LIBROS EN RUTA
Recomendaciones para el viaje de la lectura
ace unas semanas, en un rincón de esos en que vamos almacenando cosas que luego olvidamos, hice un hallazgo que me estrujó el corazón: unos sólidos estuches repletos de óleos, pinceles y otros elementos de pintura que pertenecieron a mi hijo Daniel, un artista plástico que murió en 2011, a los veintiocho años. Como esos materiales, finos y costosos, sirven todavía, llamé a una amiga, artista del vídeo muy reconocida, a ver si sabía de un estudiante de arte a quien regalárselos. Su respuesta me dejó estupefacta: «Pues como ya nadie pinta, tal vez a una persona mayor que pinte para entretenerse». La respuesta me impactó porque Daniel, que desde la adolescencia se ejercitó como dibujante y pintor en talleres locales y neoyorkinos, debió enfrentar en la universidad la rotunda certeza de sus profesores de que la pintura había muerto. Como he contado en mi libro ‘Lo que no tiene nombre’, aquel juicio brutal pareció confirmarse cuando visitó en 2003 la Bienal de Venecia, y constató que la pintura estaba relegada a un sótano que nadie visitaba.
Tony Godfrey en ‘La pintura hoy’, un extraordinario libro de Phaidon, nos cuenta que a raíz de la Documenta de 1968 se empezó a decir que la pintura «parecía la decoración intelectual de la élite institucionalizada». Los críticos lanzaron juicios implacables, que hablaban de falta de vitalidad, obsolescencia, formalismo inocuo e incapacidad de criticar el mundo. Según ellos, la pintura estaba destinada a ser reemplazada por la fotografía y los medios tecnológicos. En 2003, por ejemplo, Robert Storr acusaba
Ha los pintores de «carecer de discurso», en consonancia con una época en que buena parte de las obras de arte son ante todo discurso, «en favor de significados y mensajes simplificados que le son encasquetados», como bien dice Byung-Chul Han.
Una reflexión tan compleja es imposible de sintetizar aquí. El caso es que Godfrey es contundente: si creyera que la pintura está muerta, dice, no habría escrito un libro de casi 500 páginas sobre la pintura de hoy. «No fue la pintura la que murió en 1968, sino un tipo de pintura que se hallaba atrapada en un callejón sin salida», escribe. Y es que todos los lenguajes artísticos, en cierto momento, entran en crisis, y el deber del artista está en volverlos a hacer hablar de una forma nueva. Y hasta donde yo sé, jamás un ser humano dirá «es que ya nadie canta» o «ya nadie escribe poesía o teatro». Los niños aman pintar y siempre habrá artistas cuya vida sólo adquiere sentido pintando. En la biblioteca de Daniel todavía reposan los libros de arte de Egon Schiele, Bacon, Jenny Saville y muchos otros pintores que amó. Para su trabajo de grado, pintó perros de vigilancia, contradiciendo a su tutora, que le aconsejó que los fotografiara en vez de pintarlos. Él, que lidiaba con una enfermedad mental pero era intelectualmente brillante, se quitó la vida mientras se especializaba en administración de arte en la Universidad de Columbia, una carrera que escogió para eludir la pintura. Nadie se mata por una sola razón, pero casi siempre, como dice Jean Amèry, en la renuncia del suicida hay implícita una confesión de fracaso. ‘La Muerte y la doncella’ (1915), del pintor austriaco Egon Schiele