EL ESPACIO ENTRE DOS PERSONAS
Claudia Durastanti, hija de padres sordos, narra la memoria de su familia, entre real y ficción. Fue finalista del Premio Strega
La extranjera Claudia Durastanti
xisten muchas maneras de ser extranjero, aunque la mayoría de ellas no aparecen en el diccionario. La primera definición de la RAE –la que afirma: «dicho de un país: Que no es el propio»– apunta a una dimensión geográfica, pero teniendo en cuenta que al primer país al que uno pertenece verdaderamente es a su familia, a su hogar, otra acepción de este adjetivo es ese: ser extraño a lo propio. De eso habla La extranjera, un relato inclasificable a medio camino entre la memoir, el ensayo y la novela.
A su autora, Claudia Durastanti (Brooklyn, 1984) se la compara con Natalia Ginzburg y empecé esta páginas recelosa de la comparación, como si no fuera más que otra exageración con fines comerciales. Sin embargo, este libro, finalista del premio Strega 2019 y premio Strega Off, ciertamente recuerda a esa bellísima historia familiar que es Léxico familiar,y ahonda además en la difícil tarea de cargar sobre los hombros con el legado del extranjero perpetuo.
Hija de padres sordos, circunstancia sobre la que reflexiona a lo largo de estas páginas,
EClaudia Durastanti empieza La extranjera con la historia de cómo se conocieron sus padres y hasta aquí todo normal, si no fuera porque ambas versiones son contradictorias, y no es que sean inexactas como sucede a menudo cuando contrastamos nuestros recuerdos con los de los demás, sino que corresponden a un relato totalmente diferente.
Su madre contaba con romanticismo que había salvado a su padre del suicidio cuando intentaba tirarse por el Ponte Sisto del Trastevere. Su padre, sin embargo, relataba que él la había salvado a ella en la estación del Trastevere. Alguno de los dos tenía razón, o quizás no, pero sea como fuera, el autoengaño entendido como mecanismo de supervivencia y esta ficción originaria sobre la que se edifica su familia son la mecha que enciende La extranjera.
A partir de esta familia de fabuladores, Durastanti se sitúa en la posición de la observadora y narra la historia de un doble extrañamiento, uno geográfico (nació en Brooklyn y regresó a Basilicata, un pueblo pequeño de Italia) y el familiar, agudizado por la discapacidad auditiva que sufrían sus padres, que los confinaba aún más en su propia realidad. Sordos, pero no silenciosos, y nunca amedrentados por su discapacidad, rechazaron el lenguaje de signos prefiriendo vivir con rebeldía y con cierto heroico desorden, que condicionados el resto de su vida.
Medir distancias
Muchos son los temas que, como este, el de la visibilización de la discapacidad, atraviesan estas páginas: también el de la conciencia de clase, o las migraciones externas e internas que uno hace tratando de encontrar su lugar. Y, sin embargo, hacia el final de estas paginas, Claudia Durastanti trae a colación, en una de sus inspiradas reflexiones, el tema que en mi opinión termina aglutinando el libro. Cuenta que cuando Richard Linklater rodaba la mítica película Antes del amanecer, les contó a los actores, a Julie Delpy y Ethan Hawke, que a pesar de que su vida había estado exenta de grandes dramas, sentía que lo más dramático que le había sucedido había sido intimar con alguien: un día conoció a una chica y se pasó hablando con ella toda la noche.
Después, la chica desapareció. Lo que terminó marcando la famosa trilogía de Linklater es eso tan asombrosamente cotidiano, al menos en apariencia: «el espacio entre dos personas», apunta Durastanti, y sospecho que al final, esa es también la idea que predomina en La extranjera, la de los espacios. Una de las cosas más difíciles que hacemos en la vida es medir distancias y cuidar de esos espacios en los que nos encontramos con los otros. En los que los demás nos encuentran.
UN DOBLE EXTRAÑAMIENTO: EL GEOGRÁFICO Y LA DISCAPACIDAD QUE LA CONFINA AÚN MÁS