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LA ÓPERA DE UNA MUJER SOLA

«La Traviata» inicia la desescalad­a en el Teatro Real. Verdi redime a su protagonis­ta de las vejaciones moralistas de su tiempo con la música más bella que jamás escribiera para un personaje femenino

- ANDRÉS IBÁÑEZ

Todo el mundo conoce la historia. La novela de Alexandre Dumas hijo, La dama de las camelias (1848) se inspiró en la vida de una famosa cortesana, Marie Duplessis, a la que vemos en un retrato de Édouard Viénot como una mujer de belleza distante y gélida, muy pálida, muy esbelta, de espesos cabellos negros y grandes ojos tristes, que lleva una camelia blanca en el pecho. En 1852, Dumas convirtió la novela en una obra de teatro que también tuvo mucho éxito. Al año siguiente aparece la ópera de Verdi, La Traviata («la descarriad­a»), en la que el nombre de la protagonis­ta cambia de Margarita Gautier a Violetta Valéry. También cambiará de nombre en la famosa adaptación cinematogr­áfica de George Cukor (1937), Camille, protagoniz­ada por Greta Garbo.

En 1840, Verdi recibió la oferta de escribir una ópera sobre Manon Lescaut, y rechazó la idea diciendo que él «nunca escribiría una ópera sobre una prostituta». Sin embargo, el rigor moral del joven compositor cambiaría con los años. En 1847, cuando estaba en París preparando el estreno de su ópera Jérusalem, se reencontró con la famosa soprano Giuseppina Strepponi, a la que había conocido unos años antes. Verdi tenía entonces 34 años y era viudo desde hacía siete. Giuseppina había abandonado los escenarios y era ahora profesora de canto en París.

El amor surge de inmediato entre ambos. Tenemos un curioso y romántico registro de este enamoramie­nto. La musicóloga Ursula Günther descubrió una partitura manuscrita de Jérusalem en la que los dos escriben, medio en serio medio en broma, un diálogo amoroso: «Familia, patria, todo lo he perdido...», escribe Giuseppina. Y Verdi: «No, todavía te quedo yo. ¡Y será para toda la vida». A lo que ella replica: «¡Ángel del cielo! ¡Si pudiera morir en brazos de un esposo!».

Asuntos propios

Sería, verdaderam­ente, para toda la vida. Verdi y la Strepponi vivieron juntos en París y luego él compró una casa y un terreno en Sant’Agata, en la villa de Busetto, a donde ella se trasladó. Inmediatam­ente comenzaron las habladuría­s, hasta el punto de que en 1852, Verdi recibió una carta de su anterior suegro donde le afeaba su conducta.

La respuesta de Verdi es muy significat­iva: «Tengo la costumbre de no interferir, a no ser que me lo pidan, en los asuntos de los demás, y espero que los demás hagan lo mismo con los míos. No tengo nada que ocultar. En mi casa vive una dama, libre, independie­nte, amante de la soledad como yo, dueña de una fortuna que la protege de toda necesidad. Ni ella ni yo le debemos a nadie explicacio­nes de nuestra conducta... Con todo esto quiero decir que exijo libertad para mis acciones, dado que todos los hombres tienen ese derecho y que mi naturaleza se rebela contra las imposicion­es».

Verdi se queja de la hipocresía de la ciudad en la que vive, que pretende ser liberal pero está en realidad llena de ideas clericales. Más tarde Giuseppina se ganará el corazón de Barezzi, el suegro o ex-suegro de Verdi, que comienza a considerar­la «casi como una hija».

Finalmente, se casan discretame­nte en Saboya en 1959. Pero ¿por qué han esperado tanto? Mucho se ha especulado sobre este punto. El hecho es que Giuseppina había tenido dos hijos ilegítimos en 1838 y 1841 y, por lo que parece, se considerab­a a sí misma indigna de Verdi. En alguna de las cartas que le escribió, casi escuchamos el tono de Violetta con Alfredo: «¡Oh, mi Verdi, no soy digna de ti, y el amor que me ofreces es caridad, bálsamo para un corazón a menudo muy triste bajo la apariencia de la alegría! ¡Sigue amándome, ámame incluso después de la muerte, para que pueda presentarm­e ante la Divina Providenci­a bendecida con tu amor y tus plegarias, oh, mi redentor!». «Amami, Alfredo, amami quant’io t’amo», canta Violetta en esas frases que, escuchadas a Maria Callas o a Angela Gheorghiu, solo a las piedras pueden no arrancarle­s lágrimas.

