SOBREVIVIR AL FUEGO Y A LA CATÁSTROFE
Pese a su juventud, Ocean Vuong ha sorprendido a todos (crítica incluida) con esta primera novela con toques autobiográficos
En la Tierra somos fugazmente grandiosos Ocean Vuong
ipuka es el término hawaiano que designa a ese terreno que milagrosamente resulta intacto después de ser arrollado por un río de lava en una erupción volcánica. Se trata, pues, de una isla formada por todo lo que sobrevive al fuego y a la catástrofe, y de esto justamente es de lo que habla En la Tierra somos fugazmente grandiosos, una poética y desgarradora novela escrita en forma de carta de un hijo a su madre.
Decir que es una primera novela deslumbrante es quedarse corto. Su autor, Ocean Vuong (Ciudad Ho Chi Minh, 1988), que se mudó a Estados Unidos a los dos años, logra adaptar ese lenguaje sugerente y casi onírico de su galardonado poemario Cielo nocturno con heridas de fuego a esta narración de una belleza inusitada que empieza de manera epistolar: «Querida mamá: Escribo para llegar a ti –aunque cada palabra que escribo sea una palabra más lejos
Kde donde estás»–. Pero es una carta que no encontrará destinatario, que es inútil y yerma porque su madre no sabe leer. Y esto la hace aún más conmovedora.
Espíritus malignos
En la tierra somos fugazmente grandiosos cuenta la historia de su narrador, con quien Vuong comparte muchas similitudes –de manera que puede leerse como una suerte de autoficción–, al que conocemos como Perro Pequeño, un apodo enraizado en una tradición rural vietnamita que lleva a poner nombres de algo inútil a los niños para que así los espíritus malignos no quieran adueñarse de ellos. Uno de los ejes centrales de la historia de Perro
Pequeño es su compleja relación con Rose, su violenta y desmadejada madre, y también el vínculo que lo une a su abuela Lan, sabia en sus delirios y supersticiones. A través de fragmentos y de recuerdos con los que va tejiendo un tapiz familiar, descubrimos no solo al adulto que es ahora Perro Pequeño, convertido en escritor, sino que también acompañamos a ese niño que era distinto y especial, un niño al que le hacen bullying en el colegio por eso mismo: por no entrar dentro de los cánones, por ser afeminado, extranjero, sensible. Y finalmente lo acompañamos cuando descubre su homosexualidad, cuando se enamora de Trevor y esta historia de amor y de aceptación es el otro eje alrededor del cual giran estas páginas.
La novela, que además desgrana con crudeza los dramas de la inmigración, está hilvanada por pasajes de verdadera belleza y originalidad a los que se les une un gran manejo de poderosas metáforas que funcionan como mantras y actúan como garras que atrapan con su fuerza al lector.
En la tierra somos fugazmente grandiosos es, como ya hemos dicho, una narración epistolar, fragmentaria, una novela en la que existen varios hilos que se entremezclan apelando al lector pero es, sobre todas esas cosas, una oda a la caducidad y a la fragilidad de esa vida que queda intacta, detenida en el tiempo: «cuántas veces nombramos algo por su forma más breve… Rosal, lluvia, mariposa, tortuga mordedora, pelotón de fusilamiento, niñez, muerte, lengua materna, tú, yo». Es, en definitiva, un poético recordatorio de que fuimos grandiosos, aunque fuera fugazmente.
EL AUTOR, VIETNAMITA, SE MUDÓ A EE.UU. A LOS DOS AÑOS. NARRA SUS VARIADOS PROBLEMAS DE INTEGRACIÓN