ABC - Cultural

LOS RODRÍGUEZ, SOLDADOS EN LA MISMA TRINCHERA DEL ROCK

Se publica «Sol y sombra. Los Rodríguez», una historia oral sobre la histórica banda de Andrés Calamaro, Ariel Rot, Julián Infante y Germán Vilella

- ÁLVARO ALONSO

l terminar las más de trescienta­s páginas del libro, de lectura ágil pese a la multiplici­dad de voces y perspectiv­as, queda un poso agridulce. Sobran los motivos. Hay épica, hay esfuerzo colectivo, hay drama, hay éxito y algo de comedia. Es la historia oral de Los Rodríquez, donde nos topamos con un proceso contado al ralentí por sus protagonis­tas, Ariel Rot, Andrés Calamaro y Germán Vilella. El otro espada, homenajead­o en el título, es el guitarrist­a Julián Infante, cuya voz no puede aparecer porque falleció en diciembre de 2000. De igual modo que otro miembro importante, Guille Martín. La estructura es cronológic­a y muy colorista, al intervenir en el relato mánager, fotógrafos, periodista­s, representa­ntes y nombres del entramado discográfi­co, así como otros músicos que, o bien formaron parte de la banda, o bien tocaron con ellos.

Hay una pequeña «escena» en Madrid a principios de los noventa, el aliento conjunto de unos músicos que tienen pasión por el rock y que hacen la misma ruta de bares, locales de ensayo y salas de conciertos. A quienes vivieron aquellos días, de «desayunar» en El Palentino de la calle del Pez, ir al Agapo,

Ael Ya’sta, visitar Tablada 25, noctívagos por las cuevas del Ambigú o perdidos en la pista de El Sol, esta singular epopeya que en riada van contando los diferentes actores resulta de una deslumbran­te viveza.

Camino tortuoso

Aunque en esta historia y, pese a que la semilla nace de Germán y de Julián, el hilo rojo es la progresión de Andrés Calamaro, desde su llegada a Madrid, ya con carrera en Argentina con los Abuelos de la Nada, pero siendo acá casi un total desconocid­o, como en general el rico legado del rock argentino de Charly García o Spinetta.

Ariel y Julián provenían de Tequila y esta iba a ser una «segunda navegación», un camino más tortuoso de lo esperado, en gran parte porque el rock en castellano había caído hasta el punto de desarrolla­rse en el undergroun­d.

El periplo de Los Rodríguez es una odisea con final feliz, a tenor de los 800.000 discos vendidos en 1996 de Hasta luego, con portada de nuevo brillante de Óscar Mariné, una cifra hoy imposible. Como dice Andrés en las primeras páginas, todo comienza con unos artistas «entre las espadas y las paredes», en un punto de inflexión. Aun cuando el nombre de Ariel Rot pudiera hacer pensar en oropeles, la casa de General Martínez Campos, centro de operacione­s, de techos altísimos y enormes salones con espejos, a la que llamaban «El Rancho», era un alquiler de renta antigua que acabaron perdiendo. El batería, Germán, a veces dormía literalmen­te en un banco. Y Andrés es acogido por Ariel, viniendo ambos de Buenos Aires con la promesa de un contrato que en realidad se había inventado Julián, pero que no existía.

La química de los músicos y la voluntad de crear un auténtico grupo de rock es emocionant­e, superando mil dificultad­es, viviendo al día, alimentánd­ose a veces de los cacahuetes del bar de los locales de ensayo, en Tablada 25. Ahí anda Gabinete Caligari, y Andrés, que lo admira, se hace muy amigo de Jaime Urrutia en su afición compartida por los toros. También Coque Malla y los Ronaldos. El bajista, además, tiene con Diego Manrique un estrambóti­co local abierto hasta la maEl

contrato llega enseguida y graban su primer disco, Buena suerte, gracias al olfato de Paco Martín, para su disquera, entonces Pasión. Antonio Flores los lleva a lugares chic, como Archie, y a los tablaos flamencos. Viven la noche y ensayan sin parar durante el día. Se van haciendo un nombre. Andrés se instala en Malasaña con su novia, Mónica, hermana de Mar, la mujer de Ariel. Los lazos son tan estrechos entre los músicos que se diría miembros de una hermandad.

Del éxito al adiós

Será Alfonso Pérez quien confíe en ellos para dar el salto a una multinacio­nal, donde publican el segundo disco, Sin documentos. A partir de ahí todo fue hacia arriba, aunque en un camino no siempre bien asfaltado. Está la cuestión de los porcentaje­s, por la que hoy Andrés pide perdón, el deterioro de Julián, la grabación con Joe Blaney en El Cortijo, aquellos idílicos estudios de la Sierra malagueña de Ronda, la colaboraci­ón de Coque Malla, Sabina y Raimundo Amador en Palabras más, palabras menos, hasta la gira final con Sabina.

Pero en el maelstrom de la carretera, los aviones, las giras, las grabacione­s, apenas les da tiempo de saborear su bien ganado éxito. En 1993 los vemos tocando en la Cárcel de Carabanche­l con Manolo Tena para los reclusos y, solo tres años después, el 4 de septiembre de 1996, realizan el famoso concierto en las Ventas. Calamaro está componiend­o las canciones de Alta suciedad. Este nuevo trampolín coincidirá con el fin de Los Rodríguez, que verán sus grandes éxitos subir como la espuma desde la barrera.

LOS RODRÍGUEZ TRIUNFARON EN LOS AÑOS 90, CUANDO EL ROCK EN ESPAÑOL ERA CASI «UNDERGROUN­D»

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J. SALAS /EP Los Rodríguez: Andrés Calamaro, Germán Vilella, Julián Infante y Ariel Rot. A la derecha, la banda y los autores del libro
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