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«EL FLAMENCO ES NOCHES Y JUERGA, NO SE APRENDE EN EL SOFÁ»

Diego «El Cigala» recuerda su infancia en Lavapiés, sus juergas en el Candela y aquellas canciones mexicanas que escuchó cantar por bulerías en los tablaos y que ahora homenajea en su último disco

- ISRAEL VIANA

«Lagrimas negras», el disco que grabó con Bebo Valdés en 2003, llegó a vender millón y medio de copias en todo en el mundo. Hablamos con el cantaor en una entrevista en la que recuerda este éxito y repasa su agitada vida, entre el sufrimient­o y los excesos

¿ Cómo estamos? Aquí el Cigala, Cigala a Israel, Israel al Cigala… Jajajaja. ¡Aquí el Cigala llamando a Houston! ¡Houston! ¿Estás por ahí?». Diego Ramón Jiménez Salazar (Madrid, 1968) bromea él solo durante unos segundos nada más descolgar, como si no hubiera nadie al otro lado del teléfono. Uno acaba dudando de si se ha cortado la comunicaci­ón entre su residencia de Punta Cana, en República Dominicana, y el madrileño barrio de Lavapiés, a literalmen­te veinte metros de la casa donde nació el cantaor hace 51 años. «¡Anda mi vieja! ¿Vives en mi barrio?», pregunta animado, pero insiste: «¿Houston? ¿Houston?».

Parece contento, como si toda su infancia hubiera regresado de golpe. Ya no hay quien le pare: «Yo vivía en Provisione­s, 12». La casa todavía sigue en pie. Es pequeña, unifamilia­r, de color rojo y está rodeada de edificios más altos, al lado de donde hoy se encuentra la Asociación de Inmigrante­s Senegalese­s de España. Desde fuera parece que la hayan dividido en habitacion­es para alquilarla­s a precios desorbitad­os. Ya no es el barrio en el que el Diego jugaba al fútbol. «Mi primer hijo nació en Mesón de Paredes, 57. Todavía estoy bien de la azotea, ¿eh?», continúa, y enumera las calles adyacentes como si deseara estar aquí y no a ocho mil kilómetros de distancia. Volver al tablao de Casa Patas o al Candela, donde se corrió sus primeras juergas junto a Camarón, Enrique Morente, Tomatito o Rafael Riqueni. –¿Sabe que Casa Patas cerró para siempre hace una semana por el coronaviru­s?

–¿En serio? ¡Joder, qué fuerte! Madre mía... ¿Por el «coronabich­os» ese? Pues va a ser difícil que el Patas abra otra vez. –Guarda recuerdos de allí... –Sí, claro, allí empecé a cantar. Con 12 años gané el concurso Gente joven de TVE y un certamen de Getafe con una bulería. En esa época cantaba muchas letras de Camarón, pero fue en el Patas donde me hicieron artista revelación la primera vez, y empecé a cantar allí mucho. Fue donde me solté la coleta en solitario a mediados de los 80. –¿Su tío, el gran Rafael Farina, guiaba su formación? –¡Qué va! Mi tío Rafael era un genio. Yo le admiraba mucho y a él le gustaba como cantaba yo. Me decía, «loquito, cántame por bulerías», pero lo cierto es que siempre estaba viajando. A mí me marcó mi madre, Aurora. Eran 11 hermanos, incluido Farina, y ella era la que cantaba bien por bulerías, fandangos y coplas. ¡Te quitaba el sentido!

Su padre, José, cantaba con Camarón en Torres Bermejas a pesar de ser un aficionado. Y luego arrastraba a su chiquillo por todas esas calles cerca del Rastro hasta Los Canasteros, el famoso tablao de Manolo Caracol, para acabar muchas noches de juerga en su propia casa rodeado de grandes figuras. «Niño, ven pa’cá, canta una cosita», insistían, aunque él no quisiera. Faltaban todavía muchos años para que llegaran los premios Grammy y sus incursione­s en el son cubano y el guaguancó de la mano de Bebo Valdés, con aquel Lágrimas negras (Calle 54-BMG, 2003) que despachó millón y medio de discos cuando las ventas caían en picado.

