ALLÁ DONDE MUEREN (Y RESUCITAN) LOS LIBROS
La trituradora sigue siendo el final de ejemplares no vendidos, aunque las editoriales afinan cada vez más para evitar la sangría
n laberinto de corredores y estanterías repletas de libros ascendía desde la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaban adivinar una gigantesca biblioteca de geometría imposible». A los más románticos del lugar seguro que les gusta creer que el Cementerio de los Libros Olvidados, ese refugio gótico sobre el que Carlos Ruiz Zafón edificó su célebre tetralogía, era en realidad el polvoriento sótano de la legendaria (y hoy desaparecida) librería Canuda de Barcelona.
Un camposanto para el eterno descanso de «los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo» que, sin embargo, nació en un lugar mucho más prosaico. Esto es: un gigantesco hangar de libros de saldo cerca de Los Ángeles que el escritor barcelonés frecuentaba, linterna en mano, en busca de libros que apuraban sus últimas horas de vida antes de poner rumbo al cadalso. La inspiración, en cualquier caso, no es casual: en almacenes parecidos, más pequeños pero igualmente atiborrados, es donde los libros olvidados se juegan su futuro. Así que: ¿saldo o guillotina?
A Zafón se le apareció su cementerio al preguntarse por el destino final de los libros que nadie quiere pero, ¿qué ocurre con ellos en realidad? ¿Siguen triturados y compactados en balas de papel como las que preparaba el protagonista de ‘Una soledad demasiado ruidosa’, de Bohumil Hrabal? ¿Gozan de una nueva vida, quién sabe si la última ya, en la cuesta de Moyano o en el Mercat de Sant Antoni? ¿Acaban varados para siempre en algún polígono industrial? Sólo en 2019 se publicaron en España 229 millones de ejemplares, de los que se vendieron 162 millones. ¿Y el resto?, se preguntarán. Según la Federación de Gremios de Editores, una parte de ese 30% que se queda sin despachar
«Use destina al mercado exterior. El resto, en cambio, pasa a engrosar el temido paquete de las devoluciones. Es ahí, en el tránsito entre la librería y el almacén –logística inversa, lo llaman– donde los libros empiezan a agonizar antes de acabar resucitando ya sea para regresar a la cadena de venta o reciclados en pasta de papel tras pasar por la picadora. Un proceso aparentemente traumático que, sin embargo, ha empezado a cambiar gracias a las nuevas tecnologías y a la posibilidad de ajustar tiradas, limitar al máximo los ‘stocks’ y evitar que los libros acaben pasando por la guillotina.
Estudios de ‘big data’
Esa es, por ejemplo, la estrategia que defienden desde Penguin Random House Grupo, gigante editorial que lleva desde mediados de la década pasada implementando avances tecnológicos y estudios de ‘big data’ para intentar que el número de libros que se convierten en pasta de papel sea el menor posible. La idea, explican fuentes del grupo, es realizar «tiradas cortas, imprimir y distribuir de una manera más ágil y evitar así los ‘stocks’ innecesarios, las devoluciones» y, en última instancia, la destrucción de ejemplares. Una apuesta por la sostenibilidad a la que se suman certificados medioambientales como el FSC o la reutilización del papel reciclado para prensa.
También sigue siendo importante, como apunta Blanca Rosa Roca, editora de Roca Editorial, afinar con la preventa. «Los libreros reciben la información necesaria para que hagan el pedido que consideran necesario. La información de todos los pedidos más una extrapolación genera el número de ejemplares que hay que imprimir», explica. «Así se hacen tiradas adecuadas a la demanda del librero, y si el libro funciona intentamos hacer reimpresiones muy rápidas –añade Roca–. No obstante siempre hay devoluciones, menos que hace unos años cuando el editor ‘colocaba’ la cantidad que pensaba adecuada a cada punto de venta. Las devoluciones se almacenan durante un tiempo y si hay muchos ejemplares que no se van a vender, se destruyen y se vende la pasta de papel para reciclar».
Errores de cálculo
La tendencia, en cualquier caso, es afinar lo máximo para evitar errores de cálculo como el que se cometió en 2014 con el Diccionario en papel de la Real Academia Española, de que se lanzaron 50.000 ejemplares que acabaron languideciendo en estantes y palés. «No se pueden imaginar cómo están los almacenes de Espasa Calpe, llenos de ejemplares que no se han vendido», reconoció hace un par de años el académico Pedro Álvarez de Miranda. Ante el socorrido plan B de reducir a pasta de papel todos los volúmenes, la RAE optó por regalar y donar ejemplares.
AJUSTAR TIRADAS, DISTRIBUIR DE FORMA ÁGIL Y EVITAR ‘STOCKS’ SON LAS ARMAS PARA BURLAR LA GUILLOTINA
ANTES DE QUE SE CONVIERTAN EN PASTA DE PAPEL, EL AUTOR PUEDE ‘INDULTAR’ EJEMPLARES
Eso mismo, de hecho, es lo que hacen muchos autores cuando reciben una carta de la editorial que les anuncia que los ejemplares no vendidos de su libro han agotado su vida útil y serán triturados y empaquetados en las prensas de, pongamos, Recuperaciones Barcelona. «Que tus libros van a ser destruidos es algo que no te cuentan cuando firmas tu primer contrato», lamentaba en un artículo la escritora Jenn Diaz. Lo que tampoco cuentan es que, antes de que eso ocurra, el autor de marras tiene una última oportunidad de ‘indultar’ ejemplares liberándolos de forma gratuita. Cualquier cosa con tal de librarlos de la guillotina y, por tanto, del olvido.