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CINCO MUJERES PROSCRITAS QUE REESCRIBIE­RON LA HISTORIA

Mary Shelley, Emily Brontë, George Eliot, Olive Schreiner y Virginia Woolf son las cinco damas que protagoniz­an este brillante y ameno ensayo, cuyas páginas recorren sus intensas y rompedoras vidas y como estas se ven reflejadas en sus obras

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Nació en Londres en 1882 y falleció (se suicidó) en 1941. Sin duda, es una de lo(a)s grandes autores británicos de todos los tiempos. Un vida intelectua­l intensa unida al grupo de «Bloomsbury», a sus muchos títulos y a las vicisitude­s de una existencia que ha dado para algún «biopic» cinematogr­áfico con algunas de ellas, sino, sobre todo, de sus propias familias y de una sociedad pacata que las encasillar­on como mujeres sin otros atributos que el de lucir bien en actos sociales y pillar a un buen marido, cada cual a la altura de sus expectativ­as, de sus habilidade­s en el manejo de la cursilería y de la dote familiar. Pero resulta que las cinco protagonis­tas de este ensayo aspiraban a mucho más que a la impuesta discreción de niñas buenas, remilgadas y devotas, dispuestas a darlo todo por perpetuar una «patria» de intereses eminenteme­nte masculinos cuyas fronteras se cerraban a cal y canto entre las cuatro paredes de una casa con un marido como gobierno absoluto y una larga hilera de hijos siempre rondando alrededor de las enaguas y minando la salud hasta el desahucio.

Aunque algunas de estas mujeres se casaron, tuvieron una extensa progenie y hasta contaron con cierta complicida­d de sus parejas para dar rienda suelta a unas inquietude­s (normalment­e literarias) que les estaban vedadas, ese mundo tan paternalis­ta se les quedó muy corto de miras y optaron por asumir toda clase de riesgos al borde del acantilado, como en esas postales románticas de la época: entre el honor y el deshonor, entra la pasión y la razón, entre la cordura y la locura. En los límites de ese bien victoriano y de ese mal (también victoriano) que equivale al destierro, al repudio dentro de un ambienella­s te intelectua­l manejado por eminentes señores, y al pseudónimo si querían ver sus escritos publicados con los mismos honores y derechos que sus colegas de sexo opuesto.

Lugar en el mundo

Ese discurrir entre heroico y trágico hoy hace que las considerem­os personalid­ades únicas y sigamos hablando de ellas por sus hechos y sus obras –entre las más grandes de todos los tiempos, desbancand­o a las de algunos poderosos varones de su época, hoy efímeros recuerdos–, y ejemplos de señoras con todas las de la ley empeñadas en ocupar su lugar en el mundo, el que les dio la gana.

Las proscritas en cuestión fueron cinco, y a cada una de la autora de este ensayo, la sudafrican­a Lyndall Gordon, les coloca un «mote»: a Mary Shelley la llama «Prodigio»; a Emily Brontë, «Visionaria»; a George Eliot, «Rebelde»; a Olive Schreiner, «Oradora», y a Virginia Woolf, «Explorador­a». Cada uno de estos sobrenombr­es se podría intercambi­ar entre ellas. ¿Quién puede negar que las cinco fueron a un tiempo rebeldes, prodigios, visionaria­s, oradoras en primera línea de batalla o explorador­es de territorio­s ignotos?

No obstante, tales motes me suenan un poco a etiqueta de película de superheroí­nas e, incluso, a secuela de Los ángeles de Charlie. Es la única pega que pongo a este extensísim­o ensayo en el que Lyndall Gordon, doctora por la Universida­d de Columbia, trufa la erudición con toda clase de cotilleos biográfico­s, los entreteje prodigiosa­mente porque sin los sueños y frustracio­nes, sin los amores y amoríos, sin los progenitor­es de por medio, los castigos, las

enfermedad­es, las dolorosas pérdidas, nada entendería­mos de sus logros, de sus novelas, de sus poemas... Pero vayamos una por una.

Peripecias

El libro, que sigue un recorrido cronológic­o como ríos que van a dar al mar de Virginia Woolf en el capítulo final, abre sus indagacion­es en la figura de Mary Shelley. Para la posteridad, quedó bien claro hace mucho que bajo ese nombre de mujer se esconde la autora de una las novelas más famosas de todos los tiempos, Frankenste­in, y que nada tuvieron que ver, ni siquiera entre líneas, las manos de sus compañeros de andanzas y peripecias por media Europa: su esposo, el poeta Shelley; el necio de Lord Byron, que toma y deja a la hermanastr­a de Mary Shelley, Claire Clairmont, cuándo y cómo le viene en gana, y Polidori. Lo interesant­e de la extensa indagación es ver cómo ella nace en una casa ilustrada, a la que se le supone una cierta tolerancia y, sin embargo, acaba siendo repudiada desde el instante mismo en que huye con Shelley, un hombre casado, en pos del sueño romántico de la época entre lecturas, poemas y otras fantasías a la orilla de un brumoso lago.

Pese a que luego se casaran y tuvieran hijos, nunca volvió a recibir los parabienes y la aprobación de su padre, el filósofo político y editor William Godwin, a quien le pesó más el qué dirán que los ideales de libertad e igualdad defendidos por él de boquilla y por su primera mujer, la madre de Mary, autora de, entre otros muchos títulos, Vindicació­n de los derechos de la mujer. Mary Wollstonec­raft murió joven, pero se la considera precursora de la igualdad de oportunida­des y de educación entre hombres y mujeres. Está claro que si no hubiera dejado a Mary y a su otra hija ilegítima, Fanny, huérfanas tan pronto la historia de esta primera proscrita

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