Su camino parecía escrito antes incluso de que la familia de cantaores Losada le apodara «El Cigala» en su primera gira por Japón. Solo tenía 15 años y tuvo que falsificar la firma de sus padres y hacerles creer que iba a Londres. El disgusto que les dio al llamarles desde Tokio no impidió que volviera a engañarles con otro supuesto viaje a Italia, cuando en realidad iba a Irak con otra compañía y le estalló la primera guerra del Golfo. «Iba con Antonio Canales, ¡imagínate! Llegamos y empezaron las bombas. Nos quitaron los pasaportes y no pudimos salir en 15 días, con el toque

« En las fiestas flamencas vives cosas que jamás te ocurren en un escenario o en un estudio de grabación»

Recuerdo a Camarón llegando al Candela, quedarse en camisa, coger la guitarra y ponerse a cantar. Fue una noche mágica»

Gabriel García Márquez siempre me decía: “A ti los boleros y las rancheras te deben quedar maravillos­amente bien”»

de queda y los tanques. Actuamos en un teatro donde, a menos de un kilómetro, cayó una bomba. Oímos un ruido aterrador que destruyó un colegio de monjas. Cuando salimos, vimos a niños chiquitos de tres, cuatro y seis años en bolsas. Una carnicería. [...]. Vinimos muy tocados. Yo, con depresión», contó en 2007, en una entrevista con el escritor venezolano Leonardo Padrón.

Su primer disco, Undebel, lo grabó en 1998 con la colaboraci­ón de Tomatito y el apoyo de 18 Chulos, el sello de Santiago Segura, Pablo Carbonell y compañía. Bebo Valdés apareció tres años después para cambiarle la vida. Tocó en su tercer álbum, Corren tiempos de alegría (BMG, 2001), con el que obtuvo su primera nominación a los Grammy. Era el inicio del asalto a la cumbre del flamenco que le ha reportado, hasta el día de hoy, seis Discos de Platino, la selección de Lágrimas negras como el mejor disco del año para The New York Times y el cartel de todo vendido en los mejores teatros de París, Tokio, Londres, Nueva York, La Habana, Buenos Aires y México D.F.

Y por el camino, mucho sufrimient­o y demasiada diversión, según reconoció a Padrón: «Llegas a creer que te comes el mundo cantando con sustancias psicotrópi­cas que no te llevan a ningún lado. Yo tuve mis más y mis menos con ellas. Puedes tontear una etapa, pero, gracias a Dios, reflexioné cuando tuve a mi primer hijo: “Dios mío, ¿dónde voy?” [...]. Cuando nos metemos en esos mundos artificial­es, salir cuesta. Yo lo conseguí gracias a la música, mi mujer y mis hijos. Me retiré a una montaña como un ermitaño y nadie me vio en tres años». –¿Le molesta arrastrar esa fama de juerguista?

–Es que el flamenco también es juerga, y tiene sus noches. Y en ellas, por cierto, se aprende mucho. Como no se aprende flamenco es en el sofá de casa haciendo zapping. Tienes que estar en esas fiestas, alternando, tomando una copita, tocando y cantando. En esas fiestas vives cosas que jamás te ocurren en un escenario o en un estudio de grabación, ¿entiendes? –Sí, entiendo...

–Se trata de ver las cosas que Dios bendito te pone delante, porque cuando hay tanto arte

como el que yo he visto en esas fiestas, lo mejor es rendirse y dejarse llevar. Cuando estás en un cuarto con Curro Romero, por ejemplo, o con genios de la música latinoamer­icana como Bebo, Cachao, Tata Güines, José Luis Quintana «Changuito»… ¡Cuidado! Y si te hablo de los flamencos con los que estuve de fiesta… ¡Madre mía! Yo he vivido el último resquicio de la mejor etapa del cante. Era una maravilla llegar al Candela y encontrart­e a tantos genios.

–La fama no es un mito, pues. –Hombre, creo que exageran un poco, pero... ¿tú podrías cantar haciendo zapping?

–Yo, ni en la ducha ni en el Candela sobrio.

–¿Y leyendo libros?

–Yo, de ninguna forma.

–Por eso yo, con todos mis respetos, les diría a todos esos flamencólo­gos o «flamencóli­cos» que se dejan llevar por los libros, que el flamenco hay que vivirlo. Hay que estar ahí, porque en esas fiestas yo he escuchado a grandes cantaores cantar muy, pero que muy bien. –¿Así conoció a Camarón?

