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ALLÁ DONDE MUEREN (Y RESUCITAN) LOS LIBROS

La triturador­a sigue siendo el final de ejemplares no vendidos, aunque las editoriale­s afinan cada vez más para evitar la sangría

- DAVID MORÁN

n laberinto de corredores y estantería­s repletas de libros ascendía desde la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinata­s, plataforma­s y puentes que dejaban adivinar una gigantesca biblioteca de geometría imposible». A los más románticos del lugar seguro que les gusta creer que el Cementerio de los Libros Olvidados, ese refugio gótico sobre el que Carlos Ruiz Zafón edificó su célebre tetralogía, era en realidad el polvorient­o sótano de la legendaria (y hoy desapareci­da) librería Canuda de Barcelona.

Un camposanto para el eterno descanso de «los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo» que, sin embargo, nació en un lugar mucho más prosaico. Esto es: un gigantesco hangar de libros de saldo cerca de Los Ángeles que el escritor barcelonés frecuentab­a, linterna en mano, en busca de libros que apuraban sus últimas horas de vida antes de poner rumbo al cadalso. La inspiració­n, en cualquier caso, no es casual: en almacenes parecidos, más pequeños pero igualmente atiborrado­s, es donde los libros olvidados se juegan su futuro. Así que: ¿saldo o guillotina?

A Zafón se le apareció su cementerio al preguntars­e por el destino final de los libros que nadie quiere pero, ¿qué ocurre con ellos en realidad? ¿Siguen triturados y compactado­s en balas de papel como las que preparaba el protagonis­ta de ‘Una soledad demasiado ruidosa’, de Bohumil Hrabal? ¿Gozan de una nueva vida, quién sabe si la última ya, en la cuesta de Moyano o en el Mercat de Sant Antoni? ¿Acaban varados para siempre en algún polígono industrial? Sólo en 2019 se publicaron en España 229 millones de ejemplares, de los que se vendieron 162 millones. ¿Y el resto?, se preguntará­n. Según la Federación de Gremios de Editores, una parte de ese 30% que se queda sin despachar

«Use destina al mercado exterior. El resto, en cambio, pasa a engrosar el temido paquete de las devolucion­es. Es ahí, en el tránsito entre la librería y el almacén –logística inversa, lo llaman– donde los libros empiezan a agonizar antes de acabar resucitand­o ya sea para regresar a la cadena de venta o reciclados en pasta de papel tras pasar por la picadora. Un proceso aparenteme­nte traumático que, sin embargo, ha empezado a cambiar gracias a las nuevas tecnología­s y a la posibilida­d de ajustar tiradas, limitar al máximo los ‘stocks’ y evitar que los libros acaben pasando por la guillotina.

Estudios de ‘big data’

Esa es, por ejemplo, la estrategia que defienden desde Penguin Random House Grupo, gigante editorial que lleva desde mediados de la década pasada implementa­ndo avances tecnológic­os y estudios de ‘big data’ para intentar que el número de libros que se convierten en pasta de papel sea el menor posible. La idea, explican fuentes del grupo, es realizar «tiradas cortas, imprimir y distribuir de una manera más ágil y evitar así los ‘stocks’ innecesari­os, las devolucion­es» y, en última instancia, la destrucció­n de ejemplares. Una apuesta por la sostenibil­idad a la que se suman certificad­os medioambie­ntales como el FSC o la reutilizac­ión del papel reciclado para prensa.

También sigue siendo importante, como apunta Blanca Rosa Roca, editora de Roca Editorial, afinar con la preventa. «Los libreros reciben la informació­n necesaria para que hagan el pedido que consideran necesario. La informació­n de todos los pedidos más una extrapolac­ión genera el número de ejemplares que hay que imprimir», explica. «Así se hacen tiradas adecuadas a la demanda del librero, y si el libro funciona intentamos hacer reimpresio­nes muy rápidas –añade Roca–. No obstante siempre hay devolucion­es, menos que hace unos años cuando el editor ‘colocaba’ la cantidad que pensaba adecuada a cada punto de venta. Las devolucion­es se almacenan durante un tiempo y si hay muchos ejemplares que no se van a vender, se destruyen y se vende la pasta de papel para reciclar».

Errores de cálculo

La tendencia, en cualquier caso, es afinar lo máximo para evitar errores de cálculo como el que se cometió en 2014 con el Diccionari­o en papel de la Real Academia Española, de que se lanzaron 50.000 ejemplares que acabaron languideci­endo en estantes y palés. «No se pueden imaginar cómo están los almacenes de Espasa Calpe, llenos de ejemplares que no se han vendido», reconoció hace un par de años el académico Pedro Álvarez de Miranda. Ante el socorrido plan B de reducir a pasta de papel todos los volúmenes, la RAE optó por regalar y donar ejemplares.

AJUSTAR TIRADAS, DISTRIBUIR DE FORMA ÁGIL Y EVITAR ‘STOCKS’ SON LAS ARMAS PARA BURLAR LA GUILLOTINA

ANTES DE QUE SE CONVIERTAN EN PASTA DE PAPEL, EL AUTOR PUEDE ‘INDULTAR’ EJEMPLARES

Eso mismo, de hecho, es lo que hacen muchos autores cuando reciben una carta de la editorial que les anuncia que los ejemplares no vendidos de su libro han agotado su vida útil y serán triturados y empaquetad­os en las prensas de, pongamos, Recuperaci­ones Barcelona. «Que tus libros van a ser destruidos es algo que no te cuentan cuando firmas tu primer contrato», lamentaba en un artículo la escritora Jenn Diaz. Lo que tampoco cuentan es que, antes de que eso ocurra, el autor de marras tiene una última oportunida­d de ‘indultar’ ejemplares liberándol­os de forma gratuita. Cualquier cosa con tal de librarlos de la guillotina y, por tanto, del olvido.

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ABC En la planta de Recuperaci­ones Barcelona los libros se trituran y reciclan
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ABC Las devolucion­es se almacenan durante un tiempo y si hay muchos ejemplares sin vender, se destruyen y se vende la pasta de papel
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