SERIES CON CLASE
La humanidad parece diseñada para autodestruirse. Su lucha se puede contar con poco o mucho dinero, con y sin talento. En esto sí podemos competir
No hay libro tan malo del que no se pueda sacar provecho, dicen que dijo Plinio el Joven. Habría que comprobar si hoy mantendría el aforismo, con las cosas que se publican, pero el mensaje queda claro. Con un buen porcentaje de series (y con el cerdo al completo) ocurre lo mismo. Forman parte de nuestra educación y de nuestro ocio, pero hasta del entretenimiento más vacuo se pueden extraer placer y enseñanzas, aunque, en caso de duda, nunca está de más aparcarlas un rato y abrir un libro.
«SNOWPIERCER». Los mil y un vagones de esta versión seriada de la novela gráfica de Jacques Lob y JeanMarc Rochettee, y de la película que hizo con ella Bong Joon-ho –que tampoco era un tratado filosófico–, han aligerado su carga para permitir que el tren llegue a otras estaciones. La idea es un buen ejemplo de guion «high concept». Su rompedor punto de partida se explica en un tres líneas: la Tierra se ha congelado y los supervivientes recorren el mundo en un peculiar «tren de Noé».
La cinta de Bong Joon-ho era casi un videojuego. Los personajes iban pasando pantallas (o vagones) de la mano del espectador, implicado a la fuerza en su lucha de clases. Resulta paradójico que la división en capítulos no apuntale el esquema, pero, aparte de la revolución social que vive el tren y de su imposibilidad de detenerse (como el autobús de Speed), el guion acierta al renovar las tramas para que casi todo parezca nuevo y los elementos más previsibles desaparezcan.
El reparto de la serie es más modesto también, aunque se permite el lujo de incluir a Jennifer Connelly, espléndida en su frialdad. Su personaje rompe el bipartidismo, y ella sola enarbola una tercera vía, en la que el público no siempre sabrá con quien ir, salvo los que siempre lo saben, por supuesto.
Ya es meritorio que este tren con vistas al fin del mundo no sea un caos, porque el proyecto ha vivido toda suerte de vicisitudes y ha tardado cinco años en ver la luz. Durante su desarrollo, al abrigo de la cadena TNT, no han faltado relevos en los «maquinistas» por discrepancias internas. Incluso Netflix se ha adaptado a los vaivenes en su distribución internacional y, por una vez, la estrena capítulo a capítulo.
«LITTLE FIRES EVERYWHERE». Una de las miniseries que conviene buscar en el escaparate de Amazon es esta creación de Liz Tigelaar, producida por Kerry Washington y Reese Witherspoon. El sello de esta última es innegable, con su afición a dramatizar los problemas de su primerísimo mundo, donde hasta los pobres viven en casas que nuestra clase media envidiaría. La adaptación de la novela de Celeste Ng también ahonda en las diferencias sociales y de raza, al exponer el abismo entre dos familias cuyos miembros sienten fascinación mutua.
En una historia dominada por sus personajes femeninos, además del brillo de las grandes protagonistas, es imposible no reparar en la luz que desprende la joven Lexi Underwood, hija en la ficción de Washington, quien abusa de un solo gesto, como de ir a abrir un táper con comida probablemente en mal estado. Al final, la intriga no tiene tanto peso –de hecho, la serie cambia el final del libro– como sus acertados retratos psicológicos, que logran que perdonemos algunos tics de culebrón.
«EL MINISTERIO DEL TIEMPO». Hay que volver una y otra vez a este modélico ejemplo de nuestra ficción, de cadena pública y generalista. Podría ser más lujosa y sin duda también mejor, pero logra cosas reservadas a los elegidos. Quienes siempre han confiado en ella desde TVE se han ganado otros cien años de perdón, que por allí no es fácil.
Uno de los momentos más comentados de los últimos tiempos fue el capítulo en el que Lorca ve cantar a Camarón La leyenda del tiempo. La hondura y la lección de la escena se suman a tantas otras de una serie que hace bandera de nuestra Historia sin sacar partido del dolor.
LUCHAS ETERNAS Los pasajeros más humildes de «Snowpiercer» (arriba) son «los escoria». Kerry Washington protagoniza «Little fires everywhere». Ángel Ruiz (Federico) descubre con Rodolfo Sancho su propia inmortalidad