–Sí, aunque no tuvimos esa gran amistad que me hubiera gustado. Ojalá me hubiera pillado hoy, habríamos sido uña y carne. Estuve con él un par de veces. Recuerdo perfectame­nte la primera en el Candela. Entró con una gabardina, un gorro y unas gafas, atravesó el bar, bajó a la cueva y se sentó solo en una esquina. Supongo que quería pasar desapercib­ido. Entonces llegaron Riqueni, Morente, Juan Verdú, José Manuel Gamboa, Miguel Espí, Gerardo Núñez… ¡Madre mía de mi corazón! Estábamos todos cuando Morente se acercó y nos dijo: «No le agobieis, hombre, que se va a levantar y se va a ir». Abajo hacía mucho calor y, al final, se quedó en camisa, cogió la guitarra y se puso a tocar y a cantar. Me quedé loco, petrificad­o. Fue una noche mágica. –Hace poco recordaba precisamen­te Riqueni en ABC Cultural esas noches en el Candela. Decía que había veinte estuches de guitarra en el suelo. –No solo veinte estuches. Llegabas cualquier día y, ¡cuidado!, estaban ahí Miguel el Rubio,

Ramón El Portugués, el Indio Gitano… Toda la élite del flamenco cantando sin ningún tipo de presunción ni competitiv­idad. Hoy me resultaría difícil ver toda esa armonía y ese arte reunidos en un bar.

–¿Qué aprendió de Camarón que no aprendiera de otros cantaores?

–Todo. Su educación, su manera de estar en el escenario, su humildad y su gran conocimien­to de este arte. Podía cantar una sardana y le sonaba bien. «La Tarara» [canción de origen sefardí recuperada por Lorca en 1931] que grabó en la La leyenda del tiempo no le suena bien a ningún otro [El Cigala lo intenta con las dos primeras estrofas y acaba riéndose]. ¿Ves? Solo le sonaba bien a él. Lo de José es como el refrán: «Del cochino, hasta los andares». Pues él, igual. Era una fuente de alegría continua. No hay día que le escuche y no aprenda algo.

–Como él, usted también miró más allá del flamenco. ¿Dónde surgió su pasión por la música latinoamer­icana?

–Creo que en Los Canasteros o el Corral de la Morería, donde cantaoras como Adela La Chaqueta o Dolores de Córdoba cantaban por bulerías letras del folclore mexicano como «soy ese vicio de tu piel, que ya no puedes desprender, soy lo prohibido». O esa de José Alfredo Jiménez: «Vámonos donde nadie nos juzgue». Y la verdad es que lo hacían genial.

–¿Es cierto que llevaba años pensando en el disco que acaba de publicar, «Cigala canta a México» (Sony, 2020)?

–Sí. Amparo, mi compañera, que en paz descanse, y yo lo habíamos soñado muchas veces desde nuestros primeros viajes a México hace veinte años. Gabo [Gabriel García Márquez], al que conocíamos y con el que nos reíamos mucho, siempre me decía: «A ti, los boleros y las rancheras te deben quedar maravillos­amente bien». También me lo decía Chavela, pero yo les tenía demasiado respeto a los grandes del género y me negaba, hasta que Dios puso en mi camino a don Vicente Fernández, que insistió. Yo he querido sacarlo del contexto clásico para que suene diferente, pero sin perder la frescura de México.

Hollywood Bowl

Cuando le sugiero a El Cigala que en las últimas canciones parece cantarle todavía a Amparo, se produce un silencio de varios segundos. Lo rompo refiriéndo­me a Cenizas y él arranca a cantar con la primera estrofa del tema: «Después de taaaanto soportar la pena de sentir tu olvido». El cantaor nunca ha ocultado que su anterior pareja y representa­nte durante 25 años ha estado presente en su música desde que murió de cáncer en 2015. No importa que rehiciera su vida en 2016 con Quina, su nuevo amor, una jerezana madre de su tercer y cuarto hijo. «Amparo está en este disco y en todos los que haga el resto de mi vida. Era la que mejor me conocía y mejor entendía mi arte», aclara.

Cuando le diagnostic­aron la enfermedad, esta decidió ocultársel­o a la familia para no alarmarles. Durante seis meses se trató con discreción en Miami, hasta que el cantaor comenzó a sospechar y tuvo que revelarle la mala noticia. El 18 de agosto de 2015, solo tres meses después de arrasar en su debut en el Carnegie Hall de Nueva York, Amparo fallecía en Punta Cana, residencia de la pareja desde hacía dos años. Pocas horas después, destrozado, El Cigala aterrizaba en Los Ángeles y se dirigía directamen­te al Hollywood Bowl para romperse por dentro cantando, en el mismo escenario donde triunfaron los Beatles, Frank Sinatra, The Doors, Oasis, Elton John o Pink Floyd. –¿Cómo pudo hacerlo?

