«Quijote Welles»

Un libro reúne sus frases y anécdotas más brillantes

o llamaban «El Genio»: un mote acertado, porque realmente lo era. Orson Welles alcanzó la fama a los veintitrés años con la emisión radiofónica de La guerra de los mundos como si fuera un boletín de noticias. Tres años después, rodó Ciudadano Kane, una de las mejores películas de la Historia. A pesar de sus problemas con los productores, ha dejado una serie de obras maestras.

Le fascinaba España: su paisaje, sus pueblos, su manera de vivir, la dignidad de cualquier campesino español... Y don Quijote, por supuesto.

En España rodó varias películas: Mr. Arkadin, en la que actuó como extra Miguel Delibes. Campanadas a medianoche, quizá la mejor versión cinematográfica de Shakespeare. Una historia inmortal, basada en un cuento de Isak Dinesen (la protagonista de Memorias de África), que convierte la plaza de Chinchón en Macao. Y un documental sobre toros, una de sus pasiones.

Durante treinta años fue rodando su versión libre de

El Quijote. En

Roma, cada día, le dedicaba diez horas, y otras nueve, a actuar en David y Goliat: dormía un par de horas. Seguía rodando contraplanos, tres años después del plano, en otro país, cuando ya habían muerto los dos protagonistas, Francisco Reiguera y Akim Tamiroff.

Agustín Sánchez Vidal acaba de publicar uno de los libros con más anécdotas divertidas y frases brillantes que he leído: Quijote Welles (ed. Fórcola). Para Orson, Don Quijote es un mito mucho más vivo que cualquier persona real. Según su asistente, el Quijote era «el centro de su vida, la auténtica expresión de su más íntima personalidad. Él se sentía otro Quijote».

Le conocí, junto a Luis Miguel, en aquel «verano sangriento». Me enseñó una cicatriz y me dijo que había intentado ser novillero: probablemente, era uno de sus fakes (mentiras), pero podía ser verdad. Así era este «Quijote Welles».

LEl Quijote era el centro de su vida, la auténtica expresión de su más íntima personalidad