El Camino de Santiago, peregrinar hacia el amor
«Tipos de agua...» es el poemario en el que Anne Carson recrea su experiencia peregrina
truidos. Necesitan que el ser imaginario que han construido, uno del otro, se funda con el real desconocido. Seducir, cortejar, pretender. Tanto la mente como el que seduce pretenden llegar desde lo que les es conocido y efectivamente real a algo diferente. ¿Qué desea el amante del amor? Placer y dolor. No es que lo desee, añado yo, sino que va implícito. Un dolor reversible, no definitivo, alejado de la muerte.
Eros y la escritura
Esa relación entre Eros y la escritura está extraordinariamente bien explicada por Anne Carson en la Ilíada con la historia de Belerofonte. Joven de belleza excepcional, exiliado por asesinato, acogido por el rey Preto de Efira, amado con locura por la esposa de su anfitrión, Antea, que él rechaza y provoca así su persecución (como José en Egipto) por el celoso engañado. Preto lo envía a Licia con una misión que le dice es crucial. Allí gobierna su suegro que abre la carta que le entrega (¿por qué no la abrió él antes?) en donde está escrita su sentencia de muerte. Eros transporta en sus manos algo que desconoce, quiere desconocer, confía en esa desconfianza, y que le puede ser mortal. Sor
Anne Carson es una de las grandes voces de la literatura en lengua inglesa. En su escritura ha creado un complejo sistema de polinización de los géneros: el polen de la poesía que se hace novela, que piensa desde el ensayo, que se fecunda en la autobiografía, en la traducción. Podemos decir, por eso, que cuando escribe su caligrafía no conoce fronteras, ni siquiera culturales, hace que la cultura clásica sea un diálogo permanente con la actualidad, lejos de la banalización, de los turismos intelectuales. «Tipos de agua...» va más allá, por ello, de un libro de viajes, es el relato hecho poema de una búsqueda. Paso a paso, piedra a piedra, hostal tras hostal, Carson camina desde St. Jean Pied de Port hasta Finisterre, en los inicios del verano de un año cualquiera, para desvelar un enigma: el del amor. Para ello ve montañas, desciende a los valles de Navarra, peregrina por ese misterio de Galicia que se amplía en el mar. Siente la luz como aquel animal de lo invisible del que hablara Lezama. Y busca hasta qué punto el amor está en ella, hasta qué punto puede aclarar el misterio que el amor es. Como los antiguos maestros orientales, tan citados aquí, el camino, para Carson, es un continuo libro de contemplaciones y de preguntas, de autocontemplaciones y de nomadismo interior. A los peregrinos los guiaba la fe, a los paseantes el diálogo consigo mismos, a los vagabundos el extravío, Carson tiene un poco de todos ellos porque ella no es un camino recto y ameno sino un cruce, una encrucijada. No solo duda si vive el amor, sino incluso el objeto del amor: ese hombre que llama Mi Cid, el conquistador que todavía no ha conquistado su corazón, el compañero feliz con el mantiene distancias y discusiones. «Tipos de agua…» es un libro tan bello como elíptico, tan leve y profundo como un haiku. Hay que leerlo letra a letra y silencio a silencio. Y sobre todo hay que leerlo como uno de los cuatro libros de «Plainwater», ese ensayo, relato, poema donde se habla del deseo como el agua imposible de detener, de la vida como ese fluir de encuentros y de pérdidas. El «homo viator» que dibuja Carson es un «homo natator»: necesita quitarse la ropa y ponerse a nadar, brazada a brazada, por el horizonte de todos los Finisterres, donde no hay un final sino un mundo que siempre comienza.