Encuadrar a Lee Friedlander
ay creadores cuya obra da la sensación de que lleva su propia banda sonora incorporada. En el caso de Lee Friedlander (1934), la suya suena irremediablemente a jazz, en cuyo mundo se desvirgó como fotógrafo. ¿Quién iba a pensar cuán lejos llegaría ese joven de Aberdeen al que Atlantic Records contrató para ocuparse de las portadas de grandes como John Coltrane, Ray Charles o Aretha Franklin?
Él mismo, en una grabación en la que su nieto Giancarlo lo entrevista –y que la Fundación Mapfre incluye en esta retrospectiva– reconoce que todo lo suyo pudo empezar con el Shake, Rattle and Roll, de Big Joe Turner: «Yo sólo pensaba en pasármelo bien». ¡Y vaya si lo hizo! Todavía hoy, que sigue en activo. Fotografiando a diario desde hace más de 60 años.
Y, al hacerlo, removió los cimientos de la foto documental. El joven Friedlander solo buscaba retratar al tío Vern. Sin embargo, intentándolo, en el objetivo se coló su coche. Y cerca del coche, la ropa tendida de la tía Mary. Y en el mismo plano, algún árbol, un pájaro. Y cerca de todo eso, los millones de guijarros de la calle. Entonces se dio cuenta: «¡Qué medio tan generoso es la foto, que permite hablar de todo ello a la vez!».
A Friedlander nunca le gustó la ortodoxia. Desencantado con sus estudios, se acercó más
Hal pintor A. Kaminski. Y a Charlie Parker: ¡El jazz! ¡Otra vez el jazz! Si sus grandes maestros improvisaban constantemente, ¿por qué no hacerlo él con la foto? Si el pop elevaba a los altares artísticos lo cotidiano, ¿por qué no centrarse él en lo banal?
Por eso sus tomas, a veces, pueden parecer descartes, mal encuadradas o «contaminadas» de ruido visual. Por eso en series como The American Monument no esperen recorrer EE.UU. a través de sus iconos. Por eso Little Screen se nutre de televisores, escaparates, retrovisores... Como el comisario explica, si Cartier-Bresson apostaba por el «instante decisivo», a Friedlander le subyugó más el «encuadre preciso», el que puede parecer extraño, pero en el que, si cae uno de los elementos de la escena, esta no se repetirá jamás.
El recorrido es cronológico y constata no solo su pensamiento por «series», sino también cómo ha cultivado con mimo el fotolibro; o cómo sus proyectos se despliegan por afinidades temáticas, como el paisaje, el desnudo, el retrato (familiar) o el autorretrato. Metáfora de cómo los cambios a veces llegan desde las cosas más pequeñas. Y eso te convierte en grande.
Lee Friedlander F. Mapfre. Madrid. Pº de Recoletos, 23. Comisario: Carlos Gollonet. Organiza: PHotoEspaña. Hasta el 10 de enero
ta de Magritte en Ceci n'est pas une pipe (o esto no es lo que parece) a las interpretaciones paisajísticas de Chagall cuando trabajaba de memoria.
Toparse con ese nivel de detalle traslada también a un recorrido de estímulos o referentes de la Historia del Arte recuperados por el artista. Una visión totalmente filtrada por la capacidad de Muniz de llevar cada objeto que compone la obra –y cada obra– a otro estado.
No son triviales tampoco los materiales que elige: soldados de plástico en las series de retratos de militares; pigmentos en las de paisajes de la Historia
del Arte; retales de postales, recortes de revista… Nada se deja al azar. Y no sólo eso: al final, como en un rizo más, su dualidad entre lo manual, lo original y lo seriado que en su caso reserva a la fotografía, al más puro estilo Warhol, que deja patente la visión y revisión de la Historia del Arte de este autor en donde nada es lo que parece... O donde la apariencia no es sincera.
Vik Muniz Museo Universidad de Navarra. Campus universitario de Pamplona. Comisario: Arthur Ollman. Hasta el 21 de marzo