Los fantasmas del París de Modigliani
Élisabeth Barillé rememora en ‘Un amor al la relación entre el pintor y la poeta rusa Anna Ajmátova, musa y amante
alba’
El Montparnasse de principios del siglo XX era como el Nueva York de los años setenta, esa ciudad oscura y peligrosa que se convirtió en la capital cultural del mundo. El barrio parisino, en 1910, aún no había traicionado sus promesas. «De noche, parece Nueva York –escribe Élisabeth Barillé (París, 1960) en ‘Un amor al alba’–, pero por la mañana el olor a hojas muertas se le sigue metiendo a uno por la nariz, se puede comprar leche de cabra al muchacho que pastorea sus animales hacia el Jardín de Luxembourg y toparse con misántropos orgullosos de no haber cruzado nunca el Sena». Allí viajó la poeta rusa Anna Ajmátova en su luna de miel, y allí se encontró con el italiano Amedeo Modigliani, pintor y escultor, el genio frágil y rebelde al que nadie compraba sus obras.
ni el puntillismo, ni el ‘macchiaiolismo’ de los impresionistas; Modigliani huyó de todas las corrientes. La suya era la religión del trazo, siempre en busca de rostros y figuras que moldeaba con sus característicos alargamientos. «Cuando Modigliani sale, sale de caza –anota Barillé–. Un rostro llama su atención, y él lo captura de inmediato. Su método es siempre el mismo: primero la nariz, de un solo trazo; después los ojos, el ojo izquierdo, el derecho; luego la boca y, para terminar, el contorno del rostro». Así debió de realizar los dieciséis dibujos que regaló a Ajmátova, musa y amante, que solo pudo conservar uno en su regreso a Rusia. El resto se habían convertido en humo por necesidad, tras las revueltas de 1918 y las purgas de los años 30.
Un amor al alba
COMO TANTOS OTROS ARTISTAS, Ajmátova vio cómo prohibían sus poemas y la acusaban de traición. Para sobrevivir quemó todos sus papeles, los dibujos de Modigliani y la correspondencia que mantuvieron. Apenas se atrevió a escribir en sus memorias unos pocos detalles de su relación con Modigliani, cuando «el arte todavía no había quemado ni transformado» sus existencias. De esta relación queda, eso sí, la escultura que Modigliani le dedicó. Por ella pagaron 43 millones de dólares en 2010, el precio más alto que se había pagado en una subasta en Francia. Unos meses después Élisabeth Barillé descubrió que esa cabeza de mujer correspondía a Ajmátova, y a la relación entre ambos artistas dedicó ‘Un amor al alba’. Escrita con un lirismo que encaja a la perfección con las almas de los dos protagonistas y que sirve además para cubrir las muchas lagunas que envuelven a la historia, en esta novela Barillé delinea las trayectorias de dos artistas que supieron acogerse en sus silencios compartidos. El «París caótico lleno de callejones oscuros y misteriosos» es el tercer protagonista. Una ciudad y una generación ya perdidas, lamenta Barillé en su bonita evocación de dos juventudes singulares.