, joyas tan valiosas como Werther, las Novelas ejemplares o Dublineses.
Lo aparentemente menor puede ser susceptible de convertirse en mayor solo con que el lector se lo proponga.
LUIS A. DE CUENCA
ejemplo, tiene que ser aterrador. El misterio de la vida puede esconderse detrás de un rostro humano. Lo mejor de Van Gogh –y no me estoy comparando con él, que quede claro– no son «Los girasoles» ni «La noche estrellada», sino sus autorretratos, porque reflejan su alma. Mantener la identidad de los personajes, sus cicatrices –sin cambiarlas de lado–, el sombrero... El cómic es una disciplina dificilísima, y yo conté para este proyecto tan especial de «Moby Dick» con la ayuda del editor Jesús Herrán.