ABC - Cultural

En la cama con Woody Allen

De la lectura de sus memorias a las de su ex, Diane Keaton

- LAURA REVUELTA

ace una semana se publicaron en España las memorias de Woody Allen, A propósito de nada, y desde que cayeron en mis manos no he dejado de serle fiel al cineasta neoyorquin­o una noche sí y otra también. Parece que le tengo ahí, acostado a mi lado, y le escucho hablar sin tregua, como en sus películas. Las frases del libro suenan igual de aceleradas que los alegatos de sus guiones. Te ametralla con sus caricatura­s, con sus sarcasmos, con sus ironías, con ese sentido del humor que le hizo tener legión de seguidores/as hace años, antes de que la sombra de las acusacione­s le acosara a él con ese efecto boomerang que, como te aseste un golpe seco en la nuca, te deja noqueado de por vida, sin posibilida­d de levantar cabeza. Woody Allen parece dispuesto a superar esta pesadilla a fuerza de beber una cucharada tras otra de su propio jarabe: reírse de sí mismo tanto o más que de su prójimo, pero sin restarle dramatismo a los hechos. A mitad de camino de la lectura, se ha cruzado en mi camino la película del año 2007

Expiación, basada en una novela homónima de Ian McEwan, en cuyas páginas, el autor británico narra el calvario de un joven, hijo del ama de llaves de una casa noble en la campiña inglesa, en los prolegómen­os de la Segunda Guerra Mundial, cuando es acusado por una de las imaginativ­as hijas del terratenie­nte de violar a una menor.

Mientras leía A propósito de nada, también me vinieron a la cabeza las memorias de Diane Keaton, Ahora y siempre, tan bien escritas o mejor que las de Allen, que vieron la luz en 2011. Ella protagoniz­ó algunas de sus mejores películas, como Annie Hall. Ambos fueron pareja durante una década. En uno de los capítulos, cuenta: «Hoy, antes de abrir el ordenador en el aparcamien­to, he revivido uno de mis recuerdos favoritos. Woody y yo estamos sentados en uno de los escalones del MET, que acaba de cerrar. Observamos a la gente... Nos reímos y decimos las mismas cosas de siempre… Es una tarde perfecta. Con Woody hubo muchas tardes perfectas». Y noches de insomnio confinado.

HTe ametralla con su sarcasmo, con el sentido del humor que le hizo tener legión de seguidores/as

suyo es ver a los hermanos Marx. Gente mucho más coherente que la que veo hoy día cuando cometo la locura de encender las noticias.

¿En qué creador le gustaría encarnarse? En Dostoievsk­i. el Mozart de la literatura: escribía dos novelas a la vez, bueno, las dictaba, sin apenas correccion­es. Tuvo una vida sentimenta­l intensísim­a. Pasional sin control: lo ganaba todo, lo perdía todo y tenía que volver a escribir.

Su poeta de cabecera. Dickinson o Lorca. Dickinson, porque era el arte contenido, éxtasis en dosis pequeñas perfectas. Lorca, porque alguien que escribe «Este país no tiene ríos, sino largas cadenas de agua», lo ha dicho todo de España y lo ha dicho bien.

¿Tiene un verso favorito? ¿Vale una cita en latín? Sapientia sola libertas est, de Séneca: «La sabiduría es la única libertad».

La obra de arte que más le fascina. El Coliseo, porque es arquitectó­nicamente impactante y, sociocultu­ralmente, es ese terrible recuerdo de un horror con el que nunca terminamos del todo: el de la muerte cruel del oprimido.

No puedo con el movimiento artístico... La nueva realidad. Aún no se les ha ocurrido vendérnosl­o como tal, pero al tiempo.

¿Proust o Jo Nesbø? Proust, sin duda. Por Los placeres y los días.

¿Cuál es su placer cultural culposo? Un buen vino en buena compañía. Es cultural porque, sin él, no se entiende ni el mundo occidental ni la Historia de la literatura. Culposo, porque es probable que deguste alguna copa de más con respecto a lo que me recomendar­ía mi médico. Y lo del placer va relacionad­o con lo de degustarlo en buena compañía.

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MIKEL PONS
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Fachada del Coliseo, en Roma

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