«Al envejecer pienso más en la vida que en la muerte»
Patti Smith publica «El año del mono», donde mezcla lo real y lo onírico en compañía de sus referencias literarias. La poeta y rockera continúa repasando su vida y obra
soy Patti». La voz, tamizada por antena telefónica, suena más animada que en el audiolibro de El año del mono (Lumen), el último libro de Patti Smith. A la rockera y escritora le divierte el experimento que ha ocurrido en los últimos dos días: escuchamos la narración lánguida y firme de Smith (un inglés declamado con dejes ocasionales de su New Jersey natal o de su Nueva York adoptivo, quién sabe) y leemos a la vez la traducción en español que facilita la editorial a este periódico. «Eso es realmente fabuloso», dice la autora. «Es casi como si estuvieras viviendo el libro».
Porque escuchar y leer a la vez sus memorias, en inglés y español al mismo tiempo, añade otra capa de dualidad a un libro que cabalga entre lo real y lo irreal, lo soñado y lo vivido. Smith dibuja en El año del mono un recorrido onírico en el que las puertas entre esos mundos se abren y cierran. Entre las abundantes referencias literarias de una lectora compulsiva –Bolaño, Mann, Marco Aurelio, Collodi, Genet, Melville, Ginsburg, Pessoa–, las alusiones a la Alicia de Carroll son repetidas y Smith se cae por la madriguera a cada paso. El año del mono es más que un año –va de la Nochevieja de 2015 a la primavera
«Sde 2016– y es turbulento: en lo colectivo –el ascenso de Donald Trump al poder– y en lo personal para Smith, que pierde en ese tiempo a dos figuras importantes de su vida, su amigo Sandy Pearlman y un colaborador íntimo, el dramaturgo Sam Shepard. Smith compone un diario a la vez recordado e inventado de su existencia en movimiento, de Santa Cruz a Tucson, de Nueva York a Kentucky, de Zúrich a Lisboa. El libro se convierte en una postal errante, cargada de imágenes poéticas –los lobos que lloran, una cortina de mariposas negras con «alas oscuras como vestidos de luto», «el momento en el que las ciudades no eran más que meras colinas»– y con un sabor folk de «americana», que encajaría a ratos con un fondo de banjo solitario o con el crujido de un amplificador de guitarra: las botas con polvo rojo del desierto, filete y huevos por la mañana, el frío de las playas en California en invierno.
Obsesiones literarias
Smith escribió el libro de camino a los 70 años (ahora tiene 73). En la última década, ha convertido su veteranía y su memoria en un alambique por el que giran sus lecturas adolescentes, la bohemia del Village de los 60 y 70, «Horses» y «Because the Night», giras por todo el mundo, aventuras imposibles, persecuciones detectivescas de sus obsesiones literarias, cafés y vodkas en barras de bar anónimas, con las botas desmochadas de tanto cambio de ciudad. Lo destila todo en libros pequeños y deliciosos, que la han convertido en una santona literaria, entre el punk y la poesía. Just Kids, el relato de su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, le valió el National Book Award en 2010. El año del mono es la segunda parte de lo que ella llama la «trilogía M», que arrancó con M Train en 2015 –un repaso a su vida y a sus pérdidas vitales desde su álbum de debut en 1975– y que terminará con una entrega que está en camino.
Sus viajes, de los que dependen su torrente creativo, se detuvieron de golpe, como la vida del resto de mortales en EE.UU. y en medio mundo, a mediados de marzo por la pandemia. «Se suponía que debería estar ahora mismo en España, no aquí», dice desde su apartamento en Nueva York. Tenía una cita en Bilbao, otra en Madrid. «Me iba a quedar en Madrid un par de días, para ir a los museos. Siempre voy a ver el Guernica. Y tengo amigos, como Laura Lorca. Quizá hubiera visitado a Laura y me hubiera quedado un tiempo», lamenta. Habla con devoción de España, que aparece varias veces en El año del mono al mencionar a Roberto Bolaño y Blanes, donde murió el escritor chileno.
–En su libro conviven la realidad y la ficción. El mundo las separa hasta en los expositores de las librerías. ¿Están más juntas de lo que creemos? –Sam Shepard y yo solíamos hablar todo el tiempo de esto. Trabajé durante años en una librería cuando era joven. Y a este tipo de libros entonces los llamábamos «literatura». No tratábamos de distinguir entre ficción y no ficción. Esto me frustra, porque tiene que ver con lo que yo quiero hacer. En mi trilogía, M Train es un 90% realidad, y hay algo de ficción entrelazada. En El año del mono, el 50% o 60% es real y el resto ficción y sueños. Y en el que queda, quiero que sea un 30% de
realidad y el resto inventado, pero de una forma en la que el lector no los pueda distinguir. Mi inspiración para este tipo de escritura es Jean Genet. Todos sus libros, pero en especial Diario del ladrón. Es autobiografía, pero también fantasía y ficción, cosidas a la perfección.
