EL ÚLTIMO «MUCKRAKER»
Seymour M. Hersh, el periodista que destapó la masacre de My Lai y las torturas en Abu Ghraib, repasa su carrera en «Reportero»
eymour M. Hersh (Chicago, 1937) andaba por la redacción de The New York Times como de costumbre, «algo desaliñado, despeinado, medio descamisado». Tenía un despacho para él solo porque pensaban que así se adaptaría mejor a la vida en la redacción, después de unos años frenéticos destapando desde Washington las mentiras del Watergate. Hersh, un «lobo solitario» ajeno a las rutinas diarias del periódico en Nueva York, tenía serias dificultades para tratar con sus superiores. Aquel día solo estuvo a punto de tirarle un artículo a la cara del director, le gritó y lo llamó loco. En otra ocasión, asqueado con los correctores, Hersh lanzózó su má-máquina de escribir por la ventana del despacho y se marchó a su casa. Le estaban estropeando su reportaje. Al día siguiente, con la ventana repuesta, el di-rector le informó dee que en el diario esta-aban colapsados por elel trabajo que les estababa llevando editar un ar-rtículo para que pudiera ser publicado: «Si yo fuera un periodista cuyo trabajo necesitara de tantas correcciones, me sentiría ligeramente avergonzado y estaría inmensamente agradecido. A diferencia de ti y de mí, los correc
SUN «LOBO SOLITARIO» »
ttores implicados son ppersonas civilizadas». Hersh es uno de los últimosú «muckrakers» – removedores de basura en inglés– del periodismo americano. Deudor de los plumillas que a principios del siglo XX denunciaronciaron lal corrupción política y los trapos sucios de las élites, es el periodista de investigación que más se ha afanado en desvelar las mentiras gubernamentales. «No puedo mirar para otro lado», apunta en Reportero, unas memorias que no quería escribir. En realidad, habría querido publicar el libro que tiene entre manos sobre Dick Cheney, quien fuera vicepresidente de Bush. Pero no puede hacerlo aún, dice, porque en él hay demasiada información secreta y pondría en riesgo a sus fuentes.
Fuentes anónimas
En Reportero hace balance de toda una vida levantando alfombras. En 1970 ganó el premio Pulitzer por descubrir la masacre de cientos de civiles perpetrada por las tropas estadounidenses durante la Guerra de Vietnam. Después pasó al Times, donde recibió el encargo de cubrir el Watergate. Gracias a sus informaciones, la Dama Gris logró recuperar el terreno perdido con The Washington Post, el medio que llevó la delantera sobre las irregularidades que acabarían con la presidencia de Nixon.
Con un instinto único y un punto de inconsciencia irresistible, se buscó en Kissinger un enemigo para siempre al descubrir el espionaje de la CIA a ciudadanos estadounidenses y el papel de la Casa Blanca en el golpe contra Salvador Allende. Desde 1979 no trabaja de manera continuada para ningún periódico. «Los periodistas de investigación acaban cansando –presume–. Los editores se cansan de artículos difíciles y de reporteros difíciles». Ha compaginado las investigaciones para sus numerosos libros con colaboraciones en medios de primera línea. En The New Yorker publicó las torturas a los prisioneros de la cárcel iraquí de Abu Ghraib. El uso de fuentes anónimas, por las que tanto ha peleado a lo largo de su carrera, ha puesto últimamente en cuestión su labor. The New Yorker le rechazó un reportaje que refutaba la versión oficial sobre la muerte de Bin Laden y desde entonces escribe para medios de menor difusión.
«Permitiré con gusto que la historia sea la juez de mi obra reciente » , se defiende. A sus 82 años, Hersh está curtido en mil batallas. Reportero quizá sea la última autobiografía de un superviviente de la era dorada del periodismo.
«LOS PERIODISTAS DE INVESTIGACIÓN ACABAN CANSANDO. LOS EDITORES SE CANSAN DE ARTÍCULOS DIFÍCILES»