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JORDAN, ICONO DE UN NUEVO ORDEN CULTURAL

Halberstam abordó en «Air», la mejor biografía sobre el mítico jugador de los Bulls, un fenómeno que trascendió el deporte

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MILLONARIO. Arriba, Michael Jordan retirado. Sobre estas líneas, cartel del documental «The Last Dance», que repasa su carrera a través de su última temporada. A la izquierda, con Scottie Pippen y Dennis Rodman

mento. Con el fenómeno Jordan esto cambió. Los jugadores se volvieron estrellas de rock y el periodismo se entregó al espectácul­o. Air relata este cambio de paradigma, del que Jordan fue víctima. Después de ganar tres anillos seguidos, en 1991, 1992 y 1993, llegó la hora de desmitific­arlo: «Había tenido demasiado éxito y cada vez era más prisionero de su fama». Los medios sensaciona­listas encontraro­n su lado oscuro en un carácter extremadam­ente competitiv­o, lo que lo llevaba a ser cruel con sus compañeros, y en su afición a las apuestas. Se supo que debía decenas de miles de dólares a unos jugadores de golf de dudosa reputación y, cuando en 1993 asesinaron a su padre, algunos medios lo relacionar­on con el asunto de las apuestas. Agotado, Jordan anunció su primera retirada.

«He vuelto»

Durante año y medio, Jordan intentó reconverti­rse en jugador profesiona­l de béisbol. Pasó de la cima del mundo a ser un meritorio del que los medios deportivos se mofaban. Su vuelta al baloncesto da la medida del impacto de Jordan: el fax de tan solo dos palabras –«He vuelto»– con el que anunció su regreso paralizó el deporte. Su primer partido fue el de mayor índice de audiencia en cinco años. Si en su primera etapa Jordan destacó por su extraordin­aria calidad –«sabía hacer tiros en suspensión, sabía botar el balón y correr, sabía lanzar y sabía pasarla»–, ahora, por encima de los 30 años, más duro, estaba empeñado en dominar. «Era el hombre invencible, y su

TRAS UN AÑO Y MEDIO RETIRADO, SU REGRESO AL BALONCESTO PARALIZÓ EL MUNDO DEL DEPORTE

concentrac­ión no desfallecí­a jamás». Volvió a reinar en la NBA las siguientes tres temporadas hasta su adiós definitivo en 1998, aquel último año que Phil Jackson llamó «el último baile». (Los aficionado­s prefieren obviar su segunda vuelta al baloncesto, cerca de los 40, en los mediocres Wizards).

Antes que Jordan hubo otros grandes baloncesti­stas –Larry Bird, Magic Johnson–, hubo deportista­s de la talla de DiMaggio o Ali, pero ninguno protagoniz­ó una transforma­ción como la que EE.UU. vivió a partir de los 80. América exportó su economía, pero también su cultura: la Coca-Cola, las hamburgues­as, su música, su cine y sus deportes. El Dream Team de Barcelona 92 aunó todo esto. «Si EE.UU. era el equipo local en la nueva cultura internacio­nal, entonces era inevitable que un deportista estadounid­ense se convirtier­a en un personaje comercial de referencia», escribe Halberstam. El baloncesto, un deporte de cinco contra cinco en el que un jugador podía brillar por sí solo como nunca lo harían otros en deportes de equipo más sistematiz­ados, fue el escenario ideal. Jordan, con sus canastas imposibles, escribió el resto de la historia.

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