–La no ficción le interesa menos.
–La leo poco. No me interesa a no ser que sea una biografía o algo que investigo, como libros de arte. Pero como yo escribo mis memorias, caen en ese género. Just Kids es todo verdad. Lo escribí para Robert [Mapplethorpe]. Todo está basado en hechos. No hay fantasía, es tan real como yo pude recordarlo. Pero me agota, me agota ser responsable de cada frase. ¿He retratado a tal persona bien? ¿Te cuenta de manera exacta cuál era el ambiente, qué ocurría históricamente en aquel momento? Después de ese libro, quería ser más irresponsable, y poder escribir lo que quisiera. Con cada libro me acerco más a… yo no diría que sea experimental. Es el mundo en el que vivo. Vivo mucho en mi cabeza. Para cualquiera que quiera saber cómo soy, El año del mono es lo más parecido a mí. Yo soy así. Lo lees y sabes exactamente cómo soy.
–Entre lo real y lo soñado está la pandemia. Mucha gente se ha sentido dentro de una película. ¿Nos despertaremos de esta pesadilla?
–Bueno, primero tenemos que salir de la pesadilla de tener a nuestro actual presidente. No soporto ni decir su nombre. No quería que apareciera en mi libro [en El año del mono hay varias referencias evidentes a Donald Trump, pero no le nombra]. Esa es la primera pesadilla, y está por todos lados. Pero hay otras, como la crisis climática que vivimos, que la gente no reconoce, no tienen idea de la catástrofe que nos espera si no hacemos algo. Pero la elección presidencial que viene va a ser muy sucia, va a ser brutal. –En medio de la pandemia, EE.UU, se ha levantado en protestas por los abusos a la minoría negra. No es la primera vez. ¿Es esta vez diferente? –Sí lo es. Yo crecí en medio del movimiento por los derechos civiles y el de la oposición a la guerra. Entonces no había redes sociales, que pueden ser peligrosas y hostiles, pero en este caso han sido muy útiles. La gente ha salido en masa a la calle a decir que esto es más importante que confinarse y protegerse. Hay movimientos que desaparecen de repente, por acción del Gobierno o porque la gente se cansa. Creo que no va a ocurrir ahora, se ha introducido en la conciencia global. Y el verano es duro en América. Va a hacer más calor que nunca. La gente está agitada, sin trabajo, sin dinero, frustrada. Se puede poner feo, sobre todo porque al actual presidente le gusta avivar las tensiones, provocar. Va a ser un año explosivo. Pero estamos en el centro de la historia. Para la gente joven, va a ser un momento histórico. Vamos a una verdadera revolución. No creo que las cosas vayan a volver. No todo va a ser maravilloso, pero seguro que no vamos marcha atrás.
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Encerrada en NY
Parece psicosomático. Patti Smith se pone a toser en cuanto menciona que padece una enfermedad bronquial crónica. «La tengo desde niña», dice, casi ahogada, mientras trata de continuar. «Tengo que tener cuidado. No fumo, no me expongo a químicos». El cuidado se extrema por el Covid19,
que la ha mantenido encerrada en Nueva York durante meses. Ni siquiera en su refugio de Rockaway Beach, donde se perdía en las dunas de Fort Tilden hace décadas, antes de que el huracán Sandy las aplanara, mucho antes de que las conquistaran los jóvenes de Brooklyn cada verano. «¿Vas para allá?», pregunta. «Si ves el mar, ¿le saludarás? Dile ‘hola’ de mi parte».
El retiro ha sido en su apartamento de Manhattan –«Rockaway está muy aislado y no conduzco»–, donde puede caminar a cualquier sitio. «Es muy raro, hace veinte años que no paso un verano en Nueva York, siempre estoy por ahí de gira», dice. La pandemia ha convertido a la ciudad en un lugar extraño, inquietante, como un gigante amordazado. Smith ha encontrado belleza dentro de la tragedia, que aparece en
AÑOS DE JUVENTUD Arriba, con Bob Dylan. Abajo, con Mapplethorpe en la habitación 204 del Hotel Chelsea de Nueva York
UN «SELFIE» DEDICADO. última edición del libro, con un añadido en el que la autora registra la atmósfera de la que se avecina. «Recuerdo caminar por la ciudad en abril», asegura ahora. «Estaba completamente vacía. Como a finales de los 60, cuando Nue
INFANCIA
Patti Smith en la Escuela de Enseñanza de la Biblia (Filadelfia). Imagen del libro «Éramos unos niños» va York estaba en bancarrota. Era bello, en realidad. Sin coches. Se escuchaba a los pájaros trinar. Una de las bellezas del confinamiento ha sido el silencio de la ciudad». –¿Cómo ha pasado este tiempo de encierro?
