CIUDADANOS DEL MUNDO
En su última obra, Martha C. Nussbaum, Premio Princesa de Asturias, estudia, con amenidad y rigor, la tradición cosmopolita, desde Cicerón hasta hoy
«Kosmopolités», así se definió Diógenes de Sinope (412 a.C.), más popular como Diógenes, el Cínico. Era, decía, un ciudadano del mundo, una libre elección moral, más que política. Algo que debe nacer del interior del individuo; una convicción que rompe los muros y las convenciones. Martha C. Nussbaum, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, en La tradición cosmopolita, repasa en siete luminosos ensayos y unas soberbias calas los momentos decisivos, desde Cicerón, el cosmopolitismo estoico, Grocio y una sociedad de individuos (que debería estar regida por una ley moral), la presencia de un Adam Smith, lejos del tópico con el que suelen presentarle, hasta concluir en cómo ha llegado hasta hoy tal tradición, y el enfoque posterior que habrán de mostrar sus derivaciones contemporáneas.
DEBER MORAL. Son ensayos de alta divulgación, con la retórica amena y cercana de la escuela anglosajona. Se dirige a un «lector común», curioso y crítico, sin perder un ápice de rigor e investigación. No es una broma lo que está por venir: cosmopolitismo/nacionalismo; fundamentalismo religioso/racionalismo ilustrado; radicalismo político/democracia liberal. En la base del cosmopolitismo se reconoce mismo valor para cada persona. Cosmopolitismo en muy diversas facetas. San Pablo podría ser un modelo de ciudadano del mundo. Umberto Eco en una definición magnífica afirmó que «el lenguaje de Europa es la traducción». Cosmopolitismo no es igual a Globalización. El primero, encierra «La tradición cosmopolita». Martha C. Nussbaum (en la imagen). Paidós, 2020. 326 páginas. 24 euros
un deber moral. Insoslayable; el segundo, un mercado universal. Regresemos al bueno de Diógenes, el Cínico, quien como recuerda Nussbaum, citando a Diógenes Laercio, VI, 72: «Se burlaba de la nobleza de nacimiento y de la fama y de todos los otros timbres honoríficos, diciendo que eran adornos externos del vicio». No es, por cierto, solo una idea occidental, también en otras culturas aparece. Advierte Nussbaum cómo: «Adam Smith juzga inaceptable el patriotismo cuando lleva a las naciones a vulnerar el derecho internacional, pero también cuando las arrastra a aborrecer la prosperidad de otros países». En estos desdichados días, esta colección de ensayos adquiere una dimensión singular, pues esa universalidad humana ha demostrado la necesidad de avanzar hacia una ciudadanía, al menos desde la perspectiva moral (es decir, la de «la soberanía del bien». Iris Murdoch), del mundo. Lo cual concedería al herido concepto de «progreso moral» un alivio esperanzador.
UNIVERSO EXTREMO. Dos bares hay en la historia que son la metáfora esencial del cosmopolitismo. Son de ficción, pero en ellos y en épocas distintas y distantes está el encanto cosmopolita. Uno es el Bar de Rick en Casablanca y el otro el Bar de Mos Eisley o Cantina de Chalmun en la inmortal La guerra de las galaxias, Ep. IV. Allí donde el blando de Luke Skywalker y el jedi Obi-Wan Kenobi van en busca de un piloto y se encuentran con la colección más variopinta y, sí, cosmopolita del universo más extremo y delirante. Claro que encontrarán al piloto: Han Solo y su inseparable Chewbacca. Serán ficción, pero serán eternos, como el ideal narrado por Nussbaum.
BAR SANTOS. Para cosmopolita el Camino de Santiago. Que pasa por Madrid. Y por uno de sus lugares más acogedores: la Plaza de Santiago. Y allí, en el número 2, el Bar Santos. Lugar de peregrinaje a su terraza, a sus alitas de pollo, a sus cañas y a su café. Camino del Palacio Real, o de la ópera, son decenas de nacionalidades las que se cruzan, porque el cosmopolitismo también se exporta.
EN «LA GUERRA DE LAS GALAXIAS. EPISODIO IV», SU CANTINA ACOGE A PERSONAJES VARIOPINTOS