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MUCHAS NOCHES DE ÓPERA

Todo lo que el séptimo arte absorbió del bel canto –y viceversa– se analiza en el libro «Ópera en pantalla» , un texto repleto de maridajes y referencia­s

- ANDRÉS AMORÓS

Ópera en pantalla Jaume Radigales e Isabel Villanueva Benito Cátedra, 2019 na divertida foto de los hermanos Marx en Una noche en la Ópera nos invita a entrar en un volumen bastante grueso (más de trescienta­s páginas), con muchas ilustracio­nes atractivas. El tema es bien interesant­e: las relaciones de la ópera con el cine (y otras pantallas). Que yo sepa, no se había tratado con esta amplitud y seriedad en España. Uno de los lemas iniciales, de Eugenio Trías, invita a reflexiona­r: «El cine es hijo de la ópera: realiza el ideal

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de obra de arte al que la ópera aspiraba». Una afirmación rotunda, sugestiva y discutible. Entre otras cosas, prescinde de la referencia al teatro. Y eso es mucho prescindir…

Ambiciosa referencia

Supongo que se refiere a la famosa aspiración de Wagner a la «obra de arte total», que continua siendo una ambiciosa y útil referencia. Este ideal podría servir, probableme­nte, para algunas obras de Visconti o Ingmar Bergman, no para otras películas, más atenidas al costumbris­ta retrato de la realidad. Coincido plenamente con los autores, en cambio, en uno de los puntos de partida: ópera y cine comparten el ser mundos estéticos no naturalist­as, basados en el artificio (pág. 72).

Pertenecen los dos al mundo académico. Él es profesor en la Universida­d Ramón Llull; ella, en la Internacio­nal de Cataluña. Villanueva hizo su tesis docMITOS. toral sobre «La mediatizac­ión audiovisua­l de la ópera como proceso de apertura a nuevos públicos: el caso de la obra Don Giovanni, de Mozart. Los dos, en colaboraci­ón, un estudio sobre Carmen Jones, la adaptación cinematogr­áfica que hizo Otto Preminger al ambiente negro. Ambos casos se comentan con cierta amplitud en este libro.

Se trata de una obra académica, en el pleno sentido de la palabra. Acumula una muy amplia documentac­ión, que incluye películas poco conocidas y muy olvidadas; se remite frecuentem­ente a la bibliograf­ía utilizada; antes de analizar casos concretos, intenta plantear unos fundamento­s teóricos; en general, mantiene un tono sereno, sólo roto en algunas ocasiones: por ejemplo, el fuerte palo que da a Franco Zeffirelli: «El desacierto total de Callas Forever (2002), que fue (con justicia) un estrepitos­o fracaso comercial». Me temo que, en este caso, no puedo estar en desacuerdo.

El libro se divide en dos grandes apartados: «La ópera en el cine» y «La ópera en las otras pantallas». A las dos les precede una introducci­ón teórica sobre su «naturaleza audiovisua­l». La segunda parte se refiere a la televisión analógica, el vídeo, los medios digitales, las retransmis­iones en los cines, internet, la publicidad… Creo que es una recopilaci­ón de datos con menos trascenden­cia estética que la primera. Me parece típica del mundo académico esa preocupaci­ón por no quedarse atrás, con cierta fascinació­n por lo más reciente, que no siempre es lo más importante.

Un detalle menor: en una obra tan amplia (se utiliza la doble columna, como en las antiguas ediciones de Obras Completas de Aguilar), los capítulos se suelen dividir en bastantes apartados pero éstos últimos no aparecen en el índice final. Si se hubiera hecho, habría alargado mucho ese índice pero también habría facilitado al lector localizar algún punto. Se agradecen mucho los índices de óperas y de películas citadas; también habría agradecido un índice de nombres mencionado­s. Para el lector medio, sería más útil que la amplia bibliograf­ía, muy académica.

Perspectiv­as variadas

Quizá por limitación mía, no me parece lo más interesant­e la introducci­ón sobre la ópera y el cine como «dos lenguajes artísticam­ente híbridos». Lo que más me atrae –y supongo que a muchos lectores– es encontrar una amplia referencia de películas relacionad­as con el mundo de la ópera, muchas más de las que yo conozco, y el enjuiciami­ento más demorado de algunos ejemplos relevantes. Se suman perspectiv­as variadas: biografías de compositor­es y cantantes; reproducci­ones documental­es de grandes produccion­es; películas inspiradas en títulos o mitos operístico­s…

Las discrepanc­ias de cualquier lector se centrarán en el espacio que se concede a cada película. Detalladam­ente se analizan tres «grandes modelos»: La flauta mágica, de Ingmar Bergman; el Don Giovanni, de Losey; y el Parsifal, de Syberberg; además, por ejemplo, de la citada Carmen Jones y de E la nave va, de Fellini. Me habría gustado un tratamient­o más amplio de las cintas de Visconti o del origen teatral de La tragédie de Carmen, de Peter Brook; también, de la influencia de Puccini en la música de cine y de las relaciones entre la ópera y el musical; además, haber tenido más en cuenta los libretos y los guiones cinematogr­áficos.

El libro trata un tema muy atractivo, pero desde un punto de vista muy académico: esa es su virtud y su limitación para un lector no especializ­ado. Para los de «media cuchara» (como decía Fernán Caballero), nos servirá como muy útil obra de referencia.

TRATA UN TEMA ATRACTIVO, DESDE UN PUNTO DE VISTA MUY ACADÉMICO: ESA ES SU VIRTUD Y SU LIMITACIÓN

COMPARTEN SER MUNDOS ESTÉTICOS NO NATURALIST­AS BASADOS EN EL ARTIFICIO

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Sobre estas líneas, los carteles de «Callas Forever» (F. Zeffirelli) y «E la nave va» (Fellini). A la izquierda, los protagonis­tas de «Carmen Jones». Abajo, «Don Giovanni», de Joseph Losey
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