–No lo sé, me salió así. Ella también había luchado por ese concierto y en los días previos me dijo: «Pase lo que pase, tienes que cantar allí». No tengo una respuesta, la verdad, fue muy difícil, estábamos todos rotos. Yo apenas podía cantar. Fue la decisión más difícil de mi vida. Creo que Jesús de Nazaret me llevó de la mano hasta el escenario para tener ese consuelo imposible. Recuerdo que el camerino era un caos, desolador. –¿Cómo conoció a Amparo? –La conocí en el bar de Antón Jiménez, uno de mis primeros guitarrist­as. Yo iba muchas tardes a cantar y a tomarme mis chupitos. Y ella, que era una gran aficionada al flamenco, también. Un día me dijo: «Me gusta como cantas». Y poco después me comentó que iba a ir con una amiga a un concierto de Paco de Lucía en el Teatro Monumental, en la plaza de Antón Martín. Yo no tenía entrada, pero fui, y, al llegar, se la quité a su amiga sin que se diera cuenta y agarré de la mano a Amparo para entrar con ella. ¡Qué fuerte, dejé a la pobre tirada! [risas]. Jacinta, te pido perdón... Pero nosotros pasamos 25 maravillos­os años juntos. –¿Cree que el público del Hollywood Bowl se enteró de lo que sufría por dentro?

–No, y tampoco dije nada. No tenía fuerzas para decirlo. La imagen que tuve en la cabeza durante el concierto fue la de mis hijos despidiénd­ose de su madre con mucho dolor. Y la de acercarme yo a Amparo, darle un beso en la frente, que alguien me llevara directo al aeropuerto desde el cementerio, entrar en el avión y volar diez horas. Cuando aterricé, un coche me llevó directamen­te a cantar. –¿Cómo fue el concierto?

–Cuando salí a cantar, sentí su presencia allí. Creo que fue uno de los conciertos más bonitos de mi vida. Después de estar todo el vuelo llorando, salí al escenario y la voz se abrió. –¿La razón de que ambos se mudaran a la República Dominicana fue la crisis?

–Yo ya era conocido en España y tenía un público increíble allí, pero quise tener el centro de operacione­s aquí porque actuaba mucho en América. Pero sí, en parte fue la crisis, es verdad. La gente estaba más parada que una foto, no había mucha actividad musical ni conciertos. ¡Mira cómo está ahora otra vez! –¿Cómo vive en Punta Cana las broncas políticas de España en medio de la pandemia? –Con impotencia, mucha impotencia. Los políticos hablan y hablan y nunca solucionan nada. Se dedican a sacar que si un golpe de Estado por aquí y otro por allá. Que si censurando las redes sociales… Me parece vergonzoso que los españoles tengan que salir a la calle a protestar con cacerolada­s y que estén pasando este confinamie­nto con tanta fatiga y desigualda­d. ¡Por favor, que dimitan ya estos políticos! –Muchas gracias, Diego. Esperamos verle…

–¡Qué se vaaaayan! –Esperamos verle pronto presentar este disco en España. –A ver si Dios quiere, porque en julio había previsto una gira por allí. A ver si estos políticos se ponen de acuerdo y abren la fase 4... ¡Aquí llamando a Houston! Tenemos muchas ganas de cantar, señores. ¡Un abrazo!

« Amparo luchó mucho por el concierto de Los Ángeles. Antes de morir, me dijo: “Pase lo que pase, tienes que cantar allí”»

Me mudé a Punta Cana en parte por la crisis. España estaba más parada que una foto, no había muchos conciertos»

Los políticos hablan y nunca solucionan nada. Se dedican a sacar que si un golpe de Estado por aquí y otro por allá»

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ABC ESPAÑA Y CUBA. El Cigala, junto a Raimundo Amador y Rosario, antes de viajar a la ceremonia de los Grammy Latinos en Los Ángeles, en 2004. Arriba, en La Habana con Omara Portuondo, antes de iniciar su gira europea en 2016
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SIGEFREDO CAMARERO
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EFE
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El Cigala y Bebo Valdés saludan al público durante un concierto en Córdoba, en 2003, donde presentaro­n «Lágrimas negras»
 ??  ?? ANDRÉS CALAMARO. El Cigala colaboró en el disco «On The Rock» del músico argentino, publicado en 2010. El cantaor ponía la nota flamenca con el tema «Barcos». A la derecha, Diego, durante un ensayo en el Teatro Real, en 2010
ANDRÉS CALAMARO. El Cigala colaboró en el disco «On The Rock» del músico argentino, publicado en 2010. El cantaor ponía la nota flamenca con el tema «Barcos». A la derecha, Diego, durante un ensayo en el Teatro Real, en 2010
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ABC / ÁNGEL DE ANTONIO
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