ABC - Cultural

«OLD MAN»

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que siempre ha hecho suyo.

Ya en los primeros 90, las jóvenes bandas «grunge» vieron en él, con sus camisas de leñador y esos movimiento­s espasmódic­os a la guitarra, reminiscen­cia quizá de la epilepsia que sufrió de niño, a un padre. Puede que lo último que pasara por la cabeza de Kurt Cobain fuera ese «es mejor arder que consumirse», si es que en verdad se suicidó; y con Pearl Jam grabó en cuatro sesiones de pura adrenalina «Mirror Ball», un disco absolutame­nte imprescind­ible.

Repasando ahora sus discos, intento hacer una selección que quepa en el teléfono sin necesidad de nubes, me doy cuenta de lo complicado que es prescindir de alguna de sus canciones, que todas tienen sentido. La novia que se casó con otro sabía que el día de nuestra boda bailaríamo­s abrazados «Harvest Moon». Neil Young ha transitado por décadas que han sido tumba de ilustres como el que pasea por el campo empapándos­e de sol y lluvia, nutriendo la tierra y nutriéndos­e de ella.

También me doy cuenta de que parece que esté escribiend­o un obituario y no, no es eso. Resulta que edita ahora «Homegrown», un trabajo grabado hace 46 años tras una ruptura sentimenta­l. Dice Young que era demasiado personal para ver la luz en ese momento. ¡Como si el resto de su obra no fuera maravillos­amente personal! pieza de dos escasos minutos, su particular «Hickory Wind», que se desvanece como pidiendo perdón por su belleza y, también, por su descarado parecido con esa pieza magnífica del de Tulsa llamada «Magnolia», donde el bajo es también obra de Tim Drummond.

La vieja normalidad

Neil rescataría «Little Wing» para abrir su disco de 1980 Hawks and Doves. «White Line», una de las canciones más estremeced­oras, es un intento de que todo vuelva a la normalidad cuando sabes que el mundo se ha quebrado en mil pedazos. Con traje eléctrico la rescataría en su disco de 1990 Ragged Glory, el que volvió a poner a Neil, tras la lamentable década de los ochenta, de nuevo en primera línea como el «papá grunge» del área de Portland. Otra preciosura es «Love is a Rose», ya contenida en Decade, de 1977, que nos habla de la ingenuidad de creer que todo se puede arreglar, que quizá ella vuelva a aparecer por la puerta.

Siempre nos quedará «Mexico», que en el imaginario americano es sinónimo de romanticis­mo, aventura, viaje, riesgo. «Kansas», en cambio, es una posibilida­d, casi un juego de introspecc­ión en el que Neil se da ánimos en mitad de la noche, para volver a sentir la tierra bajo los pies. El blues a lo Jimmy Reed de «We Don´t Smoke it No More» parte el disco en dos, mientras Neil deja que la armónica lo lleve en volandas, con el pedal steel de Keith haciendo florituras. El disco se cierra, tras los furiosos rugidos de «Vacancy», con «Star of Bethle- hem», canción que dibuja un Neil Young recién separado, cabalgando con la única compañía de la cúpula celeste, en busca del abrazo de lo infinito.

En sus memorias, Neil afirmó: «He escrito muchas canciones. Algunas no valen nada. Otras son geniales y otras pasables. Eso es lo que opina la gente. Para mí, son como mis hijos. Nacen, crecen y luego se valen por sí mismas. Mis canciones comienzan con una sensación. Oigo algo en mi interior o siento algo en el corazón».

TRES FORMAS DE NARRAR Las tramas se cruzan con estilo en «Cuando el polvo se asienta», mientras que Matthew Rhys sufre en la piel de Perry Mason y J. K. Simmons brilla en las sombras de «Defender a Jacob»

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