RACIONAL Y ESÓTERICO, EL PODER DE LOS ELEMENTOS
«Lo que algunos hombres les hacen a las mujeres hace que me avergüence de mi sexo». Esta es la conclusión a la que llega Dobey, uno de los personajes de «La mujer del bosque», la decimoséptima entrega de las investigaciones de Charlie Bird Parker, el detective creado en 1999 por Connolly. Ha llovido mucho desde entonces, desde que Parker sufriera en la primera novela de la serie el asesinato a sangre fría de su mujer y de su hija, y su vida se desdoblara más allá de este mundo, para dar cabida a los fantasmas; han pasado décadas y, en «La mujer del bosque», la historia coral del cadáver de una joven que queda al descubierto en los bosques de Maine «gracias» a los efectos de la tempestad, la madurez de Parker y su entorno –un amplio abanico de perfiles tallados con una precisión milimétrica– se enfrenta a un problema que nos remite directamente a la trilogía «Millennium (Destino), de Stieg Larsson, el de la pesadilla de la violencia machista.
Con un más que evidente interés por la defensa de los derechos de las minorías y los postulados del feminismo, Connolly se pone de nuevo al servicio de estas causas empuñando el arma que mejor domina: la literatura; y lo hace siendo fiel a la receta de su éxito, si bien con un poco menos de poesía que en otros títulos y un poco más de sobriedad: la mezcla de lo policiaco y lo sobrenatural; el avance simultáneo de varias líneas de acción; la descripción minuciosa de la sangre y, como contrapunto, la anticipación sobre la trama de una melancolía que cristaliza en los elementos de la naturaleza para trascenderlos y concederles el poder de influir sobre los acontecimientos como demiurgos, una última marca de la casa que convierte «La mujer del bosque» en un peculiar y armónico lamento, y nos devuelve al origen de un tono narrativo ligado al paisaje, del que hemos podido disfrutar recientemente gracias a títulos como «San, el libro de los milagros» (Acantilado), de Manuel Astur.
La mujer del bosque John Connolly