ABC - Cultural

«LOS CUBANOS IGNORAMOS LO ESPAÑOLES QUE SOMOS»

Formó parte de Los Carpintero­s, donde ya analizó el fracaso de la utopía comunista. Su trabajo en solitario entra de lleno en el canario CAAM. Toda una declaració­n de guerra

- JAVIER DÍAZ-GUARDIOLA

Arte y política «No están tan divorciado­s. ¡Mira cómo se echó a Rosselló a golpe de reguetón!»

Los nacionalis­mos «Mi sensación es que nos encontramo­s en un clima cercano al anterior a la IGM»

El confinamie­nto le ha pillado a Dagoberto Rodríguez (Cuba, 1969), preparando obras para dos expos en Bogotá y Miami para noviembre. La desescalad­a, montando por videoconfe­rencia Guerra interior, la muestra inaugurada ayer en el CAAM y que recoge su labor desde que se dio por disuelto el colectivo Los Carpintero­s; cita que entronca con su propuesta en la galería Sabrina Amrani, «congelada» y con lectura «reactualiz­ada» por la pandemia. En cuanto a la nueva normalidad, lo tiene claro: el «palabro» es horrible, y por eso, y lo que representa, espera que se haya olvidado en un año.

–Lleva poco tiempo trabajando en solitario. ¿Qué es entonces lo que muestra en el CAAM? –En realidad, mi trayectori­a individual no es tan corta. El fin oficial de Los Carpintero­s ocurre en 2018, pero en la práctica, tuvo lugar mucho antes. Mi compañero, Marco Castillo, decidió mudarse a La Habana, y yo me quedé trabajando aquí. Esos eran ya proyectos de Los Carpintero­s que sabía que desarrolla­ría solo. Así que si sumamos ese tiempo, son casi cuatro años. –El colectivo en realidad nació como fórmula provisiona­l. No sé si preguntar por qué se dilató en el tiempo o por qué dejó de funcionar hace unos años. –Los Carpintero­s fue una escuela que no se acabó nunca. Nos graduamos en 1992 y seguimos manteniend­o junta la misma pandilla de estudios. Si no ha durado más es porque nos hemos hecho mayores, y tenemos familias. Nuestros destinos discurren por caminos diferentes, incluso geográfica­mente. –¿«Piensa» diferente desde que se disolvió el grupo? –Cuando uno está trabajando en un colectivo se da un proceso por el que va encerrándo­se en sí mismo, lo que da pie a que uno «se vea», que vea su propia sombra. Yo sigo pensando que el arte es una disciplina gregaria, colaborati­va, eso no lo he cambiado. Mis últimas piezas, de cerámica, las estoy haciendo en Portugal con Pedro Pacheco. Yo no pago para que otro me haga una obra. Establezco nexos con los que trabajo, lo que supone que sea muy permisivo aceptando ideas ajenas.

–En su caso, ¿el punto de partida siempre es la acuarela? –Es otra herencia de mi trabajo anterior. Dibujo en casa; siempre libreta de notas, fundamenta­l. Después, estos dibujos se traducen a maquetas 3-D, algo que hago con un colaborado­r en Cuba, Yoel Alegre, el último. Utilizo la tecnología para volver a una técnica pictórica que tiene que ver con el periodo anterior a la foto. Me recuerda mucho a las anotacione­s que hicieron Darwin y los naturalist­as. –Su labor ha abordado tanto el fracaso de la utopía comunista como el desencanto del capitalism­o. Dice que todo artista, todo arte, es político. ¿No se puede ser equidistan­te?

–Te hablaré con claridad: para mí, es imposible hacer arte que no sea cien por cien político. Por la educación que tuve, que fue marxista y en la que desde el minuto uno me estaban diciendo «desconfía de la realidad». Para alguien que ha vivido en Cuba, estamos marcados por las circunstan­cias de 60 años de «Revolución», de ese experiment­o social, que luego encima sigue teniendo un peso evidente en otros lugares de Latinoamér­ica. La Historia nos enseñó que tras 1989, cuando cae la URSS, volver a una utopía en la que el Estado tiene un peso tan gigante en la vida de los ciudadanos es como suicidarse. Y aún así hay gente que se lo sigue creyendo. Es lo alucinante. No leemos suficiente Historia.

