«EL ÚNICO MUNDO QUE TENEMOS»
Luis Sepúlveda, fallecido la semana pasada por coronavirus, nos lega una obra basada en la poética de la compasión y la denuncia
n la «Nota del autor» que abre Un viejo que leía novelas de amor (1989), Luis Sepúlveda (Ovalle, Chile, 1949-Oviedo, 2020), le dedicaba a Chico Mendes estas palabras: «Esta novela ya nunca llegará a tus manos, Chico Mendes, querido amigo de pocas palabras y muchas acciones [...] en defensa de este el único mundo que tenemos». Son palabras que resumen la biografía de Sepúlveda, vivida con un intenso sentido de la lealtad a sí mismo, de defensa del bien más preciado como es la Naturaleza y la denuncia de las diversas agresiones que se suceden cada día en cualquier parte de ese único mundo que tenemos. Sepúlveda cuenta historias de perdedores, de olvidados, gentes que, sin embargo, quedan en sus páginas como retratos perdurables.
Esta novela cautivó por el tratamiento inédito de un ámbito muy caro a la literatura iberoamericana, como es la «novela de la selva». Su capacidad para recrear de manera espléndida el «Edén ecuatorial», las leyendas, las amenazas, los sonidos, las estaciones de lluvia, los peligros del Tigrillo, los ritos y secretos y lo más conmovedor: esas narraciones nocturnas donde la realidad tomaba forma en el ensueño, a través de sencillas historias de amor («del verdadero amor, del que hace sufrir») que descubre Antonio José Bolívar Proaño, habitante de El Idilio, población de los indios shuar, gracias a los libros que le consigue, otro personaje muy del universo del escritor chileno, como es el dentista Rubicundo
ELoachamín. Los silencios, la mirada, cierto escepticismo ante la condición humana, o mejor, desprecio hacia aquellos que le provocan «olvidar la barbarie humana». Buscadores de oro, depredadores, el gringo, el alcalde y «todos los que emputecieron la virginidad de la Amazonia». Sí, pero lo que hace a esta novela excepcional es su tratamiento narrativo, los contraplanos, la sensibilidad para la caracterización de los personajes, trazados con pulso firme, la ambientación pegada a la tierra que se describe y el halo de ancestral respeto: «Le habló a la selva recibiendo la única respuesta del aguacero». Si un hecho distingue a Luis Sepúlveda es la serena convicción de ese equilibrio, tal vez, fatal, sin duda inevitable: «El sufrimiento no tiene ninguna explicación, es parte del equilibrio de la vida. Se vive entre la alegría y el sufrimiento».
Viajes
De los múltiples intereses literarios de Sepúlveda, los viajes formaron parte de un capítulo especial. Viajero desde muy pronto retomará la literatura de viajes, en Mundo del fin del mundo (1989), del adolescente que se piensa el Ismael de Moby Dick al adulto que va en busca de sí mismo al lugar más apropiado, el fin del mundo, el paisaje austral, la curva donde termina y empieza la geografía, el sabor de la aventura vibra en cada página, ahora en lucha contra la nueva piratería depredadora de la inmensa fauna marina: «Una visión irracional de la ciencia y el progreso se encarga de legitimar los crímenes, y pareciera
El autor chileno en una fotografía de 2008 ser que la única herencia del género humano es la locura». Pero si hay un libro en el que se muestra sin fisuras, ni adornos, el Luis Sepúlveda más íntimo es otro viaje, ahora, de nuevo, al Sur, a la Patagonia y la Tierra del Fuego, para cumplir una promesa familiar. Cabe insistir en ello, la lealtad es el patrimonio moral de este escritor. Este, Patagonia
Express (1995) es el libro del «trotamundear» (Blaise Cendrars), del mítico tren que recorre esa estepa americana y de los sucesivos encuentros con los personajes más atrabiliarios: marineros, terratenientes, poetas de provincia, pilotos que parecen surgidos de una película de Howard Hawks, heroicas emisoras de radio perdidas en la inmensidad patagónica.
Búsqueda imposible
Uno destacaría también el policiaco Diario de un killer sentimental, publicado junto a Yacaré (1996) y Desencuentros (1997) una amalgama deslumbrante de veintisiete historias donde se cruzan los sueños, la política, el azar, el humor, desencuentros amistosos; con uno mismo; en los tiempos que corren y desencuentros de amor. Todos en el peligroso alambre del destino. La literatura es un museo de formas. La forma en que se escribe crea el sentido de lo que se lee. La de Sepúlveda es la literatura de un exilio íntimo, de una búsqueda por imposible, feliz; que rompe las fronteras de la soberbia y la imposición política; que indaga en las oscuras zonas de la vileza y exalta la nobleza de unos personajes anónimos y eternos. Su obra literaria se sustenta en un hecho imperecedero: la poética de la compasión y la denuncia. Por eso, perdurará.
SU LITERATURA ES LA DE UN EXILIO ÍNTIMO QUE EXALTA LA NOBLEZA DE UNOS PERSONAJES ANÓNIMOS Y ETERNOS
Coordinación de Manuel Muñiz Menéndez (mmuniz@abc.es)