EDUARDO MENDOZA Y EL FIN DE LA HISTORIA
La aventura de Rufo Batalla transita por el final del siglo XX. Una irónica reflexión sobre la caída de los mitos ideológicos
a publicación en 1992 del ensayo de Francis Fukuyama titulado ‘El fin de la historia y el último hombre’ fue escrito a raíz de la caída del muro de Berlín y, por tanto, el fin del comunismo y la guerra de bloques que había sostenido todo el siglo XX. Aquel ensayo causó escándalo pero, leído hoy con menos prejuicios, fue premonitorio; lo sucedido desde entonces ha acentuado su acierto. La última entrega de la ‘trilogía del movimiento’ de Eduardo Mendoza, que me ha parecido la mejor de las tres, se nutre de un fondo reflexivo sobre lo que otro ensayista, el francés Lyotard, había denominado fin de los grandes relatos como diagnóstico de la posmodernidad. Tampoco resulta extraño que una de las lúcidas reflexiones en boca de una amiga neoyorquina de Rufo Batalla, especialista en arte contemporáneo, se vierta sobre la intuición de Andy Warhol (extensible a Lichtenstein, y otros) acerca de que la clase media necesitaba de iconos alojados ya en el consumo y la vida de las urbes, más allá de los problemas metafísicos sobre el sentido del arte y la representación que habían aquejado el siglo.
La magia narrativa de Mendoza ha hecho que esta novela se lea apasionadamente como una aguda reflexión sobre la caída de los mitos ideo
Llógicos que el siglo XX fue construyendo y que coinciden con las creencias que alimentaron la vida de la generación del autor. Esta escrita con esa ironía distanciada, tan ‘mendociana’, de quien desliza la hondura desde el desparpajo. La reflexión de Eduardo Mendoza se cuela por los intersticios de una historia histriónica y sus ideas emergen como quien no quiere la cosa. No hay templete de los muchos dedicados por las religiones ideológicas del siglo XX que Rufo Batalla, que nació pícaro, no haya ido revolviendo desde una mirada donde prevalece un cierto sentido de fin de fiesta, como si se supiese en las postrimerías de una representación.
Parodia
Esta novela es un fin de partida de la historia de una generación y unos sueños, que Eduardo Mendoza tiene la inteligencia de no extremar ni dramatizar, como si la comedia ligera de su propia obra fuese más elocuente siendo eso, comedia entretenida y ligera, a menudo parodia, pero no por ello menos elocuente que cualquier tratado serio sobre los diferentes asuntos de los que trata.
Instalado su personaje en la cima de toda fortuna como marido de heredera millonaria, y consciente como sostiene el excelente diálogo con su suegro Víctor, en Basilea, de que su implicación posible es la lucidez y mirada descreída de un héroe sin atributos, no hay tema de los que han dado forma a la vida barcelonesa, europea y norteamericana que no reciba tratamiento. Como le ocurre a las novelas de Javier Marías, Eduardo Mendoza confía el tratamiento de cuanto quiere decir a diálogos de diferentes personajes, que en sucesivas puestas en escena teatrales van enjuiciando los asuntos que a Mendoza importan.
Cine de espías
No podía faltar, claro, el desatino y falta de horizonte práctico de la llamada burguesía catalana, perdida en ensoñaciones que le hacen olvidar los
LA ÚLTIMA ENTREGA DE LA ‘TRILOGÍA DEL MOVIMIENTO’, DEL ESCRITOR BARCELONÉS, ES LA MEJOR DE TODAS
MAGNÍFICO RÉQUIEM MELANCÓLICO DE UN SIGLO. ESCRITO CON UN HUMOR Y UNA LUCIDEZ QUE SON UN REGALO
acomodos que el sentido del negocio (matriz de su fortuna) le ha venido procurando. Pero hay otros temas de época nutridos a través de las ciudades: la transformación de Nueva York, un Londres de los clubes ensimismados que miran a otra parte para no ver la sucia realidad social. Incluso la ideología naif de un idealizado naturalismo hacia los animales, en soberbia figura del especialista norteamericano en la vida social de los primates.
Finalmente, tras un leve homenaje paródico a la novela y cine de espías, con el primer James Bond, recala nuestro héroe en la vida familiar, como si cansado de haber sufrido los embates de un siglo azaroso y febril, buscase en la música, y en un afecto sin estridencias, despedir un siglo con la pregunta latente de ¿y todo esto, para qué? Magnífico réquiem melancólico de un siglo escrito por un narrador cuyo humor y lucidez son un regalo para sus lectores.