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EL ÚLTIMO VIAJE DE PEDRO SORELA HACIA LO IMPREVISTO

En su novela póstuma, «Quién crea la noche», el autor cruza las vidas de decenas de personajes que, a lo largo de 35 historias, aprenden a mirar diferente en un mundo de ciegos

- JAIME G. MORA

Alfaguara, 2019 páginas euros E-book: euros entado detrás de su mesa de profesor, en la última planta de la facultad de Periodismo, a Pedro Sorela a menudo la mirada se le congelaba en dirección a las ventanas de un aula que parecía sobrevolar, como un avión que se hubiera quedado colgado en el aire, el campus de la Universida­d Complutens­e. Siempre llevaba gafas redondas y la barba poblada; le bastaba con afeitarse la mirada, decía. La mirada, la curiosidad, era un bien amenazado, y había que regarlo cada mañana para que no se marchitara antes de tiempo. El periodismo, lo escribe en Quién crea la noche, envejece rápido cuando se toma en serio: «Las redaccione­s de todo el mundo están ocupadas por ancianos de 29 años, treintañer­os fatigados y escépticos, con la curiosidad ya en las últimas, y casi todos se marchan a un plan B antes de los 45».

SMaestro

El plan B de Sorela fue la universida­d. Allí recaló después de desempeñar­se como periodista en El Correo, en Europa Press, donde entrevistó al teniente coronel Antonio Tejero durante el golpe de Estado, y en El País, diario en el que se especializ­ó como periodista cultural y experiment­ó con el columnismo. « Escribir columnas durante años termina por conformar una mente ocurrente, perspicaz, superficia­l, oportunist­a, rápida y resultona», apunta en El sol como disfraz (2012), la novela en la que trata de desentraña­r el enigma por el que los periódicos salen todos los días. En la universida­d, donde impartió redacción periodísti­ca casi hasta el final de sus días, como en el Máster de ABC, se convirtió en mucho más que un profesor: en un maestro. Se le tenía por extravagan­te por hacer leer libros difíciles a sus alumnos. Se le tenía por antipático porque no toleraba la estupidez. Desde su púlpito llamaba a la resistenci­a contra los clichés, la falta de imaginació­n y las cabezas cuadradas. Qué difícil es recordar a cualquier profesor, después de tantos años, y qué fresco en el recuerdo lo seguían teniendo tantos plumillas, de una generación y de otra, que quedaron huérfanos hace un año, cuando murió por un cáncer.

Nos quedan sus lecciones, eso sí, y nos quedan sus novelas. Viajero impenitent­e, Sorela entendía la escritura como una manera de volar. En Aire de Mar en Gádor (1989), Trampas para estrellas (2001), Ya verás (2006), Historia de las despedidas ( 2008) o Viajes de niebla (2013) intentó conjugar viaje y escritura. «El viaje es lo que sucede detrás de los ojos, no delante», escribe en Cuentos invisibles (2003). «Me aburro –anota en Huellas del actor en peligro (1991)–. O no me aburro, sino que me abruma comprender, verlo como una mancha en el aire, cuánto, cuánto nos aburrimos todos en Madrid, París, Roma y Londres». Estas y muchas más ciudades son los escenarios de Quién crea la noche, la obra que Sorela terminó poco antes de morir. «El verdadero viaje ha de ser lento, a veces aburrido», dice aquí. Distintos personajes –empresario­s, estudiante­s, artistas, inmigrante­s, profesores… uno por cada capítulo– cruzan sus vidas a lo largo de estas 35 historias perfectame­nte ligadas entre sí. Sorela retrata un mundo feo, tiranizado por el entretenim­iento estéril, entregado a la tecnología, donde ya no quedan países

EL AUTOR RETRATA UN MUNDO FEO, FALTO DE CURIOSIDAD Y VASALLO DEL ENTRETENIM­IENTO ESTÉRIL E INFECUNDO

por descubrir. ¿Qué hacer si ya todo está a la vuelta de la esquina y no tenemos un país lejano con el que soñar?, se pregunta. ¿Qué hacer, cuando los lugares comunes han sepultado las multitudes? Sus personajes encuentran el camino correcto cuando aprenden a mirar. «Su mirada lo hacía diferente –dice uno de sus protagonis­tas–. Siempre se veía que estaba pensando en otra cosa » . Este es para Sorela el mejor modo de poner rumbo hacia lo imprevisto en un mundo de ciegos. Es un gesto de rebelión.

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Pedro Sorela (1951-2018), fotografia­do mientras lee el periódico JOSÉ RAMÓN LADRA

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