–La falta de movilidad ha sido un problema. Viajo todo el tiempo y dependo de ello para inspirarme y para encontrar un ambiente en el que escribir. –¿No le ha servido para encontrar otro tipo de inspiración? –No. Soy una persona disciplinada. Puedo escribir casi en cualquier situación. En un tren, en un hotel a las tres de la mañana. Pero siempre me ha costado escribir en casa. Sobre todo en este periodo en el que estoy acostumbrada a estar en la carretera. Y también soy una persona muy europea. Prefiero estar en Europa. Prefiero la estética de Europa. Me inspira más. Ha sido muy opresivo quedarme en América, a pesar de que yo sea de aquí. El confinamiento no ayudó mi proceso creativo, lo reprimió. He tenido que encontrar la felicidad en otras cosas. Me ha forzado a ser más saludable, a cocinar, a cuidarme, a pasar la fregona. –¿Qué planes tiene?
–Todo el trabajo que tenía en un año se ha cancelado. Ya fuera presentaciones del libro, una gira, conferencias, todo se ha esfumado. Así que no hay trabajo y no hay ingresos. Pero me ha conectado con mucha autola disciplina. Estoy más sana. Soy más fuerte. Eso siempre es bueno. Y en las dos últimas semanas he empezado a escribir. Hoy he tenido una buena mañana. –He escrito algo bueno. He cambiado la arena al gato. Está siendo un buen día.
–Mucha gente no está acostumbrada a la soledad, ¿nos pasará factura este tiempo? –Podría ser. Si no tienes voluntad de mejorarte, de usar cualquier situación en la vida para progresar, quizá sea un problema. Me he encontrado con gente, en la compra, por ahí, que está descubriendo cosas sobre sí misma. Yo he vivido en soledad mucho tiempo. No me molesta tanto como la falta de movimiento. Tengo una vida dual: una es la soledad y la otra la vida pública. El día que se decretó el confinamiento yo estaba lista para irme a Australia, para un gira muy larga que iba después a Europa, también a España. Así que mi estado mental estaba listo para el lado extrovertido. Fue un shock quedarme de repente aislada. Pero yo sé vivir así. Estoy viuda desde el año 94. Paso mucho tiempo conmigo misma desde que mis hijos crecieron. También, a mi edad, no es tan complicado como para alguien joven. –La muerte tiene mucha presencia en su libro. ¿Piensa mucho en ella?
–Desde que me estoy haciendo vieja, no pienso tanto en la muerte. En realidad, pienso más en la vida y en mi productividad. Pienso «vale, tengo 73 años, ¿cuántos años me quedan para producir obra con lucidez y con todo mi poder intelectual?». No pensaba en eso cuando cumplí 60, me sentía bastante joven. No me siento mayor. Soy todavía yo. Pero es un número y tiene significado en la vida humana. Y pienso en ello, para ser sincera. Me produce una urgencia tremenda para no desperdiciar el tiempo que me queda. Por eso fue tan difícil el comienzo del confinamiento, sin ser capaz de escribir o de hacer algo que yo considerara valioso. –Sobre el uso del tiempo en cosas valiosas: entre las estatuas que se han vandalizado estos días en EE.UU. había una de Cervantes en un parque de San Francisco…
–Creo que hay cosas mucho más importantes en las que pensar que en tirar estatuas de parques. Es una distracción. No se puede borrar la historia. Yo sé que es un asunto delicado. Pero destrozar una estatua de Ulysses Grant o de Thomas Jefferson, porque tenía esclavos en propiedad... Tenemos que tener cuidado. Hay una dualidad en determinadas personas, en figuras del siglo XVII y XVIII. Tenemos que pensar en la parte buena que ofrecieron, hay que mirar con perspectiva histórica. Eso no quiere decir que se pueda permitir todo, pero la historia no se puede borrar. Hay cosas tan importantes que pueden hacer los activistas: ocuparse de los jóvenes, la educación, votar. La destrucción de propiedad no es necesariamente una forma de abrir puertas. Hay que poner toda esta gran energía en cosas más importantes, y ver cómo funciona. Pero yo no voy a dejar de leer a nuestros grandes escritores. Eso seguro.
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El confinamiento ha sido difícil. No he sido capaz de escribir o de hacer algo que considerara valioso»
La primera pesadilla es nuestro actual presidente. Pero hay otras, como la crisis climática, que la gente no reconoce»