ABC - Cultural

No sabe con quién está hablando

- JAVIER DÍAZ-GUARDIOLA

odavía recuerdo el día que conocí personalme­nte a Marina Abramovic. Fue en junio de 2014, con motivo de su entrada en el CACMálaga. Estaba agotada, tras la ronda de entrevista­s a la que la sometieron. Yo era el último. Sin embargo, se mostró «encantador­a», en todos los sentidos de la palabra. No podía ser de otra manera: a esfuerzos muchos peores ha sometido su cuerpo, de los cuales ha salido indemne.

TRecuerdo cómo, una vez acabada la charla, me preguntó: «¿No quiere que le firme el catálogo?». Yo, que nunca he sido muy mitómano, le respondí con un lacónico: «Por supuesto». Luego agregó: «¿Quiere hacerse un selfie conmigo?». Creo que accedí. Cuando salí a la calle, la gente se daba de tortas por hacérselos con ella. ¡La-gen-te-de-la-ca-lle! ¿Cuántas artistas pueden permitirse el lujo de hacer estas preguntas? ¿A cuántas creadoras las paran en el mercado para pedirles un autógrafo? ¿Cuántas tienen colas para entrar en sus expos? Solo las grandes. Al menos, las divas. Marina Abramovic lo es. Aunque renquee en la actualidad, y juegue a sentirse millennial, entre piedras de cuarzo o colaboraci­ones con Lady Gaga. Que le quiten lo bailao. En su caso, lo «performate­ado».

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