«El novelista no busca personajes sanos, equilibrados, sino conflictivos»
—¿El nexo entre una madre y su hijo es el más fuerte que existe?
—Una madre ve a su hijo como una parte de su organismo que se ha ido desprendiendo por fases. Que ese bebé acabe convirtiéndose en un cuerpo extraño es algo que cuesta imaginar. El recuerdo de esa unión física nunca termina de desvanecerse del todo.
—¿Cómo es Rosa?
—Es una mujer entregada en cuerpo y alma a su hijo Iván, pero tiene un aspecto negativo, que la hace posesiva y absorbente. En cierta medida, Iván es la reencarnación de su padre, y Rosa ama en él al hijo y al novio muerto, aunque el incesto no pasa de ser una sugerencia. —Mabel es un espléndido contrapunto... —También arrastra un pasado complicado. Podría presentarse como una víctima de la sociedad y, en lugar de eso, opta por el sentido de la responsabilidad: mientras los demás crean problemas, ella busca soluciones.
—¿Es mejor hacer frente al pasado antes de que se enquiste?
—Sí, pero entonces los personajes serían sanos, equilibrados, digamos apolíneos, y no existiría el conflicto, que es lo que el novelista va buscando en ellos.
—«Saber nos hace diferentes, nos convierte en otras personas». ¿También acarrea dolor? —En el caso de Iván, sí. Descubrir que su madre le ha ocultado durante veinte años las circunstancias de su concepción y su nacimiento provoca en él un dolor profundo que acaba derivando en intolerancia.