EL VIAJE COMO PULSIÓN LITERARIA
El viaje está en el origen de la literatura. Desde la ‘Odisea’ homérica hasta nuestros confusos días, grandes autores compartieron la ruta de sus palabras. Ahora estas lecturas son más necesarias que nunca
a literatura nace, muy probablemente, del viaje, del relato desmesurado que el nómada compartía con sus congéneres alrededor del fuego sobre los prodigios y terrores de un mundo que aún no estaba dibujado en los mapas. Así lo expresa para ABC Cultural Marta Salís, traductora y editora de la antología ‘Viajeros. De Jonathan Swift a Alan Hollinghurst (1726-2017)’ (Alba). «El viajero adornaba sus vicisitudes e inventaba detalles para divertir a quienes le escuchaban o despertar su admiración. Lo vemos en las crónicas de las grandes exploraciones y descubrimientos, que acabaron leyéndose con cierto escepticismo, pues, por mucho que estimularan la imaginación y el deseo de viajar, estaban llenas de exageraciones y mentiras. En ‘El libro de las maravillas del mundo’ de Marco Polo, escrito por su compañero de celda Rustichello de Pisa, encontramos dragones, centauros y humanos con cabeza de perro; y en su ‘Relazione del primo viaggio intorno al mondo’, Antonio Pigafetta, uno de los pocos supervivientes de la expedición de Magallanes y Elcano, además de ofrecer una exhaustiva información geográfica y etnográfica, describía nativos con orejas tan grandes como su cuerpo e islas habitadas solo por mujeres a las que fecundaba el viento… El viaje ha sido una fuente inagotable de inspiración de epopeyas, novelas, poemas y cuentos».
LExploradores y más
Desde Homero y su ‘Odisea’ hasta nuestros confusos días, varados por una pandemia a la espera de un pasaporte sanitario que nos permita volver a sentirnos viajeros o turistas (que no son lo mismo, ya lo dijo Chesterton: «El viajero ve lo que ve, el turista ve lo que ha venido a ver»); desde los exploradores hasta los ‘flanêurs’ al estilo de Benjamin, Beckett, Leopold Bloom (el Odiseo de Joyce) o el caminante de Jiro Taniguchi, el viaje se presenta como una alegoría de la vida humana. «Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje», escribe el poeta japonés Matsuo Basho (1644-1694) en su diario ‘Sendas de Oku’.
Viaje físico hacia algún lugar (o hacia un ‘no lugar’, como define Marc Augé a un centro comercial, una habitación de hotel, una ronda de circunvalación... espacios interconectados por ‘filamentos urbanos’ donde el ser humano es anónimo). Viaje introspectivo, viaje dentro de un viaje («Conocí a mucha gente en Europa. Incluso me encontré a mí mismo», asegura James Baldwin). Viaje imaginario con maestros de la ciencia ficción como Ray Bradbury, que desde la fantasía nos anima a disfrutar de nuestra realidad: «Ve el mundo. Es más fantástico que cualquier sueño». Incluso el ‘no viaje’, como en ‘Wakefield’, de Nathaniel Hawthorne, y ‘Viaje nunca hecho’, de Fernando Pessoa: un periplo falso alimentado por la vanidad de ser añorado, sin que al narrador le importe el cuestionamiento (no es él quien visita los lugares, sino los lugares los que le visitan a él).
Dice Aristóteles que la aventura merece la pena. Para otros no es más que un ejercicio de supervivencia, como les ocurre a los antihéroes de ‘Las uvas de la ira’, de John Steinberg, y al resto de refugiados de cualquier jaez. «La carretera está viva esta noche, pero nadie engaña a nadie acerca de dónde va. Estoy sentado aquí bajo la luz de la fogata buscando al fantasma de Tom Joad» (‘The Ghost Of Tom Joad’, Bruce Springsteen). El viaje, en fin, como forma de superar las trincheras de la oscuridad y la intolerancia en los peores momentos de nuestra historia, cuando el creador se infiltra en territorio hostil en busca de iluminación, como por ejemplo en mitad de las dos carnicerías que marcaron la primera mitad del siglo XX, de los ‘ismos’ nacidos con el octubre ruso y la enajenación nacionalista que llevaron a Europa al infierno: así lo cuentan el artista Damián Flores y el historiador y ensayista Fernando Castillo en su proyecto ‘El viaje y el escritor’.
Punto de partida
Afirma el filólogo y helenista Luis Alberto de Cuenca que la ‘Odisea’ es el origen de toda la literatura posterior, «el cimiento de una pirámide que, en lugar de faraones difuntos, contiene fórmulas para olvidar la muerte. Ulises es el héroe de entonces, de ahora y de mañana, su relato es todos los relatos y su sueño es todos los sueños». Para Kazantzakis, este poema épico mira al futuro, y su historia constituye el punto de partida de ese artefacto que tanto nos ayuda a vivir y que llamamos literatura. No es casual que el título de Homero quedara en segundo lugar (superado solo por el ‘Quijote’, que es –entre un océano de cosas– también un libro de viajes) en la encuesta de ABC Cultural sobre las cien obras imprescindibles de la Historia. Del Mediterráneo mítico de ninfas y cíclopes al piélago inmenso, buscando una ballena blanca que es el demonio deslizándose a sotavento por los mares de nuestra existencia, las obsesiones, miedos y anhelos, lo que nos hace sentir vivos y lo que nos hace naufragar. Hawthorne dice de ‘Moby Dick’, la gran novela de Melville: «Es una epopeya digna de Homero. Será la epopeya americana».
EL VIAJE HA SIDO UNA FUENTE INAGOTABLE DE INSPIRACIÓN DE EPOPEYAS, NOVELAS, POEMAS Y CUENTOS
«Concibo los viajes como una filosofía de la vida, una decidida vocación de querer abarcar la multifacética esencia de la naturaleza, sintiéndome una parte inherente de ella y, a la par, de intentar comprender en profundidad la azarosa circunstancia del ser humano en su decurso existencial a bordo de este planeta-barco, la Tierra, nuestro único y obligado –hasta el tiempo presente– medio de navegación por el ignoto océano cósmico», señala el periodista y escritor Javier Jayme, autor de ‘Pioneros de lo imposible. Hitos de la exploración contemporánea’ (Alianza). Este viajero impenitente hace suyas las palabras de Robert Louis Stevenson: «Lo grande del asunto es moverse, experimentar más de cerca las necesidades y complicaciones de la vida; salirse de ese colchón de plumas que es la civilización
JULIO VERNE O EMILIO SALGARI SON DOS MARAVILLOSOS VIAJEROS QUE NUNCA SALIERON DE SU CASA
y encontrar bajo los pies el granito del globo, con cortantes esquirlas de sílex» (‘Viajes con una burra por los montes Cevennes’, 1879).
Género sin fronteras
«Ir, ver y contar. No hay literatura de viajes sin desplazamiento, sin las realidades de otros mundos, sin la imaginación para recorrer con ella otros géneros: poesía, ensayo, ficción, memorialística, crónica… Es un género sin fronteras, una literatura nómada que reflexiona sobre la percepción y los paisajes de lo humano», reflexiona