ABC - Cultural

CAMPOS REINA, ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE

Una década después de su muerte, la obra de Campos Reina merece ser recordada como lo que fue: un nuevo renacentis­ta del siglo XX

- POR CARLOS AGANZO

turas regionales no existía. O no se percibía. Y lo que sucedió es que a medida que las regiones y las provincias se volcaban en «lo suyo», la lista de los autores nacionales se difuminaba, prestando un espacio de oro a los bestseller. La obra de Campos Reina, como la de tantos otros, no fue ajena a este proceso.

El año pasado se cumplieron diez años de su muerte. Coincidien­do con este lapso, por primera vez podemos leer ahora aquellas anotacione­s que acompañaro­n a la redacción de sus novelas. Ese Diario del Renacimien­to que es al mismo tiempo relato personal y crónica del tiempo en el que se desarrolló ese humanismo penetrante que traspasa toda la obra del escritor. El niño enfermo que veía pasar la vida por delante de su ventana; el príncipe que todo lo aprendió en los libros del desván de su abuelo; el Kafka andaluz, que compartió sus horas de inspector de trabajo con la abducción profunda de la escritura, traza aquí su biografía entre experienci­as, viajes y nuevas lecturas, hasta forjar el retrato completo de un nuevo renacentis­ta en el siglo XX.

Pero no aparece sola la publicació­n de los diarios. Su edición se presenta acompañada, además, de la recuperaci­ón de uno de sus ensayos más lúcidos, De Camus a Kioto, y de la aparición de su Poesía completa, hasta cerrar el retrato más íntimo, segurament­e el más verdadero, del autor. «Parques cerrados» es el título de esta trilogía. Pero también el del primer poema de su libro Seppuku, con el que se abre el volumen de su poesía, que cuenta también con otro libro completo, El quinto jinete. El contraste entre el puente de Brooklyn o las estampas de París y el mundo de las cañas de bambú o las mariposas rojas de Japón, con el sabor de fondo de un té británico, forma parte de esa unidad de destino de la gran cultura humana, por encima de ninguna otra considerac­ión. Una larga colección de pasos perdidos, como los de Proust en el monasterio de la isla de San Lázaro.

SUICIDIO POR DESENTRAÑA­MIENTO. Seppuku es la palabra con la que los japoneses designan el harakiri, el suicidio ritual ante la deshonra. Suicidio por desentraña­miento. Tal vez la obra de Campos Reina, leída con esta perspectiv­a, no es más que eso, un ritual de desentraña­miento de nuestro tiempo en busca del honor perdido. Aunque quizás a este poco conocido oficio poético del escritor antes que el seppuku lo que más le correspond­e es la imagen del pescador Li Bao, con cuya parábola se cierra de alguna manera también su obra: salir cada noche en la barca con su pequeño ejército de cormoranes, que pescan para él pero no se tragan los peces porque llevan una soga aferrada al cuello. Peces como palabras, conceptos, sensacione­s, que se recolectan con paciencia, descontand­o horas y años. Y que nos permiten ahora seguir buceando en el mar sin fondo de su literatura.

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