ABC - Cultural

Una intrahisto­ria para «La sombra del viento»

Una lectora voraz que llega a la obra de Carlos Ruiz Zafón sin prejuicios desde el minuto uno y que aún perdura en su memoria

- MARINA SANMARTÍN

Mantengo la apariencia de no ser una lectora demasiado exigente, porque es el acto de leer en sí mismo lo que me gusta y, en el momento de coger un libro y abrirlo, y perderme durante un buen rato entre sus páginas, suelo disfrutar tanto del ritual que implica la lectura como del contenido de cada historia, que, a priori, difícilmen­te me resulta inaceptabl­e. Mi método para descubrir si una novela me ha marcado, o no, se pierde un poco más en el tiempo, no es inmediato, y desafía al olvido, porque la memoria es la jueza más cruel.

Esta es la razón de mi capacidad para digerir, con una agilidad pasmosa y sin distinción, superventa­s y literatura más seria: mi filtro llega después. Son muchos los títulos a los que les abro la puerta, pero muy pocos los que se quedan conmigo; los que recuerdo y me recuerdan la época de mi vida en la que los leí. Sin embargo, desde el minuto uno en que descubrí la obra de Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964-Los Ángeles, 2020), supe que esta iba a acompañarm­e para siempre.

«LA SOMBRA DEL VIENTO». Era 2005, y yo, que aún no había cumplido los treinta, acababa de incorporar­me a la librería de una gran superficie en el centro de Madrid. Unas pocas semanas trabajando de cara al público, en la sección de Bolsillo de aquellos grandes almacenes dedicados a la industria cultural, me habían bastado para saber que había llegado a mi mundo, que había encontrado lo que quería hacer, a pesar de que los clientes, casi sin excepción, me formularan una única y monótona pregunta: ¿Cuándo saldría la edición económica de La sombra del viento? ¿Cómo era posible que se estuviera retrasando tanto? Así fue cómo escuché hablar de Ruiz Zafón por primera vez.

Para entonces, el autor, curtido en el ámbito de la publicidad, ya había conquistad­o con la Trilogía de la niebla a los lectores más jóvenes –en 1993, El príncipe de la niebla había ganado el Premio Edebé–, pero fue con la publicació­n en 2001 de La sombra del viento (Planeta), un misterio literario ambientado en la Barcelona de la segunda mitad del siglo XX, que por su calidad y aura parecía tomar el relevo narrativo a La ciudad de los prodigios (1986, Seix Barral), de Eduardo Mendoza, como se ganó el corazón del público más adulto, logrando algo dificilísi­mo: que aquellos que habían leído la novela hablaran de ella y despertara­n el interés en los que no; la mejor promoción posible.

«MARINA». Traducido a más de cincuenta idiomas y con más de diez millones de ejemplares vendidos, una cifra, según su editorial, solo superada en nuestra lengua por Don Quijote de la Mancha y Cien años de soledad, La sombra del viento, primer título de la tetralogía que completan El juego del Ángel (2008, Planeta), El prisionero del cielo (2011, Planeta) y El laberinto de los espíritus (2016, Planeta), tardó en tener su versión en rústica, pero yo no tardé tanto en leer a Ruiz Zafón, porque, azuzada por la curiosidad de los lectores, en las estantería­s de mis dominios en aquella tienda inmensa habitados por los libros más baratos, di con la que él mismo definió como su obra más personal, Marina (1998, Planeta), y no pude resistirme a la tentación de sumergirme en una novela que se llamaba como yo.

«Marina me dijo una vez que solo recordamos lo que nunca sucedió. Pasaría una eternidad antes de que comprendie­se aquellas palabras. Pero más vale que empiece por el principio, que en este caso es el final». Así inicia Óscar Drai el relato de su peripecia en la Barcelona de 1980; una aventura que, como cualquier buena aventura, real o literaria, es por encima de todo una gran historia de amor.

Cuando, hace apenas unos días, leí en las redes sociales que Carlos Ruiz Zafón había fallecido en Los Ángeles víctima del cáncer, me vino a la cabeza por enésima vez el principio de Marina y pensé en lo que no ocurrirá, en su trayectori­a truncada, pero al mismo tiempo extrañamen­te completa e impecable, amparada por la pasión por el cine, que lo llevó a vivir al otro lado del océano; por el amor a una ciudad y a los libros, una constante en sus tramas; y por un bien nutrido ejército de fantasmas, cuya presencia crucial es imprescind­ible en el universo de un buen escritor.

La literatura, sin la magia, no existe, y tampoco existe sin las vidas reales de quienes leen y aceptan que la ficción eche raíces en sus rutinas más grises, distinguié­ndolas, etiquetánd­olas para rememorarl­as algún día. Por eso para mí siempre habrá una época ligada de forma indisolubl­e a La sombra del viento y a Marina; la prueba flagrante, esa unión natural entre la verdad y la mentira, de que una novela ha cumplido su misión.

Lo dicho: me acordaré siempre.

Y sé que no soy la única.

RINCONES MÁGICOS. La plaza de San Felipe Neri, en Barcelona, es uno de los escenarios de la obra cumbre de Ruiz Zafón

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