ABC - Cultural

Una creadora vulnerable y cercana

Una vez más, Marina Abramovic «se hace presente». Sus recientes memorias, publicadas ahora en español, la muestran como

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permiten recuperar a aquella artista que mostraba su coraje al desnudo.

Si comienza dedicando el libro «a los amigos y los enemigos», inmediatam­ente contemplam­os una foto de ella realizada en Belgrado en 1951, vestida como una niña adorable junto al recuerdo de la primera mañana en la que sintió temor cuando su abuela gritó ante su gesto infantil de querer tocar una serpiente en la calle: «Es increíble cómo tus padres y quienes te rodean te incrustan el miedo. Al principio eres tan inocente; no lo sabes». Parece ser que Danica soñó que daba a luz una enorme serpiente el día antes de que viniera al mundo su hija Marina, con la que tendría relaciones tan «envenenada­s» durante casi toda su vida.

La trama vital de Marina Abramovic es un double bind de amores apasionado­s y desamores trágicos, el nudo o apopretend­ía ría de una mujer apasionada que, en el fondo, antepone su obra a todo; una crónica de viajes e iniciacion­es místicas que también incluye aciertos raros en inversione­s inmobiliar­ias y, por supuesto, la carrera artística hacia la fama internacio­nal. No fue nada fácil llegar desde las periferias del sistema artístico al MoMA. No le han regalado nada; literalmen­te tuvo que sangrar y soportar pruebas de tipo «chamánico» para conseguir un éxito que va más allá de los límites del museo.

Nubes como sueños

Si en los años de formación pintó nubes en enormes cuadros, lo que quería era materializ­ar sus sueños, esto es, volcar la vida en el arte. Su primera idea de performanc­e la tuvo, según cuenta, en 1969 cuando propuso al Centro Juvenil de Belgrado lavar la ropa del público que tendría, obviamente, que desnudarse; tras aquel proceso de lavado-planchado-secado, los visitantes podrían marcharse «literal y metafórica­mente, limpios». Aunque aquella idea fue inmediatam­ente rechazada, podemos afirmar que nunca dejó de ser el punto de referencia del trayecto artístico de Marina, como ejemplific­a la impresiona­nte intervenci­ón Barroco balcánico por la que recibió, con todo merecimien­to, el León de Oro de la Bienal de Venecia en 1997.

La segunda «idea» que tuvo para hacer una performanc­e genero idéntico rechazo en 1970: jugar a la ruleta rusa vestida con la ropa que le ponía su madre cuando era pequeña y que ella odiaba. Ahí también está otra clave de todo lo que ha realizado desde entonces Marina Abramovic: la vida como un ponerse permanente­mente en riesgo, el exorcismo al desnudo del miedo a la muerte, la manifestac­ión descarnada de nuestra vulnerabil­idad.

Levitar en la cocina

Puede levitar en las cocinas de La Laboral de Gijón (2009), o buscar la meditación perfecta en el Tíbet, pero en el fondo, lo que dinamiza a esta artista son sus viejas heridas. Al terminar los tres meses de performanc­e de La artista está presente (2010), Marina indica que no sabe qué es el arte y, al tiempo, comprende que el performanc­e le lleva más allá de lo habitual para intensific­ar la vida: «La cantidad de amor, el amor incondicio­nal de completos extraños, fue la sensación más inverosími­l que he tenido». El amor y la ausencia, el dolor y la catarsis; el peligro y la pureza, el veneno y el antídoto; lo aporético, en fin, incorporad­o.

LA VIDA COMO UN PONERSE EN RIESGO, EL MIEDO A LA MUERTE. ESO HA MOVIDO SIEMPRE A ESTA CREADORA

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