ABC - Cultural

BRUCE NAUMAN VINO PARA TOCARNOS LAS NARICES

Uno de los artistas más influyente­s en el discurso contemporá­neo no exponía en España desde hace 25 años. El Museo Picasso de Málaga le abre sus puertas en una cuidada muestra

- LAURA REVUELTA

UN PULSO AL BUEN HACER. ruce Nauman nace en Fort Wayne, Indiana, en 1941, y ahora, a sus 78 años, vive en medio de la nada (de la inmensa geografía estadounid­ense, a la que no accede ni el mismísimo Google Maps con su ojo de halcón tridimensi­onal. No es una boutade esto que les cuento, sino una realidad pixelada en la pantalla del móvil), de donde nadie le saca ni por todo el oro del mundo; ni aunque la exposición se celebre en el Museo Picasso de Málaga y tenga la posibilida­d de acercarse a miles de espectador­es, ni lleve 25 años sin exponer en España, o Picasso fuera su primer referente, como el de casi todos los creadores de su generación, para luego renegar en procesión a lomos del caballo desbocado del dadaísmo, de Samuel Beckett, de Wittgenste­in, de John Cage, de Merce Cunningham, de todo aquello que suene a experiment­al o a anticonven­cional... A ininteligi­ble, para ser claros y concisos.

Es decir, que Bruce Nau

Bman, uno de los grandes artistas de las últimas décadas –amén de uno de los más cotizados, en el top 10, cuando no se encarama entre los 5 primero puestos de creadores hiper caros y compitiend­o con paparrucha­s como Jeff Koons o Damien Hirst– se va a quedar sin conocer de primera mano la excelente exposición que le dedica el centro malagueño bajo el título de Estancias, cuerpos y palabras.

En el laberinto

No les exagero en la descripció­n anterior. Sólo pretendo con todos estos datos describir y definir a Nauman como un artista encerrado (que no perdido) en su laberinto –llámese rancho o casa de similares caracterís­ticas–en el que también ansía encerrarno­s (perturbarn­os) a todos aquellos que acudimos a intentar entender por enésima vez de qué van sus esculturas de cabezas boca abajo colgadas de un alambre; sus pasillos cerrados y estrechos que van a dar a una pantalla de vídeo donde te sorprende (o te asusta) tu propia figura grabada por la espalda y sin previo aviso; sus payasos chillones que increpan la calma de una sala y parecen estar a punto de salirse de una pantalla de televisión para pegarte un mordisco en plena cara; sus rótulos luminosos que alteran el significad­o de las palabras según se encienden y apagan las luces, sus fotografía­s retorcidas...

No obstante, hay veces que no hace falta entender demasiado para darte cuenta de que te sitúas delante de un gran artista que va a lo suyo y que, precisamen­te, esa indiferenc­ia a la corrección, a la norma, a lo pautado, a veces te saca de tus casillas y te toca las narices y te provoca una incertidum­bre en absoluto impostada ni vendida a los mercados de la rareza, por mucho que

LA CITA NO SÓLO LE HA ABIERTO SUS SALAS, SINO OTROS RINCONES DEL MUSEO HASTA LA FECHA VEDADOS

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Bajo estas líneas, «Sin título (Círculo de manos)», obra del norteameri­cano de 1996

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