Imágenes «dopo Roma»
l pintor Gregorio Prieto lo mandaron a Roma en 1929 para atemperarlo. Allí, en la Academia de España, recuperaría «la ribera de la sensatez estética y técnica». No sabían lo que hacían. En ese escenario coincidió con Eduardo Chicharro, el «literaloide», lo que dio pie no solo a la primera incursión de la fotografía en esta sacrosanta institución, sino a un proyecto de tintes no solo vanguardistas, sino también homoeróticos, que tenían que haber acabado en un libro, pero que se quedó en un nutrido grupo de imágenes que revierten el canon clásico y que hoy sirve de prólogo a la cita del Centro Niemeyer que nos ocupa. Como cuenta su comisaria, Rosa Olivares, lo que no enderezó la Academia, lo enmendó la guerra.
AAlgo no tan antiguo
El caso es que tuvieron que pasar décadas para que esta insigne institución (y lo de «insigne», léaseme sin retranca, puesto que, y pese a su exiguo presupuesto y la burocracia que implica su naturaleza, la Academia de España en Roma sigue siendo una de nuestras más potentes herramientas para proyectar nuestra cultura en el exterior), asumiera como natural lo fotográfico, como una disciplina que podía medirse con la pintura, el teatro, el cine o la música, prácticas creativas cultivadas hoy por sus pensionados.
Con catorce de ellos, catorce de esos fotógrafos que en dos décadas (las últimas) han pasado por la institución, compone Olivares su exposición. Dos son pues las premisas que a todos unifica: su fe en esta técnica y su paso por la institución mencionada, sin que el resultado final sea una especie de «muestra fin de curso» (para eso ya estuvieron en el pasado el Círculo de Bellas Artes y, en la actualidad, la Academia de San Fernando o Matadero, para mostrar los resultados obtenidos por cada promoción), sino, más bien, una cata de amplio espectro sobre cómo la foto es asumida hoy por la generación de autores en España que ronda entre los treinta y muchos y los cincuenta y pocos, cuya aproximación a la disciplina es tan variada como artistas se seleccionan.
Una lista que podría ser otra (u otras), pero que en este primer borrador (¿podría la iniciativa dar pie a selecciones posteriores?) incluye un buen puñado de nombres que a todos nos vendrían a la cabeza, los cuales han disfrutado de otras becas, participado en citas, entrado en colecciones (Banco de España, Iberdrola, Pilar Citoler... por citar a algunos de los prestamistas) o han sido galardonados con premios fotográficos... Todos, menos el Nacional de Fotografía, aunque materia prima, aquí, no falta.
Destaco del recorrido a aquellos que expanden el concepto de lo fotográfico (Germán Gómez y sus Condenados lo hibridan con el dibujo y lo escultórico), o le dotan de cierto carácter escenográfico (como el gran altar de Fernando Maqueira); cuando no es la comisaria la que reivindica en los autores el carácter instalativo con el montaje ( Julio Galeote o José Noguero, que fotografía sus esculturas, y que casi como esculturas, sobre el suelo, sitúa Olivares una de sus fotos), en un escenario endiablado para introducir nada, por sus paredes curvas.
Más de una toma
Olivares juega a veces a ilustrar a un artista desde diferentes series constatando así su evolución desde su paso por Roma (Naia del Castillo es el ejemplo más claro) o lo que era su trabajo antes de su Grand Tour ( Jesús Madriñán, que tituló lo suyo una vez allí como este texto: «Después de Roma»).
No se trataba pues de ilustrar lo que allí se hizo (en el caso de Nicolás Combarro, por ejemplo, porque aún no ha salido de la Academia), aunque sea lo que predomine ( José Guerrero, Jorge Yeregui, Paula Anta...), sino de capturar en una imagen fija lo que la fotografía española está dando de sí (el lirismo de David Jiménez; el gusto por lo arquitectónico de Begoña Zubero; el cariz más documental de Aitor Lara...). Algo imposible de atrapar en una única toma. El viaje a Roma Colectiva Centro Niemeyer. Avilés. Avenida del Zinc, s/n. Comisaria: Rosa Olivares. Hasta el 29 de septiembre