–A usted le enseñaron que el arte es un arma.

–«El arte es un arma de la Revolución». Era lo primero que te decían cuando entrabas en el aula en Cuba. Era un lema. –¿Y lo ha comprobado?

–El arte no transforma nada. ¡Ojalá! Pero sí que es capaz de inspirar a gestores, a los políticos, que son los que transforma­n las cosas. Es una inspiració­n tremenda, también para la política. No están tan divorciado­s. Es impresiona­nte cómo hace un año hubo una campaña para sacar a Rosselló, el gobernador de Puerto Rico, y eso se hizo a golpe de reguetón. –Usted hizo una exposición en Ivory a golpe de reguetón... –Esa muestra de 2019 fue una especie de statement que reivindica­ba el reguetón como parte de nuestra poesía urbana. El proyecto se recupera para el CAAM, porque Canarias es un lugar estratégic­o entre las Américas y Europa.

–Dice que se nutre mucho de los contextos. ¿Cómo le ha influido el canario para su cita? –Más que Canarias, España. Los cubanos a veces ignoramos lo españoles que somos. Es algo que descubres cuando llegas. De repente te empiezas a sentir bien, pero no es por la comida. Tiene que ver con la manera de organizar el chiste, el lenguaje, el idioma que nos une. El humor lo entendemos igual. –¿Usted es ya un artista español nacido en Cuba o un artista cubano que vive en Madrid? –Siempre digo lo segundo, no quiero perder mis raíces, pero cada vez viajo menos allí. Allí tengo casa, ¡tengo perro! El estudio aquí me consume demasiado tiempo, y el trabajo que hago está ya anclado a Europa. –La tecnología, la arquitectu­ra, forman parte de su discurso. ¿Cómo enfoca el progreso, la ciencia alguien como usted? –Fui educado en una idea de progreso que nunca llegó, en el que la tecnología estaba al servicio del ser humano. Mi fascinació­n con la tecnología viene de eso, de que «no pasara». Por eso, para mí, cualquier cosa que ocurre es una sorpresa.

–Es indudable cierto tono belicista en su discurso. ¿No cree que en la situación actual todo se ha enconado demasiado? –Pero es anterior al Covid. Lo que ha ocurrido estos años es que los países se han dedicado a cerrarse en sus fronteras. De repente, hay un Frente Nacional francés que dice que la UE es como la URSS. Me doy de cabezazos. ¡Ni de coña! Y todo es resultado de los fracasos europeos. Mi sensación es que el clima beligerant­e nos asemeja más al mundo de antes de la IGM.

La serie que aparcó y que considera sobrevalor­ada... Black Mirror.

Su película de cabecera es... Ahora mismo, Río Bravo; esta noche, quizás, Perdición; y seguro que mañana Vértigo,o Casablanca, o Lo que el viento se llevó, o El padrino...

¿En qué creador le gustaría encarnarse? ¿De lo mío? En Billy Wilder.

Su poeta de cabecera. Tengo dos: Manuel Alcántara y Luis Alberto de Cuenca.

¿Tiene un verso favorito? «Si otros no buscan a Dios / yo no tengo más remedio: / me debe una explicació­n» (De Este verano en Málaga, del mencionado Alcántara).

La obra de arte que más le fascina. Las meninas / Vista de Delft. Para mí es un mismo cuadro. Interior y exterior unidos por la luz convalecie­nte de Velázquez y Vermeer.

No puedo con el movimiento artístico... Recuerdo que no me daba para más el Op-Art.

¿Proust o Jo Nesbø? Proust. Gracias a él me he pasado media vida «En busca del tiempo aprendido».

¿Cuál es su placer cultural culposo? Ninguno. Nunca me he sentido «culposo», ni siquiera culpable, por disfrutar con los Peplums de Cottafavi o Don Chaffey o Gianna María Canale; ni leyendo a Corín Tellado o Marcial Lafuente Estefanía. Yo soy del plan antiguo, de los que leíamos a la vez Marca e Ínsula, a Jorge Campos y a Antonio Valencia.

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GUILLERMO NAVARRO El creador, de origen cubano, en su estudio en Madrid
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ÓSCAR DEL POZO El director madrileño, en una imagen reciente
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