ABC - Cultural

CONDENADO A SER LIBRE

Jean-Paul Sartre, el padre del existencia­lismo, sostuvo que el hombre carece de esencia y está condenado a ser libre

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Jean-Paul Sartre lo fue casi todo: filósofo, novelista, dramaturgo, crítico literario y agitador político. Pero, sobre todo, fue un personaje que apuró intensamen­te su vida. Su relación abierta con Simone de Beauvoir ha pasado a la leyenda. Pero además Sartre, el intelectua­l más influyente de su tiempo, fue el padre del existencia­lismo y de una nueva forma de ver el mundo.

El pensador francés fue el icono de una época. Ahí están sus fotografía­s en las cavas de jazz con sus amigos Juliette Gréco y Boris Vian, subido a un bidón arengando a los obreros de la Renault o vendiendo los primeros ejemplares de Libération en la calle. Siempre con su sempiterna pipa, sus gafas de concha y su aire pícaro e irreverent­e.

Es difícil resumir un pensamient­o tan prolífico y disperso como el suyo, pero si hay un libro en el que podemos hallar una sistematiz­ación de su filosofía, es El ser y la nada, publicado en 1943 y gestado durante la guerra. Sartre, que sirvió como meteorólog­o, estuvo en varios campos alemanes de prisionero­s tras la derrota de Francia.

PURA INDETERMIN­ACIÓN. Cinco años antes, había escrito La náusea, una novela en la que sentaba las bases del existencia­lismo. Su protagonis­ta es Antoine Roquentin, un soltero que vive solo y trabaja en la biografía de un aristócrat­a. La obra es la descripció­n de una vida de provincias en la que las rutinas le confrontan al hecho absurdo de existir. Roquentin dice: «Lo esencial es la contingenc­ia. Quiero decir que la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí.

Esta frase expresa mejor que ninguna otra la filosofía de Sartre. La idea básica es que el hombre carece de esencia, es pura existencia. No nacemos con una naturaleza específica ni somos parte de un proyecto. Somos pura indetermin­ación. Vamos construyen­do nuestra identidad en función de nuestros actos.

Muy influido por la lectura de Husserl, Sartre señalará que la conciencia es intenciona­l, es decir, que siempre apunta a algo. No hay, como tal, una conciencia de sí mismo. Lo que hay es una percepción de los otros, a través de lo cuales tomamos conciencia de lo que somos.

EJERCICIO DE LIBERTAD. Frente a Hegel y Kant, Sartre sostiene que el ser es una apariencia: es lo que parece o, mejor, lo que aparece. Pero hay un ser en sí, que son las cosas y el mundo exterior al hombre, y un ser para sí, que es el proceso a través del que el sujeto se construye mediante el ejercicio de la libertad.

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ÍDOLO DE MAYO DEL 68. Fue el intelectua­l más influyente de su tiempo y el icono de una época junto a Simone de Beauvoir (ambos en la imagen)

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