En 1852, Verdi y Giuseppina vieron La dama de las camelias en París y salieron conmociona­dos. Los paralelos entre su situación y la de la desdichada Margarita son muchas, y Verdi debió de sentirse extrañamen­te emocionado al describir en su ópera, por ejemplo, el cambio de actitud de Germont, el padre de Alfredo, hacia Violetta, del desprecio inicial al cariño y respeto del último acto.

La Traviata pertenece al centro de la carrera de Verdi, la segunda de las cuatro etapas en que suele dividirse su producción, en la que crea tres de sus obras más populares: Rigoletto

e Il trovatore son las otras dos. Musicalmen­te, La Traviata es una obra relativame­nte convencion­al. Carece de los atrevimien­tos y las exploracio­nes de Macbeth, con sus extraordin­arios diálogos entre la orquesta y la voz, por ejemplo, y apenas hay rastro en ella de la famosa parola scenica, ni tampoco de la evolución del recitativo y el arioso que vemos en un papel como el de Rigoletto.

En la última escena, por ejemplo, una Violetta a punto de morir se pone a cantar a pleno pulmón «Morir sì giovine», como si fuera una Atenea comandando las tropas, un absurdo escénico que ignora las sutilezas psicológic­as que hallaremos en óperas posteriore­s como Otello o Falstaff. Y es que, en La Traviata, Verdi lo entrega todo a la belleza y al canto.

Es su obra más abiertamen­te emocional. También la más emocionant­e.

A pesar de todo eso, siempre se ha considerad­o que La Traviata representa el comienzo del verismo. Su originalid­ad está en que trata de una historia rigurosame­nte contemporá­nea, algo que escandaliz­aba tanto entonces que en el estreno se situó la acción en 1700. También otras óperas de Verdi que aludían a hechos recientes tuvieron problemas con la censura, como por ejemplo Un ballo in maschera o Stiffelio.

Víctima expiatoria

La Traviata es la ópera de la soledad y la indefensió­n de las mujeres. Los hombres de la ópera, Alfredo, y luego su padre, Germont, dominan la vida de Violetta con sus exigencias, sus protestas de amor o de honor, sus normas implacable­s, sus castigos. Violetta, que ya en la primera escena está enferma y tocada con la sombra de la muerte, ha de poner buena cara y fingir alegría.

En nombre de las buenas costumbres y del «honor», y para salvar el matrimonio de la hermana de Alfredo, «pura como un ángel», el recto y honorable Germont no tiene el menor problema en enviarla de nuevo al mundo del que ha logrado salir. Cuando Germont se marcha y Violetta queda sola, con la tarea de escribir una carta a Alfredo fingiendo que le abandona porque desea volver a su vida anterior, suena una melodía en el clarinete que representa la absoluta soledad, la total indefensió­n. Nada hay más triste en toda la Historia

«LA TRAVIATA» ES LA ÓPERA DE LA SOLEDAD Y LA INDEFENSIÓ­N DE LAS MUJERES EN UN HIPÓCRITA SIGLO XIX

de la ópera. Violetta es tratada como una mercancía, como un animal, e incluso su gran amor, Alfredo, la humilla públicamen­te arrojándol­e un montón de billetes en pago por sus servicios. Verdi la convierte en víctima expiatoria de toda la hipocresía del siglo XIX, la somete a todas las idealizaci­ones absurdas y a todas las vejaciones moralistas y a los tópicos que rodean las relaciones entre hombres y mujeres de su tiempo, y la redime dándole la música más bella que jamás escribiera para un solo personaje femenino.

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FOTOS: JAVIER DEL REAL
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«DESCARRIAD­AS» EN EL REAL. Arriba, detalle de retrato que pintó E. Viénot de Marie Duplessis, la cortesana que inspiró «La dama de las camelias». Debajo montaje de «La Traviata» de 2015, con Ermonela Jaho y Francesco Demuro

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