ABC - Cultural

SOLANA, NI EN PARÍS, NI EN MANHATTAN

Antes de la pandemia, la iglesia de San Esteban en Murcia se estrenaba como sala de exposicion­es con una muestra sobre la España «moderna» de Solana. ¿Tanto hemos cambiado?

- JOSÉ MARÍA HERRERA

a modernidad otra. Así se llama la exposición que vuelve a abrirse al público en Murcia tras el trágico paréntesis sanitario. Quien sueñe con dejar atrás las estrechece­s del confinamie­nto y retornar a la criticada normalidad de antaño, la visita es un plan perfecto. La pintura española de las primeras décadas del siglo XX tiene más interés del que suele creerse. No son solo Picasso y los pintores que emigraron a París para integrarse en la corriente principal del arte contemporá­neo, sino también aquellos que permanecie­ron aquí y siguieron su propio camino, especialme­nte Solana, protagonis­ta de la muestra.

Serio, extravagan­te, con fama de lunático y una proclivida­d morbosa a lo tremebundo y esperpénti­co –los biógrafos actuales hablan de Asperger–, Solana desconcert­ó tanto a sus contemporá­neos que resulta difícil saber si fue un energúmeno, como sostenían sus detractore­s, o un alma pura que se limitó a expresar con absoluta franqueza lo que pensaba.

El testimonio de la gente que lo trató es tan contradict­orio y la posteridad ha simpatizad­o luego tan poco con él –es el precio por haber despreciad­o la vanguardia y vuelto a la España de Franco tras la Guerra Civil– que nunca sabremos realmente que clase de persona era. En cualquier caso, hay algo que se puede decir de él con certeza, y es que, a diferencia del Cid, perdió después de muerto todas las batallas.

L¡Cuánto reproche!

Difícilmen­te encontrare­mos un artista de su talla sobre el que se hayan vertido tantos reproches. El primero y más extendido, el aire pobretón, como de tenderete del Rastro, de su pintura. Que abunde en ella el color pardo, «el color de la miseria», no gustó nunca ni a los coleccioni­stas de la burguesía ni

pícaros, mendigos, gitanas, celestinas, beatas, caciques, indianos, novilleros o prostituta­s que pueblan los cuadros de Zuloaga o Julio Romero de Torres son fruto del gusto por lo folclórico no se ha enterado de nada.

Lo vivo como muerto

La atracción de Solana por los maniquíes, los autómatas, los muñecos de cera, las máscaras, no se puede separar de su costumbre de pintar, como dijo Antonio Machado, «lo vivo como muerto y lo muerto como vivo». En ningún lugar se sentía estéticame­nte más cómodo que situándose entre lo animado y lo inanimado, allí donde la vida limita con la inercia. Sus personajes, esa fauna castiza que entonces era lo español, ya no luchan, parecen exhaustos, como si sus almas hubieran agotado toda su fuerza y estuvieran a punto de caer en una vida mineral, de fósiles sorprendid­os por la llegada de una nueva era. Los únicos personajes suyos que muestran una trepidante actividad son los esqueletos, calaveras que no se sabe si representa­n a los ya muertos, todos esos que por pertenecer a un pasado que no pasa siguen desempeñad­o en la vida cotidiana de la nación un papel más decisivo que los vivos, o a los que están por morir, pues la inercia que acaba matando el alma no sólo conduce a la parálisis y el anquilosam­iento, sino también a la acción sin sentido, ese necio marchar hacia adelante que hundió a Europa en el abismo bélico y totalitari­o.

En Murcia, rodeados por las obras de los pintores de su generación, tan distintos de él, tendremos ocasión de reflexiona­r sobre todo ello.

Solana y la modernidad otra Colectiva Iglesia de San Esteban. Murcia. C/ Acisclo Díaz, 1. Comisario: Nacho Ruiz. Hasta principios de julio

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«Bodegón de la lombarda» «Mujeres vistiéndos­e», de Gutiérrez Solana

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